sábado, 25 de junio de 2016

Buenos Aires, capital sudamericana del art noveau



No se si sos de ir por las calles de tu ciudad viendo mensajitos en tu teléfono celular, esquivando baldosas flojas y charcos o cuidándote de un arrebatador. Cada loco con su tema y hace lo que puede para sobrevivir, con su alienación -reconocida o no- a cuestas. No tengo derecho a juzgar a los demás pero déjenme burlarme un poco del prójimo con moderación:me dan risa "los zombies de los telefonitos". Yo prefiero ir por mi ciudad mirando las bellezas que tiene, como si fuera un turista, aunque pueda tropezarme de vez en cuando. Ya les hablé de mi "amor-odio" a Buenos Aires antes (*). 

Si de atrapar belleza se trata, me siento frustrado -entre varias cosas- en saber a fondo de arquitectura. Me asombran las obras que dejaron Le Corbusier, Gaudí, Niemeyer y otros deliciosos productores de hermosura en medio de este cruel capitalismo. Le dediqué varias entradas al elefantiásico arquitecto ítalo-argentino Francisco Salamone y me obsesiona perseguir sus obras en las provincias argentinas que recorro por trabajo (ver abajo entradas relacionadas).

De lo poco que aprendí, me subyugan las escuelas art decó y art noveau. Son un aporte de belleza importada en muchas ciudades argentinas. Brevemente, la primera se desarrolló entre 1920 y 1930, básicamente en Europa y hacía uso de líneas puras, regulares y disciplinadas. Sus ornamentos eran figuras geométricas que reflejaban la admiración por la modernidad de las máquinas y los objetos industriales, tanto en la arquitectura, la escultura y el diseño. Están alrededor nuestro, en casas viejas de tu barrio, ¿nunca te diste cuenta? 

No me voy a privar de volver al art decó en otra entrada pero mi preferido es el art noveau, que floreció (un verbo que se le ajusta) algo antes, entre 1894 y 1914, y en Francia estuvo ligado a la belle epoque. Usaron líneas sinuosas pero orgánicas, ondulantes, copiándose de la naturaleza y sus flores, las mariposas y -como no- la belleza voluptuosa de las mujeres. Esta reproducción de la belleza los artistas la hicieron con hierro, cemento, cristales y vidrio, y hasta la volcaron a ilustraciones y posters. ¡Debés tener algun adorno art noveau seguramente! Esta escuela adoptó una modalidad propia en cada país europeo. Fijáte los subtes de París o los edificios de Gaudí en Barcelona. Bueno, yo tampoco fui pude ir -dame tiempo- pero investigué y chusmeé.

En mi Buenos Aires querido, como buena cosmopolita y copiona de modas europeas, hay numerosas muestras de estas vertientes arquitectónicas. Nuestros ricos autóctonos hicieron todo lo posible para creerse en el primer mundo como buenos cholulos que siempre fueron ("Buenos Aires, la capital de un imperio que nunca fue" dijo André Malraux),  para sentirse parte de alguna vanguardia o diferenciarse. No por nada los europeos que nos visitan comparan algunos barrios porteños con Madrid y otros con París.

Bueno, el artículo de Vista (productora I2) que sigue, bautiza otra vez a Buenos Aires como la capital sudamericana del art noveau y me libra de definiciones amateurs. Pego también otras notas que he leído -básicamente del diario La Nación- que apuntan en la misma dirección. La búsqueda de más registros gráficos  la dejo para ustedes, si son curiosos y pacientes. Pueden recurrir al sitio de la Asociación Art Noveau de Buenos Aires (www.aanba.com.ar) que te propone recorridos para apreciar más de 50 edificios destacados. O a la reciente guía interactiva de Arqi (www.arqi.com.ar) para apreciar el patrimonio arquitectónico porteño en forma más amplia, también con circuitos sugeridos, mapas y fotografías. 

Si son porteños, sean un poco más observadores cuando andan por nuestra hermosa Baires. Si son vecinos, vengan a visitarnos, la pasarán bien. Tenemos una ciudad algo loca pero en constante movimiento, que tiene de todo. Horanosaurus.

(*) también lo hago cuando camino las calles de Florida, Olivos y Vicente López, los suburbios elegantes de la ciudad que tengo el privilegio de caminar desde chico, admirando la belleza de sus viejas calles empedradas y sus chalet de los estilos más variados que puedan imaginar.  

 Palacio de los pavos reales.


El estilo inspirado en las formas de la naturaleza, dejó en la trama de la ciudad joyas de la arquitectura impregnadas de espíritu porteño. Vista (I2 Productora www.elexpresotv.com-publicación de Cata Internacional) Edición 8. Mayo 2016.

El inicio del siglo XX trajo oleadas de inmigrantes, que inundaron a esta par­te de Sudamérica con sus tradiciones, y cultura. Es por esos momentos que se despliega el resplandor Art Nouveau tiñendo fugazmente la escena arqui­tectónica internacional.

Inspirados en las formas de la natura­leza, en la sensualidad, en la búsque­da de la síntesis entre arte e industria, en la reacción contra el academicis­mo reinante presentan estilísticas diferentes que crecen en distintas regiones como Viena, Cataluña, Italia, Alemania, Bélgica y Francia. La asimilación del estilo en estas tie­rras se inserta alrededor de 1900. La pasión por estar al día le dio lugar al Art Nouveau que, conquistó sobre todo la edilicia privada y se coló en al­gunas obras públicas.

El emblemático edificio y pasaje Barolo, del italiano Mario Palanti, faro de Buenos Aires, muestra Art Nouveau en sus molduras pero además es un verdadero rompecabezas sincrético, incluso arquitectónico, con influencias Art Decó e hindúes, hecho en homena e inspiración en la Divina Comedia del Dante, tiene un sin número de referencias ocultistas, tales como la repetición de múltiplos del número 3, un símbolo de la masonería.

El caso del Palacio de los Pavos Rea­les, firmado por el maestro italiano Virginio Colombo es un ejemplo del modernismo catalán encabezado por el inigualable Gaudí que está lleno de tesoros e historias para conocer. Fue el más alto de su entorno y en su frente presenta cuatro pares de pavos reales enmarcando los balcones y otros tantos leones, siendo una pieza que revela el rescate de la naturaleza tan propio del espíritu Art Nouveau.

En lo alto de la fachada de la Casa de Los Lirios, célebre por su frente ondulado que sobresale en la avenida Rivadavia al 2000, obra extraordinaria del argentino Rodríguez Ortega (1905), hay una figura que unos identifican como Poiseidón y otros como Eolo; que aparece con largos cabellos que simulan el movimiento del viento. So­bre la misma fachada, además, caen las flores que le dan el nombre, inspi­radas en el Art Nouveau francés.

Otra es la línea que se encuentra en San Telmo. El Edificio Otto Wulff, de Belgrano y Perú, es obra del danés Morten F. Rônnow. Creado en 1914 como sede diplomática del imperio austrohúngaro, tiene tantos detalles como mitos.

Para descubrirlas y resguardarlas, se armó un mapa que identifica a 50 edi­ficios representativos de este lenguaje y hasta ubica a Buenos Aires, como la ciudad sudamericana con mayor rique­za en esta corriente de arquitectura. Lanzado por la Asociación Art Nou­veau de Buenos Aires, el mapa pre­senta cinco recorridos que pasan por los barrios de San Telmo, Recoleta, Congreso, Balvanera y Centro. Se consigue gratis en hoteles, co­mercios, oficinas de turismo y de tours, edificios Art Nouveau, librerías, kioscos de revistas, museos, lugares turísticos y hasta en Internet. Y se completa con una serie de tours que permite descubrir, los grandes se­cretos detrás de estas maravillosas construcciones.

Edificio Otto Wulff

Edificio Otto Wulff

Edificio Mirador Massue.

Recorrido Art Nouveau en Buenos Aires

Son numerosos los edificios diseñados a principios del s.XX con clara inspiración Art Nouveau. Sus formas hacen un trazado orgánico en las calles porteñas.

PALACIO DE LOS LIRIOS. Av. Rivadavia 2031. Arq. E. S. Rodríguez Ortega (1905).
HOSPITAL ESPAÑOL . Av. Belgrano 2975. Arq. Julián García Nuñez (1906).
FARMACIA SUIZA.  Maipú y Tucumán. Arq. Louis Dubois (1907).
CLUB ESPAÑOL.  Bernardo de Yrigoyen 172. Arq. Enríque Folkers (1908).
TIENDA GATH & CHAVES. Florida y Sarmiento. Arq. F. Fleury Tronquoy (1908)
HOTEL CENTENARIO. Av. de Mayo 769. Arq. Oskar Razenhofer (1910).
EDIFICIO DEL BAZAR DOS MUNDOS. Av. Callao y Sarmiento. Arq. Emilio Hugue y Vicente Colmegna (1912).
SOCIEDAD "UNIONE OPERA ITALIANI". Perón 1368. Arq. Virginio Colombo (1913)
YACHT CLUB. Dársena Norte.  Arq. Eduardo Le Monnier (1914)
EDIFICIO OTTO WULFF.  Av. Belgrano y Perú. Arq. Morten Ronnow (1914)
PALACIO DE LOS PAVOS REALES. Rivadavia 3222. Arq. Virginio Colombo (1915)
CONFITERÍA DEL MOLINO. Callao y Rivadavia. Arq. Franceso Gianotti (1916)
PALACIO GRIMALDI. Corrientes 2548. Arq. Virginio Colombo (1917)
PASAJE BAROLO. Av. de Mayo 1370. Arq. Mario Palanti (1919)


Club Español de Buenos Aires.
Actividades

Palacio Barolo: Visitas guiadas en www.palaciobarolotours.com
Asociación Art Noveau Buenos Aires: tours y actividades en www.aanba.com.ar

FOTOS EN LA PUBLICACION DE VISTA: arriba,  herrería de la puerta de acceso a la Casa Calise.
A la derecha, escalera en el Palacio Barolo, obra del arquitecto Mario Palanti.
FOTOS: fachada del edificio Otto Wulff (izq). Monumento Las Nereidas, realizado por Lola Mora y emplazado en la Costanera Sur (derecha). En la esquina de las calles Talcahuano y Tucumán, frente a la Plaza Lavalle, el edificio Mirador Massue fue proyectado con clara referencia art nouveau. Con el tiempo le llegó el eclecticismo arquitectónico (der. abajo).
FOTO: Palacio de los Lirios. Es uno de los edificios más representativos del modernismo catalán en la ciudad de Buenos Aires. Sus lirios recorren el edificio en forma ascendente y simulan sostener cada uno de los atributos arquitectónicos.
FOTO: a la izquierda, el acceso al edificio del Teatro Avenida, denota una herrería propia del estilo de principios de siglo.

Edificio Barolo.

Buenos Aires Art Nouveau

El estilo inspirado en las formas de la naturaleza, heredero del Jugendstil alemán, dejó en la trama de la ciudad ejemplos notables, joyas de la arquitectura impregnadas de espíritu porteño. Por Fabio Grementieri. Para LA NACION ADN 01-02-13.

La "babelización" de Buenos Aires se acelera al iniciarse el siglo XX con récords de oleadas de inmigrantes que conforman dos tercios de su población. La cabeza de la potencia sudamericana que cruje de progreso viene redefiniendo su imagen con diversos estratos de eclecticismo derivados de adaptaciones y combinaciones de culturas arquitectónicas europeas. Es, sin duda, la apoteosis del eclecticismo desprejuiciado, casi arrogante, de un país adolescente y nuevo rico pero que comienza a crear propias expresiones de cultura como el tango orillero, la literatura celebratoria del esplendor efímero o de las raíces ambiguas de la argentinidad.

Por ese tiempo, como un fenómeno estacional de la cultura europea, se despliega el resplandor Art Nouveau que tiñe fugazmente la escena arquitectónica internacional. Los artificios del nuevo siglo, inspirados en las formas de la naturaleza, en la sensualidad, en la búsqueda de la síntesis entre arte e industria, en la reacción contra el academicismo reinante tienen especies estilísticas diferentes que crecen en distintas regiones: Sezession en Viena, Modernismo en Cataluña, Liberty en Italia, Jugendstil en Alemania, Art Nouveau propiamente dicho en Bélgica y Francia.

La asimilación del estilo en estas tierras se inserta en un mecanismo similar al de cualquier corriente arquitectónica que llega aquí por esos años, alrededor de 1900. Sobre la base de un desprejuicio bien argentino se echaba mano a cualquier fuente de inspiración o modelo arquitectónico venido de Europa por cualquier medio. Por otra parte, las influencias se mezclaban a gusto del diseñador o del propietario, y en la materialización participaban profesionales, constructores y artesanos de distintas procedencias. La pasión por estar al día y, al mismo tiempo, fantasear con una tradición hacían que se tomaran todos los repertorios de ayer y de hoy. Así sucedió también con el Art Nouveau, que, con sus muchas cepas inmediatamente aclimatadas, conquistó sobre todo la edilicia privada aunque también se coló en algunas obras públicas.

En la Argentina, la afición por el Art Nouveau oscila entre la extravagancia y la presunción. Para la alta sociedad, es un divertimento de alcoba, casi a la manera del tango. Para los inmigrantes transformados en enriquecidos burgueses, es el traje de gala para demostrar su acelerada prosperidad. En muchísimos casos aparece como la hibridación entre tradición e innovación, el denominado eclecticismo modernista, de resultados ambiguos. En otros tantos acompaña estilos del repertorio del academicismo historicista y en particular se combina con el Luis XV, con el que forma un maridaje especial basado en la obsesión común por las formas curvas y la ornamentación opulenta.

En sus diversas versiones, el Art Nouveau se adhiere a las superficies exteriores e interiores de los edificios de distinta escala y función: desde la casa chorizo, pasando por el petit-hôtel,hasta llegar al edificio de renta para departamentos y oficinas, pero también en tiendas, teatros, hoteles y cines.

El método universal para construir modernismo se basaba en una composición de sustrato academicista o eventualmente pintoresquista, donde se combinaban originales aportes de variada procedencia en la definición de llenos y vacíos, de los detalles constructivos, de los elementos ornamentales, de la iluminación natural y artificial, o de las texturas, revestimientos o grafismos. La fórmula se completaba con el uso de los más diversos materiales (revoque, hierro, madera, vidrio, cerámica) para exacerbar líneas, texturas y colores. En Buenos Aires la mayoría de las obras se encuentran al oeste de la zona céntrica, en los barrios de Montserrat, San Cristóbal, y en las áreas de Congreso y Once, allí donde se asentaron las clases medias y la burguesía ascendente.

El Art Nouveau fue elegido por distintas colectividades inmigratorias para expresar su ascendencia a través de formas referenciales pero innovadoras, como en el caso del Club Español, fruto de un concurso ganado por el ingeniero holandés Enrique Folkers. Y también fue adoptado oficialmente por la Exposición Internacional del Centenario, esa megamuestra celebratoria del progreso argentino que se desarrolló en diversos sitios del área norte de la ciudad. La mayoría de los pabellones nacionales y extranjeros incorporaban el nuevo lenguaje decorativo en diversas versiones. El "sezessionismo" austríaco impregnaba la Plaza de Armas frente al hipódromo diseñada por Julián García Núñez para la representación española, donde desfiló la infanta en carruaje, y también teñía dos obras de Enrique Prins: el palacio con cúpula y brazos curvos consagrado a la Exposición Industrial junto al Rosedal y el Pabellón Frers en La Rural. En la sección de Comunicaciones y Transportes se lucían el estilo Liberty de los italianos en los portales de ingreso y en su propio pabellón. También en otros diseñados para provincias como Mendoza y Tucumán o el del Servicio Postal, único sobreviviente maltrecho de todo lo construido para los fastos del Centenario. En otros casos aparecían versiones telúricas del estilo como el relicario paraguayo de madera inspirado en obras de Horta o Guimard. Fue un festival efímero del nuevo estilo y la paradójica postal arquitectónica nacional de los festejos en el contexto de obras públicas que consagraban el clasicismo dieciochesco en manos de arquitectos Beaux Arts.

En el mundo Art Nouveau porteño descollaron cuatro maestros que hicieron obras particulares de gran originalidad, verdaderos monumentos que traspasan la frivolidad de un estilo o de una moda. El primero de ellos fue Julián García Núñez, quien estudió en Barcelona y recorrió el camino más afín a la innovación europea. Sus formas despojadas, el predominio de las rectilíneas y una policromía muy acotada presagian modernidades de posguerra. La ornamentación que despliega no está divorciada de la estructura. Ejecutada mediante diversos materiales, es un grafismo que expresa líneas de fuerza, provoca reverberaciones o realza la dinámica de la composición. Produjo edificios de alta calidad de diseño y factura, donde hasta el más mínimo detalle se inscribía dentro de la lógica del diseño total. Entre sus obras más importantes se cuentan el Hospital Español sobre la avenida Belgrano (casi todo demolido); el edificio de oficinas de Chacabuco 78 donde asombra el patio interior central coronado por una claraboya, surcado por la alta jaula del ascensor y orlado por balcones de piso translúcido; y varios edificios de departamentos donde recicla postales de Barcelona, Milán o Viena pero también de Tánger y Alger. Otro de los maestros fue el italiano Virginio Colombo, que proyectó para connacionales enriquecidos que se dedicaron al comercio, la industria y la especulación inmobiliaria. A estos emprendedores les gustaba una arquitectura pensada para optimizar el uso de terrenos profundos, que permitían la multiplicación de unidades comerciales o de vivienda, con rasgos de ostentación y extravagancia, según los cánones académicos. La producción de Colombo es rica, variada y raramente pasa inadvertida en la escena urbana. Las frondosas fachadas de sus edificios aparecen como cascarones parlantes que inquietan no sólo por la flora, fauna y estatuaria que las pueblan sino también por los claroscuros realzados por diversas texturas y materiales. Esta parafernalia de imitaciones de piedra, granito y mármoles fue fruto de la habilidad de escuadrones de albañiles y "frentistas" italianos que plasmaron al pie de la letra los diseños del arquitecto.

El segundo del trío de capos italianos fue Francesco Gianotti, quien proveyó a Buenos Aires de dos obras cumbres: la galería Güemes y la Confitería del Molino. En ambas se combinan la alta tecnología del hormigón armado que permitía acrobacias volumétricas y espaciales, y la frondosidad preciosista y minuciosa de la ornamentación que sublimaba la experiencia sensorial. En el primer caso se trata de un edificio multifuncional, a la manera de un microcosmos urbano de carácter futurista, suerte de nave autosuficiente que incluía un teatro, un cabaret, dos restaurantes, pisos de vivienda y de oficina, galería con locales comerciales y terraza-mirador; todo ello servido por alardes técnicos inusitados para Buenos Aires. Por su parte, la Confitería del Molino, construida en tiempo récord, fue en realidad una ampliación de un edificio que resultó en una impresionante fachada orlada por una ampulosa marquesina y culminada en un torreón, ambos elementos cubiertos con vitrales iluminados desde adentro con luz eléctrica.

Cierra la trinidad italiana Mario Palanti, figura destacada no sólo por sus obras materializadas sino también por su reflexión teórica y su experimentación formal. Palanti intentó, en algunas de sus construcciones y en numerosos proyectos, desarrollar un estilo que fuera representativo de los nuevos tiempos signados por la metropolización y monumentalización. Dentro de una actitud conservadora, aparentemente antivanguardista, exploraría el camino que el expresionismo europeo libertario y de inspiración esotérica intentaba trazar en esa misma época. Gran "sintetizador", Palanti "remixó" diversos estilos decimonónicos: neorrenacimiento, neorrománico, neogótico. Pero además supo combinar el vértigo y la vibración tanto del barroco Piranesi como del futurista Sant'Elia. Su obra magna es el Pasaje Barolo (mellizo del Palacio Salvo en Montevideo).

Concebido a partir de un programa que preveía distintos usos, la plasticidad reina en las masas exteriores así como también en los espacios interiores. El lenguaje arquitectónico del edificio es difícil de inscribir en un estilo o escuela precisa. Representa un importante intento de conjugar distintas trazas de la tradición arquitectónica europea medieval con modernas técnicas constructivas a la manera estadounidense y rasgos de carácter rioplatense. Calificado por su autor como "rascacielos latino", el Barolo es representativo de una actitud arquitectónica impregnada de prefiguraciones oníricas, de gestos únicos y de ideales heroicos, dentro del espíritu del Risorgimento italiano en camino hacia su desenlace fascista. En la búsqueda de una nueva arquitectura, superadora de las tensiones a las que había llegado el eclecticismo historicista, el edificio es una pieza única que demuestra la posibilidad de aunar creatividad y respeto por el entorno.

El Art Nouveau porteño se prolonga hasta principios de la década de 1920, cuando comienzan a despuntar otros expresionismos: el neocolonial y el Art Déco. El contexto europeo fue bien diferente del argentino. Allí el nuevo estilo buscaba romper con la tradición, enancado en un desarrollo industrial que se incrementaba aceleradamente. Aquí, en cambio, dominaba el puro impulso de proyectarse hacia adelante, hacia la modernidad. La riqueza de la producción local en su conjunto proviene de ese afán pero también de la apropiación de múltiples aportes que la transforma en un Art Nouveau eclecticista y paneuropeo, paradójicamente plural dentro de una corriente que ensalzaba la singularidad.

·         1905 Palacio de los Lirios (Av. Rivadia 2031) Arq.: E.S. Rodríguez Ortega
·         1906 Hospital español (Av. Belgrano 2975) Arq.: Julián García Nuñez
·         1907 Farmacia suiza (Maipú y Tucumán) Arq.: Louis Dubois
·         1908 Club Español (B. de Yrigoyen 172) Arq.: Enrique Folkers; Tienda Gath & Chaves (Florida y Sarmiento) Arq.: F. Fleury Tronquoy
·         1910 Hotel Centenario (Av. de Mayo 769) Arq.: Oskar Razenhofer
·         1912 Edificio del Bazar Dos Mundos (Av. Callao y Sarmiento) Arqs.: Emilio Hugue y Vicente Colmegna
·         1913 Sociedad "Unione Operai Italiani" (Perón 1368) Arq.: Virginio Colombo
·         1914 Yacht Club (Dársea Norte) Arq.:Eduardo Le Monnier; Edificio Otto Wulff (Av. Belgrano y Perú) Arq.; Morten Ronnow
·         1915 Palacio de los Pavos Reales (Rivadavia 3222) Arq.: Virginio Colombo
·         1916 Confitería del Molino (Callao y Rivadavia) Arq.: Franceso Gianotti
·         1917 Palacio Grimaldi (Corrientes 2548) Arq.: Virginio Colombo
·         1919 Pasaje Barolo (Av. de Mayo 1370) Arq.: Mario Palanti

A la medida de las fortunas frescas

Por Alicia de Arteaga | LA NACION-Opinión. ADN 01.02.13.

Cuando el Art Nouveau se convierte en el estilo de moda, Buenos Aires vive los fastos del Centenario y la euforia propia de días de bonanza. Es la culminación de la apropiación de los modelos europeos y de su arquitectura, que, capa sobre capa, va conformando un patrimonio único, no renovable y originalísimo por la manera como se reinterpretan los estilos. Fabio Grementieri, arquitecto y autor de la serie de notas sobre el patrimonio de Buenos Aires que nos acompaña en adncultura en este tórrido verano, llama pastiche al mestizaje estilístico. Una forma singular de apropiarse de lo que viene de afuera, para construir versiones propias con los manuales ajenos según las ambiciones de los argentinos descendidos de los barcos.

No hay territorio más fecundo que el Art Nouveau para plasmar los caprichos de una clase ascendente y poderosa que necesita ser legitimada. En la conjunción de naturaleza, técnica y sensualidad, todo, o casi todo, parece estar permitido: puttinis colgados de la fachada, guirnaldas de mampostería, frisos de cerámica y motivos decorativos vegetales. El resultado es un eclecticismo rastacuero que hubiera hecho las delicias de Valéry Larbaud, el millonario francés dueño de los manantiales de Vichy, creador del personaje que lo eclipsó como autor: A. O. Barnabooth. Archibald Olson, viajero de trenes de lujo, decía haber nacido en Arequipa y ser ciudadano de Nueva York... pero bien podría haber sido porteño. Cosmopolita y excelente traductor, Larbaud difundió la obra de Ricardo Güiraldes, a quien había conocido en una librería de París en los años veinte y con quien mantendría una encantadora correspondencia. Estos edificios magníficos y recargados eran el símbolo de una sociedad opulenta que no medía el gasto -como Barnabooth-, cuyo mejor ejemplo es la Exposición Internacional del Centenario y la rica secuencia estilística de sus pabellones. Empujada por los intereses inmobiliarios, la piqueta sacrificó varios eslabones de la virtuosa cadena del patrimonio arquitectónico; sin embargo, tal como puede verse en estas páginas, quedan razones suficientes para hacer de la arquitectura el principal argumento de visita según una encuesta de 995 casos realizada por el Observatorio del Ente de Turismo de la Ciudad. Mis vecinos suizos dicen que prefieren venir en noviembre por lo bien que se llevan el azul del jacarandá con la piedra París.

Líneas y alturas

Viernes 01/02/13. La Nación. ADN Cultura. El Art Nouveau en la Argentina, más allá de su ecumenismo europeo, tuvo su gran originalidad, inhallable en otras partes del mundo. Fue el único que estuvo indisolublemente ligado al surgimiento y la difusión de las estructuras de hormigón armado. En Europa todo el estilo se basa en el aprovechamiento de las estructuras y de la manipulación decorativa del hierro. El hormigón armado irrumpe en el país hacia 1900 y es de fuentes italianas, francesas y alemanas. Se incorpora en un comienzo de manera experimental a construcciones de diverso tipo, combinado con estructuras de mampostería de ladrillo y metálicas. Los italianos mezclan hierro y hormigón para lograr el ferrocemento y también tienen la osadía de levantar los primeros edificios completos, sus palazzi, con esqueleto de hormigón. Pero también lo utilizan para otras funciones: tabiques divisorios, decoración y hasta equipamiento y mobiliario fijo. Para ellos este material hecho de cemento, arena, piedras partidas y refuerzos metálicos era la "pasta madre" única, con la que hacían el revoque símil piedra para todo tipo de fachadas. Al mismo tiempo, algunos profesionales argentinos asociados con franceses también comienzan a utilizar la versión gala de esa tecnología en obras privadas. Y los alemanes se imponen con su rigor y profesionalismo a través de sólidas empresas constructoras.
Para el Centenario se levantan monumentos públicos y privados en estilo Art Nouveau con estructuras de hormigón y revestimientos símil piedra. Tal el caso del Palacio de Gobierno de Tucumán o la Escuela Normal Sarmiento en San Juan, la primera estructura antisísmica del mundo, obras ambas del ingeniero Domingo Selva. En Buenos Aires, como en ninguna otra ciudad, despuntan los "rascacielos" con la misma combinación, como la galería Güemes y el Pasaje Barolo. Vanguardia formal pero también tecnológica la que ofrecía la Argentina con estos dos edificios, los más altos del planeta con estructura de hormigón armado en la década de 1910 y 1920 respectivamente. F.G.

Revitalizan el Art Nouveau en Buenos Aires

Dos entidades se unen para posicionar a la ciudad como la capital de América latina de ese estilo. Por Felicitas Sánchez  | Para LA NACION Sábado 07/09/13.

El vibrante espíritu bohemio, que floreció en los cafés y las milongas de la inquieta Buenos Aires de principio de siglo XX, sigue silenciosamente vivo. Sobrevive encapsulado en las fachadas de antiguos y exquisitos edificios, en viejas joyas, trasnochados faroles, y en antiquísimos muebles. Vive en todo aquello creado en la primera mitad del siglo XX, siguiendo el estilo y la filosofía Art Nouveau que reinó en aquella época de oro porteña.
Aquello que queda de esta explosión artística que vivió la Buenos Aires del 1900 ahora forma parte de un patrimonio histórico y cultural poco valorado. Pero esto puede estar por cambiar, ya que el jueves pasado se presentó la flamante Asociación Art Nouveau de Buenos Aires (Aanba) junto con su hermana la Academia Porteña del Art Nouveau.

La presentación, como no podía ser de otra manera, fue en el emblemático Palacio Barolo, y coincidió con el 90º aniversario de ese edificio porteño. Allí los directores de la asociación explicaron, ante unas 250 personas, que su objetivo es revalorizar el patrimonio y posicionar a Buenos Aires como la capital latinoamericana del Art Nouveau. Mientras que la Aanba será la responsable de las tareas de difusión y elaboración de proyectos, la academia porteña a tendrá a su cargo el trabajo de investigación.

"El tango, el fileteado y el Art Nouveau, fueron tres expresiones emblemáticas de una época de Buenos Aires, y tanto el tango como el fileteado tuvieron su resurgimiento en la actualidad. Ahora creemos que le toca al Art Nouveau que aún sigue siendo relativamente desconocido", explicó en el evento el presidente del Aanba, Willy Pastrana.

Luego, en un charla con LA NACION, Pastrana informó que la asociación tiene ya varios planes en marcha. En noviembre comenzarán a realizar una serie de galas temáticas para recaudar fondos. Estas estarán ambientadas en el estilo Art Nouveau por los Decoradores Argentinos Asociados (DARA) y se realizarán cada dos meses en un edificio distinto y representativo de ese estilo.

El ambicioso plan contempla, además, la posibilidad de crear la Escuela de Artes y Oficios del Art Nouveau, donde se impartirán cursos en diferentes disciplinas en este estilo. "Este era un movimiento artístico muy artesanal que abarcaba todas las disciplinas. Se hacían en estilo Art Nouveau edificios, pero también afiches, lámparas, cubiertos, muebles, entre otros. Por lo cual nos gustaría impartir cursos en este estilo en las áreas del diseño gráfico, el diseño de objetos y las expresiones plásticas" afirmó Pastrana.

Otra etapa del plan de trabajo contempla, por último, el lanzamiento de una serie de documentales al tiempo que, acompañados por mapas y guías, se organizarán rutas turísticas para extranjeros.
Durante el evento del lanzamiento se nombraron a los Académicos Honoris Causa que entonces pasaron a formar parte de la Academia Porteña del Art Nouveau. Así, recibieron su diploma en el Palacio Barolo el maestro del fileteado porteño, Martiniano Arce; el arquitecto Javier Iturrioz; el periodista Martin Wullich, y la cantante de tango Susana Rinaldi, entre otras personalidades del arte y la arquitectura porteña. También fueron nombrados como parte del consejo académico los embajadores de Francia y España en Argentina, el ministro de Cultura Hernán Lombardi y de Desarrollo Urbano Daniel Chain, y el Dr. Bartolomé Mitre.

Edificios emblemáticos

Algunos de los íconos del art nouveau en la Ciudad son el Club Español, ubicado en Bernardo de Yrigoyen 172, y la tienda Gath & Chaves, en Florida y Sarmiento. Ambos datan de 1908. También la Confitería del Molino, del arquitecto F. Gianotti, y el Pasaje Barolo, en Avenida de Mayo 1370, responden a este estilo.

Acaban de lanzar un mapa que valoriza 50 maravillas arquitectónicas de esa corriente que brilló en el fin de siglo, hace más de 100 años. Los secretos de obras como el edificio Otto Wulff y la Casa de los Lirios. Revista Ñ. 10/01/14.

Algunos ostentan su belleza desde la fachada: el Casal de Cataluña, por ejemplo, ornamentado y llamativo, atrae como un tesoro en el corazón de San Telmo. El Palacio de los Pavos Reales, de Virginio Colombo, en Balvanera, también: es fastuoso por fuera pero también lo es por dentro, con sus bellísimos diseños de coloridos pájaros. Y la Casa de Los Lirios, célebre por su frente ondulado que sobresale en la avenida Rivadavia al 2000, donde vivieron el fotógrafo Alejandro Kuropatwa y también Fito Páez, es otro símbolo que aún hoy exhibe esa época dorada de la arquitectura porteña. Otros están en estado de abandono, son los que necesitan un rescate urgente. Como la Confitería del Molino, frente al Congreso. Pero todos, por fuera, o por dentro, tienen piezas exquisitas del Art Nouveau porteño. Para descubrirlas y resguardarlas, una asociación sin fines de lucro acaba de lanzar un mapa que identifica a 50 edificios representativos de este lenguaje y hasta ubica a Buenos Aires, nada menos, como la ciudad sudamericana con mayor riqueza en esta corriente de arquitectura.

El mapa, que fue lanzado por la Asociación Art Nouveau de Buenos Aires (AANBA), tiene cinco recorridos que pasan por distintos barrios (San Telmo, Recoleta, Congreso, Balvanera y Centro) y con él apuntan tanto a vecinos de la Ciudad como a turistas que buscan experiencias no convencionales: recorrer las calles con otros ojos, con cuidado y memoria y también con fascinación. El mapa se consigue gratis en hoteles, comercios, oficinas de turismo y de tours, edificios Art Nouveau, librerías, kioscos de revistas, museos, lugares turísticos y hasta en Internet. Y se completa con una serie de tours personalizados que los mismos especialistas armaron para descubrir, en un paseo a pie, los grandes secretos detrás de estas construcciones.

El emblemático edificio y pasaje Barolo, del italiano Mario Palanti, faro de Buenos Aires, está teñido de Art Nouveau en sus molduras pero además es un verdadero rompecabezas sincrético, incluso arquitectónico, con influencias Art Decó e hindúes: hecho en homenaje e inspiración de la Divina Comedia del Dante, tiene un sinnúmero de referencias ocultistas, tales como la repetición de múltiplos del número 3, un símbolo de la masonería. El caso del Palacio de los Pavos Reales es un ejemplo del modernismo catalán encabezado por el inigualable Antoni Gaudí: alejado de circuitos turísticos convencionales, está lleno de tesoros para conocer. Y también de historias: firmado por el maestro italiano Virginio Colombo, se muestra en Rivadavia al 3200 con más de cien años (es de 1912): fue el más alto de su entorno y su frente es único: con c uatro pares de pavos reales enmarcando los balcones y otros tantos leones, es una pieza que revela el rescate de la naturaleza tan propio del espíritu Art Nouveau. Ese es un edificio con misterios por conocer. Pero no es el único: en lo alto de la fachada de la Casa de Los Lirios, otra obra extraordinaria del argentino Rodríguez Ortega (1905), que recuerda al catalán Gaudí, hay una figura que unos identifican como Poiseidón y otros como Eolo; cualquiera sea el dios, aparece con largos cabellos que simulan el movimiento del viento. Sobre la misma fachada, además, caen las flores que le dan el nombre y que están inspiradas en el Art Nouveau francés.

En San Telmo, en cambio, hay otra línea. El Edificio Otto Wulff, de Belgrano y Perú, es obra del danés Morten F. Rönnow y es de estilo Jugendstil, como se denomina al Art Nouveau en Autria y Alemania (ver Varios nombres...). En pie desde 1914, fue creado como sede diplomática del imperio austrohúngaro y tiene tantos detalles como mitos. Tanto el mapa como los tours buscan eso: revelar el uso cotidiano de estos palacios magistrales, pero también contar sus orígenes, para qué fueron hechos y por qué son hijos que la inmigración trajo de las corrientes artísticas europeas; qué huellas dejaron y por qué tienen que ser resguardados. “Por eso el objetivos del proyecto es difundir estas construcciones para que de esa manera sean revalorizadas y preservadas, posicionándolas como un bien cultural que pertenece a todos”, sintetizó Willy Pastrana, presidente de la AANBA, la asociación que integran profesionales de distintas áreas (www.near-art.com). Y otra misión: impulsar un proyecto para que la Ciudad sea declarada Capital Latinoamericana del Art Nouveau. Para Luis Grossman, arquitecto y director General de Casco Histórico, es una misión justa. “El Molino o la Güemes fueron primicias para toda Latinoamérica. Buenos Aires fue vanguardia en el tema arquitectónico. Y por eso es un planteo válido”, destacó.

Art nouveau

Curvas, arabescos y formas de la naturaleza definen este estilo moderno, surgido en Francia y Bélgica a fines del siglo XIX. Clarín Viajes. 17/03/13.

Quien ama las ciudades, como El Viajero Ilustrado, reconoce vivamente las bellezas ocultas de Buenos Aires. Por eso le gusta abstraerse del ruido y descubrir, por ejemplo, en la esquina de Rivadavia al 2000, a dos cuadras del Congreso de la Nación, un edificio singular. Construido en 1912, el Palacio de los Lirios es un ejemplo de la marca dejada por el art nouveau. Su cúpula acebollada, formada por casi mil piezas de vidrio espejado, tiene influencias del gran arquitecto catalán Antoni Gaudí. La terraza esgrime, a ambos lados, réplicas a escala de la Puerta del Dragón, que el artista diseñó para la finca Güell en Barcelona.

Con sus curvas, arabescos y homenajes a las formas de la naturaleza, arquitectura en hierro y abundante uso del vidrio, el art nouveau se difundió desde Bélgica y Francia hacia toda Europa entre 1890 y 1914, como reacción “moderna” ante la arquitectura historicista que reproducía modelos del pasado. Con distintos nombres europeos, brilló en Alemania y Austria, donde se lo llamó “Jugendstil” o “Sezession”. En Italia era el “Stile Floreale” o “Liberty”. En Inglaterra fue el “Modern Style”, con obras emblemáticas de Charles Rennie Mackintosh como la Escuela de Artes de Glasgow.

Hay quien opina que el art nouveau nació a partir del movimiento inglés “Arts and Crafts” de William Morris, decisivo por su idea de crear objetos hermosos para el uso cotidiano. Marcó el diseño gráfico y la publicidad, la arquitectura, la joyería y los muebles. Sus diseños adoptaron las figuras planas, con gran pureza de líneas. Además de la influencia inglesa, el art nouveau se inspiró en el arte oriental, celta y románico. Incluso el folclore gitano fue una marca de estilo en Budapest, con obras del arquitecto Odon Lechner como el Museo de Arte Decorativo.

La variante catalana en España se llamó “Modernismo”. Fue uno de los fenómenos más creativos de Barcelona, como lo muestra el espléndido “Palau de la Música”, obra del arquitecto Lluis Domenech i Montaner, o la catedral de La Sagrada Familia diseñada por Gaudí. Las mansiones creadas por Gaudí para la alta burguesía de Barcelona –la Casa Battló, la Casa Milá y La Pedrera– revelan mucha audacia de los mejores artesanos, un gran conocimiento de los materiales y del arte románico y árabe.

Cuando visita la calle dedicada al obispo Albert en Riga, capital de Letonia, El Viajero se asombra ante la hilera de mansiones y edificios de departamentos estilo art nouveau, magníficamente conservados, construidos por el arquitecto Mihail Eisenstein entre 1901 y 1910. Muestran bajorrelieves, estatuas, arabescos y máscaras.

El Viajero se sorprende también en Austria ante las obras de Otto Wagner, como la sede de la Caja Postal de Viena, la iglesia Steinhoff, la estación de subte Karlplatz y el edificio Majolikahaus, donde abundan los azulejos.

En Praga la estrella es Alfons Mucha, famoso diseñador que en París había hecho los afiches para la actriz Sarah Bernhardt. Sus líneas sinuosas con flores, hojas y figuras femeninas también se pueden ver en los vitrales de la catedral de Praga y en el museo dedicado a Mucha en esta ciudad.

En Francia, El Viajero descubre este estilo aplicado al diseño de interiores, joyas, forja, vidrio, cerámica y telas, también en las ilustraciones, populares hacia 1900 con las litografías. El Art Nouveau florece en las estaciones de subte, creadas por el arquitecto Hector Guimard con formas que recuerdan a las libélulas. Hay que darse una vuelta por la Rue Rapp 29 –en el elegante 7° Arrondisement– para ver la mansión que Jules Lavirotte hizo allí, ganadora del premio a las fachadas en 1901. En las artes aplicadas, brillaron los diseños de joyeros como Lalique y Emile Gallé.

Cuando visita la casa Lis de Salamanca, transformada en museo, El Viajero descubre el estilo art nouveau en sus artificios de hierro y cristal pero sobre todo en la exquisita colección de lámparas y jarrones de vidrio, frascos de perfumes, figuras de cristal traslúcido e irisado y juegos de mesa y una importante colección de esculturas en oro y marfil.

Pero al volver a Buenos Aires, El Viajero no puede menos que lamentar las empalizadas que afrentan la fachada de la Confitería del Molino, frente al Congreso. Su torre aguja, sus vitrales y adornos, que merecieron ser declarados patrimonio art nouveau por la Unesco, pelean contra el polvo, la destrucción y el olvido. Las ciudades, piensa, se hacen de maravillas y miserias.

ENTRADAS RELACIONADAS EN ESTE BLOG:

30/11/09 - Las inquietantes obras del Arq. Salamone

lunes, 20 de junio de 2016

Piazzolla, Bowie y Lennon: 3 genios en Nueva York

Todavía no conozco Nueva York, la capital del imperio, aunque la foto en blanco y negro que me sacaron en mi juventud bajo esa estatua conocida podría funcionar como premonición (después les cuento). Las tres historias de estos tres músicos excepcionales están conectadas por esa ciudad y se me ocurrió juntarlas. Horanosaurus.

PD1: ¿saben en qué lugar de Buenos Aires está la réplica de la estatua de la libertad? ¿Nunca tomaron el popular colectivo 60? Los norteamericanos monopolizan hasta la libertad pero en el patio trasero tenemos esta copia, que vaya a saber a que "prócer" se le ocurrió instalar entre los porteños. 

PD2: si visitara NYC desearía ver el frente del Chelsea Hotel (leer "Eramos unos niños" de Patti Smith), la fachada de la hoy inexistente The Factory o ir al Blue Note. Por más admiración que me provoquen Piazzolla, Bowie y Lennon, confieso que no se me ocurriría seguir los periplos recomendados en estas notas ni con dósis altas de bourbon encima. 

Circuitos. Estados Unidos.

Donde Piazzolla empezó su romance con el tango

En el barrio East Village, casas, calles, baresy leyendas atestiguan la infancia del bandeonista en Nueva York. Un recorrido tras sus primeros pasos como músico. Clarín Viajes. 19/06/16. Por Gustavo Ng.

Se crió en Lower Man­hattan, pero no parece verosímil que Ástor Piazzolla haya peleado un round con Jake La Motta. También es difícil que su maestro de piano, un vecino casual, fuera discípulo de Serguéi Rajmáninov. Piazzolla tenía una fuerte tendencia a hacerse leyenda, siendo Nueva York una de las ver­tientes que la nutren. Es que esta ciudad es tierra de leyendas, y lo más interesante de estos relatos no es que no sean realidad sino que tengan un fondo de verdad. Piaz­zolla pudo haber mentido en todo, pero la verdad es que fue un genio y su música es maravillosa. Y la ver­dad es que el barrio donde se crió, el East Village, es mágico.

De visita a esta fascinante ciudad de Estados Unidos es posible mo­verse tras los pasos de la niñez del músico en el East Village, que se extiende desde la calle East Houston hasta la East 14th y desde East Lafayette y la 4th Avenue hasta el East River. El barrio explica con claridad quién fue Piazzolla, sin contar que ofrece un costado neo­yorquino sorprendente.

Érase una vez.En 1925, Vicente Piazzolla fue con su esposa y su hijo Astor, de 4 años, a Nueva York. Allí se quedaron hasta 1936. El primer lugar donde vivieron es el número 8 de Saint Mark's Place (East 8th. Street). En las noches en que el frío mor­día, el edificio sentía el desconsuelo de Julio de Caro o de Carlos Gardel, que salía de la victrola de Nonino. El East Village fue siempre territo­rio de inmigrantes, italianos, ucra­nianos, portorriqueños.

Astor se crió en la calle, con amigos que tenían apellidos como Sommerkovsky o Graziano. Se hi­zo un streetwise, un sabandija. "En Nueva York aprendí a hacerme duro y a cuidarme", dijo en una biografía. Y también: "Todo queda bajo la piel".

La cuadra donde pasó sus prime­ros años es un corazón del East Vi­llage, que albergó gangs en aquella época, y luego fue un entrevero de hippies, bohemios y punks, siempre con el mismo espíritu de libertad, excentricidad y arte. Fue el barrio de Iggy Pop, Charlie Parker, Jean Michel Basqiat, John Leguizamo, Choleo Sevigny, Dave Manitoba y Madonna. The Ramones tocaban por monedas y Patti Smith leía poemas en las se­siones de la St. Mark Church (East 10th Street y 2nd Avenue), a las que cualquiera podía asistir.

Piazzolla recordaba que a metros de su casa estaba el Orpheum, en la 2da Avenida, donde tocaban músicos como Gershwin y Sophie Tucker. Aún está -y hoy se puede ir- el increíble Stomp, espectácu­lo de percusión que combina un despliegue de objetos, artilugios y expresión corporal.

Hoy, entre el teatro y la casa de Piazzolla abundan pizzerías, pe­queños restaurantes árabes, japo­neses y mexicanos, tabaquerías orientales, puestos en que pakistaníes venden sombreros, bijouterie y remeras con la onda del barrio; locales de ropa tibetana y centros de yoga.

 
Piazzolla y Gardel según Hermenegildo Sabat.

Tatuajes y arquitectura. En el East Village lo alternativo es marca de origen. Hay mucho pro­ducto oriental como alternativa a Occidente. Está lo mexicano, lo vegano, lo barato (alternativa al consumismo), los tatuajes y piercings, lo desprolijo en contraste con una ciudad elegante. Es alternativo del mismo modo en que Piazzolla es lo diferente al tango tradicional.

Es un barrio fuera de la pasarela turística. Uno se podría llevar de recuerdo un tatuaje y sin dudas vol­verá con fotos de los frentes de los edificios, las viejas construcciones que enamoran de Nueva York. Mu­chas tienen una placa recordando qué funcionó allí, lo que agrega un toque histórico a un barrio que es una galería de arquitectura.

Uno de los edificios que tiene una placa es el 313 de la East 9th Street, donde se consigna que allí vivió el compositor Ástor Piazzolla. Aún está la puerta por la que entraron el padre y su hijo de 8 años el día que fueron a comprar un ban­doneón a una casa de remates. A pocos metros está el legendario restaurante ucraniano Veselka (144 2nd. Av.), clavado en el corazón de muchos neoyorquinos porque allí encuentran una comida acogedora. Pedimos unos pierogies fritos relle­nos con queso y papas, y una ham­burguesa que sólo hace Veselka.

Hay un grupo de turistas jóvenes, una señora ucraniana que vivió en el East Village y un matrimonio de neoyorquinos con un bebé. "¿Qué es eso?", dicen que preguntó Ás­tor cuando el padre le dio el ban­doneón. Ya adulto, repetía que su profesor no le enseñó milongas sino amor por Bach.

De la mano de Gardel. La cuadra de la segunda casa de Piazzolla es otro concentrado del East Village, aunque más actual, con boutiques exclusivas, micro galerías de arte, locales de perfumes, de anillos o de vestidos dorados y una colección de tiendas vintage donde se esconden accesorios Marc Jacobs o Prada, botas de cuero le­gendarias, brazaletes de oro, jeans Kate Spade, lentes Illesteva y más joyas a precios impredecibles.

Se suceden una carnicería or­gánica, una casa de masajes, una sastrería antigua, un winebar y un centro de arte taoísta. Todos los edificios son iguales al de Piazzolla , de los años 20, y el mundo de esa cuadra es puro Piazzolla, sorprendente, acelerado,cuantioso, exquisito. No hay por qué quedarse con las ganas de entrar a cada lugar.

En los alrededores se consegui­rán discos increíbles en A1, 439 (East 6th Street), Other Music (15 East 4th Street) y en Good Records (218 East 5th Street). Estamos en un barrio bohemio. En el 66 de la A Avenue está Mast Books, libre­ría magníficamente curada, y en el 828 de Broadway, la legendaria Strand Book Store.

Podríamos dejarnos tentar por el bar McSorley's Old Ale House (15 East 7th Street), cerca de allí, con su siglo y medio de vida, su aire de cueva histórica, el espíritu de bebe­dores como Abraham Lincoln, las esposas de Houdini colgadas en una pared, la luz de otra época que se pierde en la madera oscura.

La taberna está igual que cuando el pequeño Ástor tocaba en el Café Latino. Luego tocaría en el show An evening in Argentina, en el Roerich Hall, y más tarde presentaría su primer tema, "Step by step in Broad­way", rebautizado por su padre "La Catinga" para que sonara tangue­ro. Todo eso antes de que Piazzolla cumpliera 15 años.

Al chico no le interesaba el tango, pero Nonino -su padre- supo que Gardel estaba en la ciudad y lo llevó a conocerlo. Gardel lo adoptó, lo llevó a Macy's y a Saks como intér­prete, lo hizo trabajar de canillita en "El día que me quieras". Lo in­vitó a su gira por Colombia. Nonino no lo dejó porque era chico. Más tarde, Ástor escribiría a Gardel una carta imaginaria: "Era la primavera del 35 y yo cumplía 14. Los viejos no me dieron permiso y el sindicato tampoco. Charlie, ¡me salvé! En vez de tocar el bandoneón estaría tocando el arpa".

(...) Donde informarse

www.guiadenuevayork.com

Hay más de Astor Piazzolla y su historia en: Piazzolla, mi viejo y yo


Tour melómano por la ciudad en la que el Duque Blanco residió durante más tiempo y que hoy lo despide con conciertos, ofrendas florales y agotando las ediciones en vinilo de sus discos. LN 21/02/16.

NUEVA YORK (The New York Times).- David Bowie fue neoyorquino durante más de 20 años. Para él, eso es prácticamente una eternidad si consideramos la multitud de vidas que tuvo, desde el punto de vista musical, geográfico y demás. "No me imagino viviendo en otro lugar", comentó Bowie, nacido en Brixton, al sur de Londres, y con residencias en Berlín; Lausana, Suiza, y en varias otras ciudades, durante una entrevista en 2003. "He vivido en Nueva York más de lo que viví en ningún otro sitio. Es sorprendente: soy neoyorquino".

De algún modo logró asentarse y llevar una vida hogareña similar a la de muchos otros residentes del SoHo o sus alrededores (aunque muchos lo hacen sin la esposa supermodelo ni penthouse), curioseando libros en McNally Jackson y haciendo las compras en Dean & DeLuca, entre otras rutinas de bajo perfil que el dramaturgo John Guare llamó "este manto de invisibilidad".

Inmediatamente después de difundirse la noticia de la muerte de Bowie el 10 de enero, dos días después de su cumpleaños número 69 y el lanzamiento de su álbum Blackstar, los fans comenzaron a improvisar una especie de santuario frente al edificio de departamentos del SoHo donde había vivido con su esposa, Iman, desde 1999, y su hija, Lexi, que llegó al año siguiente. Bowie e Iman compraron su primera casa en la ciudad en 1992, un departamento en un noveno piso en el Essex House Hotel de Central Park South, que vendieron en 2002. "Así como cada uno encuentra algo singular en la música de David, aceptamos que cada quien lo homenajee como le parezca", escribió la familia de Bowie en una declaración pública. Si busca una manera de honrarlo en la ciudad a la que él consideraba su hogar, lo cierto es que no faltan maneras de lo más interesantes.

Salir a caminar. Del edificio donde vivía, al 285 de la calle Lafayette, Bowie estaba a pasos de muchos sitios que solía frecuentar. Encabeza la lista, según The Independent, el Washington Square Park. Esto escribió sobre el parque en un ensayo de 2003 para la revista New York: "Es la historia emotiva de New York en una breve caminata".

Caminar en general (cuanto más temprano en el día, mejor) era la manera preferida de Bowie para palpar la vida de Nueva York. "La impronta de la ciudad cambia de forma y se desarrolla a medida que más y más gente se vuelca a la calle. Una transferencia mágica de poder de la arquitectura a lo humano", escribió. El parque está a diez minutos a pie del departamento de Lafayette, donde los fans siguen dejando mensajes, fotos y flores frente al edificio y donde el músico Glen Hansard le rindió homenaje el pasado 12 de enero con una reproducción acústica del clásico de Bowie Ashes to Ashes.

Comprar un libro. La librería The Strand (al 828 de Broadway) era otro de los destinos predilectos de Bowie. En 2003 escribió: "Es imposible encontrar el libro que querés, pero siempre encontrás el libro que no sabías que querías". También frecuentaba McNally Jackson Books (al 52 de Prince Street). Tras su muerte, la librería tuiteó: "Tuvimos la suerte de venderle ocasionalmente libros a David Bowie, quien, además de ser, ya saben, Bowie, fue un gran lector." Tenga en cuenta las numerosas biografías de Bowie o lea alguno de sus libros favoritos, como La naranja mecánica, de Anthony Burgess, La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de Junot Díaz, o uno de los 98 títulos restantes posteados en su sitio web en octubre de 2013.

Ver una banda. Bowie tocó por primera vez en la ciudad en 1972 y debutó en el Carnegie Hall meses después ese mismo año. Luego siguieron numerosos recitales destacados en Nueva York, entre ellos su presentación en el Concert for New York, en el Madison Square Garden, tras los atentados del 11 de septiembre.

Antes de su partida, se estaba gestando un recital en honor a su trayectoria para el 31 de marzo en el Carnegie Hall (al 881 de la Séptima Avenida) en el que tocarán Rhe Roots y Perry Farrell, entre otros. Desde entonces, se convirtió en un tributo de dos encuentros: se programó una noche adicional en el Radio City Music Hall para el 1° de abril en el que se presentarán Cat Power y Cyndy Lauper, entre otros artistas.

Las entradas para ambos recitales son caras en la reventa, por eso intente lo que Bowie solía hacer y vaya al Bitter End (al 147 de Bleecker Street), el club de rock más antiguo de la ciudad, donde hay música en vivo casi todas las noches.

Con la muerte de Bowie surgieron numerosos tributos en distintos lugares de la ciudad y es probable que continúen en los meses venideros. Habrá, por ejemplo, tres noches de recitales en The Loser's Lounge, antiguo teatro de revista que rinde homenaje a las estrellas pop y artistas de culto, dirigido por el ex tecladista de Psychedelic Furs, Joe McGinty, en Joe's Pub (al 425 de Lafayette Street) del 18 al 20 de febrero.

Comprar un disco. A Bowie le gustaba comprar vinilos raros en Bleecker Bob's antes de que cerrara en 2013 luego de 45 años y se convirtiera en un local de yogur helado. No obstante, aun quedan bastantes proveedores de buenos vinilos en Greenwich Village y alrededores, como Bleecker Street Records (al 188 de West Fourth Street). Pero si busca un vinilo de Bowie, no espere encontrarlo, al menos por un tiempo. Nino Pérez, de Bleecker Street Records, comentó que a los pocos días de su muerte se agotó la mayoría de sus discos y que no cuentan con recibir más ejemplares de Blackstar hasta fines de febrero, debido a la gran demanda.

Lo mismo ocurre en Generation Records (al 210 de Thompson Street). "Su nuevo álbum se agotó de inmediato", comentó Jason Primavera, refiriéndose a la edición en vinilo, aunque agregó que los clientes lo pedían incluso antes de su fallecimiento, a medida que se sumaban buenas críticas. Antes de que se reponga el stock, piense en llevarse a casa algún ejemplar de los coetáneos de Bowie, como Iggy Pop o Lou Reed, a quienes él conoció y con quienes entabló amistad durante su visita de 1971 a Manhattan. El álbum debut de Reed y the Velvet Underground fue una de las primeras aproximaciones de Bowie a la música neoyorquina, cuando se lo regaló su manager, Ken Pitt, en 1966. "Todo lo que sentía y al mismo tiempo desconocía sobre el rock se abrió ante mí", escribió Bowie en 2003. "Estaba oyendo un grado de excelencia del que no tenía idea que fuera humanamente posible".

Ir al teatro. El teatro desde hacía mucho tiempo formaba parte del mundo creativo de Bowie, que se remontaba a la época previa a su estrellato cuando trabajaba junto a Lindsay Kemp en el London Dance Center.

En 1980 obtuvo buenas críticas por su actuación en El hombre elefante en el Booth Theater (al 222 de West 45th Street). "Sí, gente cada vez más joven, en jeans de diseñadores y camperas de cuero, vienen al Booth Theater, y sí, probablemente lo hacen porque Bowie es una estrella de rock"; escribía John Corry en The Times en 1980. "Afortunadamente, es mucho más que eso, y en el papel de John Merrick, el Hombre Elefante, está espléndido".

Recientemente, Bowie fue coguionista de Lázaro, una secuela del largometraje El hombre que cayó a la Tierra, en el que Bowie, en su primer papel protagónico en el cine, interpretó a Thomas Jerome Newton. El ciclo se cerró en el New York Theatre Workshop (al 79 de East Fourth Street) el 20 de enero. Pero hay otras opciones. El Booth Theater presenta Hughie, protagonizada por Forest Whitaker, que se estrena el 8 de febrero. También se podrá ver la comedia Noises Off, aclamada por la crítica, con la actuación de Andrea Martin y una producción de la Roundabout Theater Company. El espacio antes conocido como Studio 54 es también ahora parte de la compañía y Bowie probablemente haya pasado una noche o dos en la famosa disco durante su apogeo.

Salir a comer o tomar algo. Bowie disfrutaba de su habilidad de mezclarse con la gente y no ser molestado por sus fans y sus conciudadanos neoyorquinos durante sus años en la ciudad. "Es tan sencillo ser una persona aquí, alguien común. Mi familia y yo no tenemos problema en salir e ir a comer", comentó Bowie al Miami Hearld en 2003. Entre los lugares que más frecuentaba está el Caffe Reiggio (al 119 de Macdougal Street), donde solía tomar un café o desayunar, y Olive's (al 120 de Prince Street), en el que un sándwich de pollo con berro y tomate era uno de sus platos favoritos.

En Bottega Falai (al 267 de Lafayette), un café y almacén italiano, pedía comúnmente el sándwich de prosciutto di Parma, un cappuccino y un bomboloni, comentó el dueño del lugar, Danilo Durante. Se sabe también que Bowie hacía las compras semanales de comestibles en el cercano Dean & DeLuca (al 560 de Broadway).

Ver arte. Bowie era un reconocido amante del arte, coleccionaba clásicos y aplicaba sus propias destrezas de la pintura. "El arte fue, de verdad, la única cosa que siempre quise poseer", le dijo Bowie a Michael Kimmelman en 1998. "Siempre ha sido para mí un nutriente fijo. Lo uso. Puede cambiar mi ánimo en las mañanas". Para ver algunos de los cuadros predilectos de Bowie, lo mejor es ir al Metropolitan Museum of Art (al 1000 de la Quinta Avenida), que en la actualidad exhibe varias obras de Picasso, Rubens y Tintoretto.

Quedarse en casa. Transcurrieron diez años entre Reality, de 2003, y The Next Day, de 2013, lo que dio pie a que algunos especularan con que Bowie se había retirado o vuelto ermitaño. Ninguna de las dos cosas fue verdad, ya que siguió paseando por el SoHo y seguía trabajando en secreto en The Next Day, pero al parecer disfrutaba su tiempo en soledad más que en sus últimos años. "David es aún más hogareño que yo. Al menos yo voy a fiestas de vez en cuando", comentó Iman a The Guardian en 2014 y agregó que a él le gustaba su propia compañía. "También creo que no hay nada que él no haya visto", expresó. Por lo tanto, si quiere honrar a Bowie con una noche tranquila en casa, tiene todo el derecho y varias de sus películas y cine-conciertos están disponibles en los servicios de streaming. 

Una generación entera de chicos de los años ochenta conocieron a Bowie a través de Jareth, el Rey de los Goblins, en el film Laberinto, de Jim Henson (1986), que puede alquilarse en Amazon Video, iTunes y Vudu. También puede ver El hombre que cayó a la Tierra (1976), en la que Bowie "hace un papel extraordinario", según la crítica de Richard Eder en The Times. Se consigue en la actualidad en Vudu y Amazon Video. Otros de los títulos de Bowie disponibles en el servicio de streaming son El ansia (1983), La última tentación de Cristo (1986) y El gran truco (2006). El documental David Bowie: cinco años (2014) también es una muy buena opción.

 

Paz, al fin, en el sitio homenaje a Lennon
Por Corey Kilgannon. The New York Times International en Clarín. Junio 2016.

Para un guitarrista callejero que canta y toca algunas cancio­nes de los Beatles, uno de los es­cenarios públicos más lucrativos en Nueva York es una banca del parque justo adentro de la entra­da por la Calle 72 Oeste a Central Park, en un área conocida como Strawberry Fields.

Desde que se inauguró el área en 1985, un desfile de músicos ansiosos por conseguir propinas del interminable flujo de turis­tas ha tocado canciones de paz y amor en homenaje a John Len­non, quien fue asesinado cerca de allí, en 1980, afuera del edificio de departamentos Dakota, donde vivía.

Los intérpretes de los Beatles tocan junto al monumento de mosaico "Imagine" y saludan a los turistas con un repertorio re­petitivo de clásicos como "In My Life", "Strawberry Fields Forever" y, sobre todo, "Imagine", que Lennon escribió para invocar la paz mundial. Pero en los últimos años, la paz entre los músicos era difícil de al­canzar.

El estado de ánimo idílico se había visto mermado por al­tercados, gritos mordaces e intérpretes cantando a duelo. La indisciplina se agravó después de la muerte en 2013 de un hom­bre conocido como el alcalde de Strawberry Fields, quien había ayudado a mantener el orden. Sin embargo, algo sorpren­dente ocurrió recientemente en Strawberry Fields: ha vuelto la paz de nuevo. Los músicos se dieron cuenta de que su mal comportamiento no sólo estaba empañando su imagen, sino que también, quizás más importante, estaba amena­zando su sustento.

"Ahora está más tranquilo que nunca", dijo Dave Muniz, de 53 años, un asiduo. "La regla número 1 es que ahí es clasificación A", dijo Muñiz. "Estos tipos estaban ahí dicién­dose maldiciones. Yo les dije: '¿Quieren discutir? Háganlo en otro lugar'. Hay niños alrededor. Si tienen un problema, arréglenlo afuera, no frente a los turistas", agregó.

Los músicos acordaron respetar una rotación de presentacio­nes cada hora todos los días de las diez de la mañana a las siete de la tarde, que Muniz crea cada mañana y envía por mensaje a cinco músicos regulares. Una consideración fundamen­tal al hacer la grilla es mantener a ciertos músicos separados, pa­ra evitar confrontaciones.

Imagine esto de adultos", dijo Muniz, quien a pesar de tener un dejo áspero y poca tolerancia por las personas que no dejan propina fue considerado justo y lo suficientemente recio como para ser el guardián de la lista.

FOTOS. Un horario calmó pleitos entre los músicos en un sitio lucrativo cerca de donde John Lennon fue asesinado. David Muniz tocando en un tributo a John Lennon.

Randy DeLuca, de 67 años, re­cuerda cuando gobernaba Gary dos Santos, quien se autonombraba alcalde de Strawberry Fields. Durante casi dos décadas, Dos Santos colocaba flores en el mo­saico y utilizaba su presencia do­minante para seleccionar a quien se le permitiría tocar. "Molestaba a la gente, pero brindaba estructura", dijo DeLu­ca sobre Dos Santos, quien murió de leucemia en 2013 a los 49 años. "Después de que Gary murió, se volvió un caos", dijo DeLuca. Dos Santos era de la opinión de que la autoridad sobre Strawbe­rry Fields llegaba desde el espíri­tu de Lennon canalizado a través de su viuda, Yoko Ono, quien ayu­dó a crear el monumento. La mayoría de los músicos tie­ne historias sobre Ono visitando el parque y, dijeron, bendiciendo tácitamente su derecho a tocar ahí al disfrutar de sus canciones. Un representante de Ono dijo que ella no haría comentarios so­bre lo que ocurre en Strawberry Fields. "Los turistas no vienen aquí a vernos discutir. Vienen por la ex­periencia de John Lennon y no­sotros somos la banda sonora de ello", dijo Jimmy Dalton Baker, de 28 años, un asiduo al lugar.

La paz de "Imagine" llega por fin al memorial de John Lennon

Las pacíficas letras de los Beatles se han convertido durante los últimos tiempos en la banda sonora de las peleas entre los músicos callejeros que se disputan uno de los rincones más concurridos de Nueva York. Uno-Mendoza. 09/07/16.

OTRAS ENTRADAS RELACIONADAS CON MUSICA EN ESTE BLOG

What's groove?