En la costa del Perú construían con ladrillo adobado, que aparece hacia 1225 AC. Pero en las tierras altas el adobe no servía por las lluvias y los temblores frecuentes. De ahí que se recurrió a los bloques de piedra, en tres diferentes tipos (todos presentes en las ruinas de Machu Picchu y la región de Cusco) que definieron la arquitectura peruana.
1) Las
piedras irregulares comunes, apiladas lo mejor posible, sostenidos con pilares
de piedra o madera, haciendo los muros
de un ancho suficiente tal que le den solidez.
2) Los bloques poligonales: son grandes piedras extraídas de canteras
conservando más o menos su forma originaria, adaptadas para que encajen bien en
el espesor elegido para la pared. Este método obligaba a ajustar las piedras
que venían a yacer sobre la hilera inferior, tal que todo encajase
perfectamente, y así sucesivamente todas las hileras.
3) El sistema rectangular, donde se elegía a priori un tamaño
determinado para las piedras y se las trabajaba como ladrillos de modo que solo
hacía falta apilarlas por hileras, una encima de otra. La arquitectura
rectangular fue la más cara, pues solo se la ve en edificios muy finos como
templos o viviendas de altos dignatarios.
Aunque existan varias teorías, todavía se desconoce como trasladaron bloques
que pesaban tantas toneladas sin haber conocido el uso de la rueda, ni como los presentaban para encajarlos unos con
otros. Los incas y los pueblos americanos no llegaron a concebir el arco ni la
bóveda (aunque George Squier detectó este recurso arquitectónico en las ruinas de
Pachacamac y en Tumbes). Solo se conoció el dintel sin columna y, por alguna
razón, los incas diseñaban puertas, ventanas y falsas ventanas (“nichos”) en
forma trapezoidal (más angostas arriba que abajo). Después se llegó a la bóveda
falsa, solución donde con piedras relativamente chatas (lajas) se avanzaba cada
vez más hasta coronar todo con una placa grande o dintel (arco de medio punto
en hiladas avanzadas).
Era un imperio gobernado por apo-incas, considerados una casta divina que descendía del Sol. Llegaron a sucederse unos catorce, siendo el noveno monarca Pachacutec quien lo llevó a su máximo esplendor. Era un gobierno central con autoridad repartida en gobiernos provinciales, con un sistema económico basado en una agricultura avanzada que ofrecía lo que hoy llamaríamos un "estado de bienestar" y una justicia estricta. No todos los pueblos, claro, se sumaron voluntariamente al reino que tenía su centro en Cusco: en la región andina los chancas y los kollas (habitantes del altiplano), y en la costa, chinchas y chimús, fueron incorporados luego de sangrientas guerras. Se dice que no pudieron llegar a dominar a otros, por ejemplo los sureños calchaquíes y quilmes.
Los mandatarios estaban rodeados de una clase formada por los parientes reales, funcionarios, militares y religiosos que disponían de privilegios, pero virtualmente todos los habitantes podían
autoabastecer sus necesidades básicas, sin tener mayormente que comerciar. Era política de Estado aumentar las tierras buenas para cultivar bajo riego, ya que el agua era un recurso escaso y se usaba básicamente para el maíz y subsidiariamente para la papa, la oca, la quinua, las legumbres y pastos para animales. Se mandaban ingenieros de acequias de agua a las provincias y en los cerros y laderas de buena tierra se construían los increíbles andenes o terrazas de cultivos, que todavía pueden verse en varias regiones de Perú. Tenían depósitos para reservar granos y no dejaban de hacer agricultura ni en las áridas zonas costeras y sus valles, mediante un sistema de hoyas que buscaban humedad en la profundidad.
El reparto de tierras cultivables era en tres partes: para los naturales, para el Sol y para el Rey. También había un orden estricto para labrarlas, barbecharlas y cosecharlas. Primero iban las de los naturales, entre los que beneficiaban primero a los impedidos, las viudas y los huérfanos, soldados en guerra, etc. No se podía quebrantar el orden, que era controlado por regidores. Según el Inca Garcilaso, el turno de las del Sol y del Rey no eran una carga para la gente, cuyo trabajo hacía en medio de celebraciones especiales.
Una fanega de tierra (o tupu) alcanzaba para la subsistencia de un plebeyo casado sin hijos; le sumaban otra por cada hijo varón y media para las hijas, con distintas disposiciones para cuando se casaban y dejaban la casa paterna. Pero la tierra no se podía comprar ni vender. En las serranías usaban estiércol humano en polvo para fertilizar y también el de ganado. Y en la costa del Pacífico, lo hacían con cabezas de sardinas o con el abundante guano de aves, cuya recolección y distribución estaban perfectamente organizadas y tasadas.
Nuestros antepasados sudamericanos conocían diversos metales. El oro y la plata los usaban con asombrosa habilidad para joyas de elevada perfección técnica pero aquí no tenían valor comercial. En los jardines de los dignatarios, por ejemplo, había reproducciones de animales y plantas en tamaño natural hechos en oro, a modo de adorno. El cobre y el bronce eran para adornos corporales e instrumentos utilitarios pero nunca se les ocurrió usarlos como aleación en la construcción de armas, puntas de flecha, dagas ni cuchillos (salvo en algunos lugares en el norte del Perú): es que nunca se habían enfrentado con ejércitos así pertrechados, montados en caballos ni con armas de fuego, completamente desconocidos para ellos.
Las comunicaciones en el imperio eran mediante una red de caminos de al menos 4000 Km. de longitud. Como
los ejes de una escalera, los “caminos
del inca” iban uno desde Angasmayo, actual Colombia, hasta el río Maule,
sur de Chile; y el otro, costero, desde Tumbes, pasando por el desierto de
Atacama hasta Santiago de Chile. Los dos se entrecruzaban a la altura de Uspallata, en
Mendoza-Argentina. Luego había múltiples caminos transversales y “tambos”,
refugios para los viajeros y corrales. Los caminos medían unos 5 a 8 m. de
ancho y tenían cordones a sus costados. Aún se conservan muchos tramos.
Ahora bien ¿como pudieron menos de doscientos españoles,
por más que tuvieran corazas y cascos de metal, armas de fuego, punzantes
espadas y caballos jamás vistos ni imaginados por los indígenas, doblegar a
ejércitos de miles y miles de incas y sepultar semejante sociedad? El
imperio distaba de ser una sociedad perfecta, no estaba afianzado
políticamente y se encontraba en medio de una guerra civil. La casta inca (el inga, sus curacas, generales y
sacerdotes), gobernaban con mano de hierro y bastante fiereza a los díscolos:
tribus huancas, chachapoyas, chimor, cajamarcas, cañares y otras más pequeñas,
sometidas económica, política, cultural y militarmente durante décadas por los
incas, pensaron recuperar su libertad y orgullo aliándose decididamente al
invasor, abasteciéndolo permanentemente de víveres, guerreros, esclavos y
demás. En la capital huanca, Jatunsausa, cien mil indígenas festejaron la
llegada de Francisco Pizarro y sus hombres. Pizarro fue un hábil político que supo manejar los sentimientos y
resentimientos entre los reinos. Fue una despiadada guerra civil manipulada por
los españoles (sigue más adelante en “Un poco de historia...”)
Cuando el fatídico 16 de noviembre de 1532 el Inca Atahualpa le preguntó a su carcelero Pizarro
para que querían tanto oro, el conquistador le contestó que los hombres blancos
padecían una enfermedad del corazón cuyo único remedio era el dorado elemento. El
balance final de la epopeya de Pizarro y Diego de Almagro en su incursión al
imperio incaico arrojó la cifra exacta de 8.712,3 Kg. de oro y 49.805,1 Kg. de
plata. Todo lo que relucía fue confiscado y fundido por los invasores. La cantidad de muertos nativos que en nombre de Dios produjeron, todavía
se discute, pero fueron millones. Y muchos millones más, los sometidos.
(1)
“… que los dichos incas los tenían gobernados de tal manera que en todos ellos
no había un ladrón ni hombre vicioso, ni hombre holgazán, ni una mujer adúltera
ni mala; ni se permitía entre ellos ni gente de mal vivir en lo moral; que los
hombres tenían sus ocupaciones honestas y provechosas; y que los montes y
minas, pastos, caza y madera, y todo género de aprovechamientos estaba
gobernado y repartido de suerte que cada uno conocía y tenía su hacienda sin
que otro ninguno se la ocupase o tomase, ni sobre ello había pleitos; y que las
cosas de guerra, aunque eran muchas, no impedían a las del comercio, ni estas a
las cosas de labranza, o cultivar de las tierras ni otra cosa alguna, y que en
todo, desde lo mayor hasta lo más menudo, tenía su orden y concierto con mucho
acierto; y que los incas eran tenidos y obedecidos y respetados de sus súbditos
como gente muy capaz y de mucho gobierno, y que lo mismo eran sus gobernadores
y capitanes (…) fue necesario quitarles totalmente el poder y mando y los
bienes, como se los quitamos a la fuerza (…) y de señores los hicimos siervos (…)
y cuando vieron que había entre nosotros ladrones y hombres que incitaban a
pecado a sus mujeres e hijas por el mal ejemplo que les hemos dado en todo, nos tuvieron en poco (…)” Capitán Mancio Serra de Leguizamón, citado por William
H. Prescott en “Historia de la conquista del Perú” Tomo III).
UN POCO DE HISTORIA DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA Y DEL FIN DEL IMPERIO INCAICO:
Francisco Pizarro, en su tercera expedición a Sudamérica, empieza su periplo sobre la costa del Pacífico en setiembre de 1532, con el apoyo y los permisos de la corona española. Era oriundo de Trujillo-España y analfabeto -debía asesorarse para firmar cualquier documento- y vino acompañado de sus hermanastros Hernando, Juan y Gonzalo, y con su primo Pedro. Estaba asociado a Diego de Almagro, el clérigo Hernando de Luque y Hernando de Soto. Cada miembro de la tropa reclutada en España tenía que equiparse por sus propios medios, procurándose los carísimos caballos, su silla, el atuendo personal y las armas. Muchos pidieron préstamos para eso y ni siquiera podían llamarse soldados: "la conquista" era lo que podríamos llamar un negocio donde cada uno arriesgaba lo suyo.
Pizarro llega a Cajamarca el 15 de noviembre de 1532. El apo-inca Atahualpa (o Atau Wallpa) estaba en guerra con su medio hermano Huascar, que había sido hecho prisionero por sus tropas. Pensaba dirigirse desde Cajamarca a Cusco para autoproclamarse jefe de todo el Tahuantinsuyo, nombre que recibía el reino de las cuatro regiones: Chinchasuyo, Collasuyo, Cuntisuyo y Antisuyo. Estaba informado de la llegada de los españoles y recibió a una comisión enviada por Pizarro. Rechazó el ofrecimiento del sacerdote Vicente Valverde de someterse a la religión católica y a la autoridad del rey de España. Fue el motivo esperado por los invasores para lanzar una feroz emboscada que causó pánico en la población y le produjo unos tres mil muertos. El inca no pudo escapar y quedó preso en la famosa pieza que prometió llenar una vez de oro y dos de plata para ser liberado. Durante meses llegaron cargas de todo el reino para pagar el rescate.
Ocurrió que a la muerte del Inca Huayna Capac, el padre de Atahualpa y Huascar, lo heredó éste y comenzó una guerra política entre los dos hermanos, que incluyó intrigas políticas, destituciones y muchas muertes. Atahualpa tenía sus fuerzas en el norte, en Quito y Tumibamba, con sus generales Quis Quis y Calcuchimac. Huascar dominaba el Cusco y la zona sur del imperio, pero terminó siendo derrotado. Fue cuando Atahualpa se aprontaba a reunir bajo su mando todo el incanato, mientras descansaba en los baños de Pultumarca, que llegaron los españoles desde Tumbes y sorprendieron a su soberbia. Convencido por Hernando Pizarro de entrevistarse con su hermano Francisco en la cercana Cajamarca, el inca llegó acompañado por un cortejo de seis mil indígenas pero solo doscientos guerreros armados con porras, lanzas y hondas. Después, desde la cárcel Atahualpa mandó a asesinar a Huascar. Y a pesar que pagó lo prometido, terminó siendo ejecutado por los españoles -por temor a un levantamiento de sus súbditos- tras un cautiverio de ocho meses, el 26-julio-1533. Le ofrecieron -por última vez- bautizarse a cambio de no ser quemado vivo en la hoguera. Por eso Atahualpa pasó a llamarse breve y cristianamente Francisco y "solo" murió ahorcado. Curiosas formas de la religión.
Bueno pero ¿cómo pudieron solo 176 españoles, por más que tuvieran corazas y cascos de metal, armas de fuego, punzantes espadas y caballos jamás vistos ni imaginados por los indígenas, doblegar a ejércitos de miles y miles de incas? El imperio distaba de estar afianzado políticamente y los incas gobernaban con mano de hierro y bastante fiereza a los díscolos: tribus huancas, chachapoyas, chimor, cajamarcas, cañares, chancas y caracaras, sometidas económica, política, cultural y militarmente durante décadas por los incas, estaban deseosas de recuperar su libertad y se aliaron decididamente al invasor. En la capital huanca, Jatunsausa, cien mil indígenas festejaron la llegada de Pizarro y sus hombres. Pizarro fue un hábil y ambicioso político que supo manejar los sentimientos y resentimientos entre los reinos.
Los huancas y sus tres sayas (jatunsausas, lurinhuancas y anahuancas) fueron los más importantes aliados de Pizarro. Permanentemente lo subvencionaron con guerreros, mujeres, esclavos y víveres y cubrieron todas las necesidades de los españoles. Está escrito en los relatos de los invasores y las cantidades aportadas fueron escrupulosamente anotadas en los quipus que los indígenas llevaban y se conservaron (*). Cuando terminó la guerra, le pidieron al rey de España una serie de privilegios para los jefes principales (curacas) y su gente por la ayuda brindada. Puede decirse que fue una conquista pero también una guerra civil donde ninguno de los bandos ahorró violencia y saña: torturas, mutilaciones, saqueos, venganzas.
Atahualpa no fue en realidad “el último inca”. Los españoles proclamaron a un jóven hijo de Huayna Capac llamado Tupac Wallpa que duró poco porque Calcuchimac lo envenenó. Como necesitaban restablecer una autoridad local con quien negociar, coronan a otro hijo de Huayna Capac, Manco Inca II. Este pacta con el conquistador desalojar de Cusco a las tropas del general atahualpista Quis-Quis y los aliados terminan entrando a la metrópoli Cusco engalanada el 15 de noviembre de 1533.
Cuando los intereses del inca chocan con las intenciones de Pizarro y su gente, la sociedad se rompe: en 1536 Manco Inca es apresado por Gonzalo Pizarro cuando planeaba una rebelión pero lo libera luego ante la promesa de traerles más oro. Manco Inca lo engaña y reorganiza sus tropas, toma la fortaleza de Sacsayhuaman y sitia Cusco durante ocho meses con miles de hombres reunidos desde los cuatro “suyos” o regiones. Doscientos españoles y treinta mil indios de tribus aliadas (cañaris, chachapoyas y yanacunas) se refugiaron alrededor de Hatun Cancha. Francisco Pizarro estaba en Lima y enterado del cerco envía cinco expediciones que no tienen éxito. Mientras tanto en la zona de Jatunsausa se sucedían numerosas batallas entre las huestes huancas aliadas a los españoles y ejércitos incas. Para librarse del cerco a Cusco los españoles –con refuerzos traídos por Diego de Almagro que volvía de Chile- atacan Sacsayhuaman y aunque Juan Pizarro muere en el intento, logran desbandar a las tropas de Manco Inca (16-mayo-1536).
Casi al mismo tiempo la misma ciudad de Lima es rodeada por 50 mil indios de guerra del general quechua Titu o Quizu Yupanqui (agosto de 1536). A pesar de la superioridad numérica y de obtener victorias iniciales, el general es muerto junto a sus capitanes, y las tropas se desbandan, desmoralizadas.
Manco Inca siguió asediando a los españoles y sus aliados huancas con ejércitos numerosos pero sucesivas batallas lo fueron diezmando. Huye a Ollantaytambo, donde logra vencer a Hernando Pizarro pero decide refugiarse con sus tres hijos, varios dignatarios “orejones” y los guerreros sobrevivientes en la región selvática del Urubamba en una ciudad construida en montañas de difícil acceso, que para algunos escritores se llamaba Vitcos pero era Vilcabamba, Vilcabamba la vieja o Vilcapampa. Estaba ubicada en la provincia del reino incaico del Tahuantinsuyo llamada Antisuyo.
Los enemigos nunca pudieron acceder al lugar, pero algunos desertores españoles “almagristas” fueron allí refugiados y en una reyerta a partir de unos juegos en 1545, estos huéspedes matan a Manco Inca y, a la vez, pierden la vida en venganza. Suceden al inca sus tres hijos: primero el mayor, Sayri Tupac, que se termina convirtiendo al cristianismo, se traslada a Yucay y vive con lujo hasta que muere en 1560. El hijo favorito pero ilegítimo de Manco, Tito Cusi Yupanqui, asciende de inmediato al trono, y aunque al principio realiza ataques, es convertido también al cristianismo y ganado con prebendas y permite entrar a los españoles en la ciudad escondida. Muere en 1571 vomitando sangre: el fraile Diego Ortiz es acusado de envenenarlo con solimán y es ajusticiado a lanzazos.
Por último, asume el poder el tercero, el joven Tupac Amaru I (su nombre en quechua significa "serpiente resplandeciente"), que reorganiza las fuerzas y fustiga a los españoles de nuevo. Secuestran y matan a los embajadores españoles en el puente de Chuquisaca cuando se dirigían a negociar y el virrey Francisco de Toledo declara la guerra total a la región de Vilcabamba. El capitán Martín García de Loyola (sobrino de San Ignacio, el fundador de la congregación jesuítica) en junio de 1572 -con 250 soldados españoles y 1500 aliados cusqueños, chachapoyanos y cañaris- vence a las fuerzas locales y entra a la ciudad, que es parcialmente quemada. Tupac Amaru I es atrapado, conducido a Cusco y finalmente decapitado en la Plaza de Armas, el 24 de setiembre de 1572. Vilcabamba, por apartada, selvática y desfavorable, con el tiempo fue deshabitada por indígenas y españoles.
Vilcabamba fue el objeto de la búsqueda de varias expediciones arqueológicas del norteamericano Hiram Bingham, hasta que al toparse con Machu Picchu el 24/07/1911 se deslumbró tanto que se quedó trabajando allí. Durante décadas, Bingham y todo el mundo creyeron que Machu Picchu era la ciudad escondida de Vilcabamba. Casi medio siglo después otro norteamericano, Gene Savoy, en 1964 se apostó en el lugar, lo limpió de la selva que lo había invadido todo y descubrió terrazas de cultivo, plazas, templos y escaleras labrados en piedra blanca. También encontró tejas, señal unívoca que los españoles la habían habitado. Algunos sostienen que en algún momento, cuando Machu Picchu estuvo en peligro de ser descubierta por los españoles, sus habitantes la abandonaron y se refugiaron también en Vilcabamba.
Si las cosas no cambiaron, entonces lo que se llamaba Vitcos es Rosaspata (cerca de Lucma, a unos 60 Km. al O. de Machu Picchu, también visitada por Bingham). Vilcabamba queda unos 80 Km. en línea recta más hacia el O. La región en su conjunto –como se dijo- era el Antisuyo (una de las cuatro provincias del reino incaico del Tahuantinsuyo; las tres restantes eran Chinchasuyo, Collasuyo y Cuntisuyo). El Antisuyo era “donde vivían los antis”. Por eso, esa cordillera que separa esta región del resto del Tahuantinsuyo lleva el nombre de “Andes”.
A todo esto, los conquistadores no pudieron disfrutar demasiado las riquezas que rapiñaron a sangre y fuego. Aunque Diego de Almagro obtuvo una gobernación que se extendía al actual Chile, se enfrentó con Francisco Pizarro y sus hermanos Gonzalo y Hernando por los dominios del Cusco. En 1538 moría ejecutado Almagro por sus rivales y en 1541 era asesinado Francisco Pizarro en Lima, en manos de partidarios de Almagro, que le arrebatan el trono. El poder termina matando.
Un párrafo final para José Gabriel Condorcanqui, Tupac Amaru II, nacido en 1740 y educado por los jesuitas en el colegio de curacas (caciques) San Francisco de Borja, del Cusco. Era comerciante y tenía una buena posición económica. En 1776 le reclamó a los españoles un título de nobleza hispano por ser descendiente del último inca de Vilcabamba, Tupac Amaru I, pero la Real Audiencia de Lima se lo negó. En 1780, vuelve al frente de una insurrección popular que exigió el fin de los tributos excesivos, la mita y la explotación de los indígenas, los abusos de los corregidores y la libertad política del entonces virreinato, radicalizándose cada vez más. La insurgencia termina siendo derrotada finalmente por los españoles, Tupac es detenido junto a su esposa y capitana Micaela Bastidas y antes de cortarle la lengua y ser descuartizado en la Plaza de Armas de Cusco el 18 de mayo de 1781 lo obligaron a ver la tortura y muerte de toda su familia, cuyos pedazos fueron exhibidos en varias ciudades del virreinato para aleccionar con el terror a los rebeldes.
La sublevación la continuó su hermano Diego Cristóbal y tuvo otros focos en diversas regiones con Diego Andrés Tupac Amaru, los hermanos Tupac y Tomás Catari, Vilca-Aspasa o las cacicas Marcela Castro y Tomasa Tito Condemaito. Las llamas se difundieron hasta el altiplano y el ahora norte argentino, con los movimientos wichis, matacos, tobas, chiriguanos y chanés capitaneados por José Quiroga, Domingo Morales y Luis Sasso de la Vega, entre otros.
Nada fue igual después de Tupac Amaru II, precursor de la independencia del Perú, ejemplo para las rebeliones que terminaron con la liberación del yugo español años después y símbolo de la libertad americana.
(*) “quipu”: instrumentos contables hechos de cuerdas de algodón o lana que penden de una cuerda matriz horizontal; en las verticales se disponían una serie de nudos expuestos en grupos que indicaban unidades, decenas, centenas o millares de algo (una mercadería, gente, etc.). Ese “algo” era evocado por una señal nemotécnica (un vellón de lana de un color, un manojo de palitos, etc.) Los antiguos peruanos también usaron abacos pero no tuvieron una escritura fonética.
BIBLIOGRAFIA CONSULTADA
*
“La destrucción del imperio de los incas (la rivalidad política y señorial de
los curacazgos andinos)”. Waldemar Espinoza Soriano. Retablo de Papel
Ediciones. 1977.
* “El
tesoro del inca”. Federico Kirbus. Editorial La Barca Gráfica. 1977.
* “Enigmas,
misterios y secretos de América”. Federico Kirbus. Edit. La Barca Gráfica.
1978.
*
“Manual de arqueología peruana”. Federico Kauffmann Doig. Ediciones Peisa.
1978.
*
“Crónicas americanas”. Selección de Bernal Díaz del Castillo y el inca
Garcilaso de la Vega. Centro Editor de América Latina. 1969.
* "Machu Picchu". Luis E. Valcárcel. Eudeba. 1984.
* "Los mitos de la historia argentina". Felipe Pigna. Edit. Norma. 2004, y otros.
OTRAS ENTRADAS RELACIONADAS EN ESTE BLOG: