lunes, 25 de mayo de 2015

El aburrimiento

Una serie de artículos de especialistas de varias disciplinas que fui juntando, y leyendo en su momento, para poder encontrarle una respuesta al sentimiento que más me ataca y me fastidia. No se si recomendarles su lectura: consuelan pero no curan. Pero podrán enterarse que el nuevo curro de las neurociencias modernizó a los afectados llamándolos "bore out" y que el aburrimiento puede hacernos adictos al consumo de chocolate (un vicio económico). Horanosaurus.



ADN Cultura La Nación 10/01/09 Nota de tapa | El aburrimiento

Sumario | Editorial
Ese tedio tan temido
Me aburren la Fórmula Uno, el setentismo, los clichés de la vanguardia, los best sellers, los shoppings, los actos escolares, la vanidad de los escritores, los manuales de management, los discursos desde el atril, el fútbol americano, la bohemia fashion de Las Cañitas, la cola del banco, la solemnidad académica, el scrabel y la generala. Pero lo que más me aburre son las increíbles cosas que hacen las personas con tal de no aburrirse, como llenarse de movimiento, consumo y ruido. También que los chicos de última generación se aburran todo el tiempo, exijan "programas" y vivan conectados día y noche a Internet, la radio, el i-pod y la televisión para sobrevivir al supuesto y tan temido tedio mortal de la vida. 

Mi madre me salvó, afortunadamente, de esa enfermedad cuando a los diez años me dio los libros, un antídoto maravilloso contra el aburrimiento. Pero las épocas cambiaron, y hoy la vida es digital o iletrada y tiene que ser un zapping, una montaña rusa, una sinfonía múltiple y ensordecedora o simplemente un paroxismo productivo. Ya no tenemos tiempo, ni ocio verdadero ni silencio autorreflexivo: sólo tenemos velocidad y drama, porque cuanto más rápido y más cosas tenemos que hacer, más cosas nos faltan; cuanto más confort y más facilitadores temporales poseemos, menos horas de tiempo gozamos. Es así como nos comemos la cola, corremos hacia ninguna parte y a veces, teniéndolo todo, no tenemos nada. 

El aburrimiento, con sus lados buenos y malos, viene del fondo de la historia. Pero en el vacío posmoderno, las relaciones líquidas y la sociedad del espectáculo se han convertido hoy en una epidemia: evitando el aburrimiento casi todos caemos en él. 

Sobreestimulados y quizás demasiado mimados por la tecnología, temo que el futuro se parezca bastante al que se muestra en la película de animación Wall-e, donde los seres humanos, que se han vuelto obesos y malsanos, pasan día y noche encadenados a una computadora que los satisface a tiempo completo y no les permite conocer la experiencia vital.

Estamos en época de vacaciones y nadie quiere aburrirse. Adictos a la adrenalina sufren entonces síndromes de abstinencia y se inventan remedios contra el aburrimiento. Acerca de estas paradojas y de estos asuntos filosóficos trata nuestra portada de esta edición. 

El artículo fue encargado a Diana Cohen Agrest, doctora en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y magíster en Bioética por el Centre for Human Bioethics de la Monash University de Australia. Desde 1983 se desempeña como docente e investigadora en la UBA y ha escrito algunos libros muy interesantes sobre Spinoza y la inteligencia ética en la vida cotidiana. Acaba de publicar ¿Qué piensan los que no piensan como yo?, un profundo estudio sobre diez temas que alimentan grandes controversias éticas de nuestro tiempo. 

El ensayo de Diana es acompañado por un relato de Chejov. Hay que recordar que el aburrimiento ha sido un gran tema literario y que ha dejado obras memorables. Y controvertidas sentencias. Shakespeare decía: "La vida es aburrida como un relato contado dos veces que atormenta el oído sordo de un hombre adormilado". Bertrand Russell pensaba: "El aburrimiento es el gran tema de los moralistas ya que la mitad de los pecados se cometen por su causa". Más acá, un legendario periodista español, Juan Luis Cebrián, fundador de El País de Madrid, le quita dramatismo: "Cuando queda tiempo para aburrirse, yo procuro aburrirme, porque el aburrimiento es una forma de descanso". 

Pasen y lean. Les prometo que no se aburrirán.
Humano, demasiado humano
Muchos lo consideran el mal por excelencia del hombre de hoy. Quien lo padece, siente el vacío abrumador de la vida. Para huir de él, algunos se alienan con el trabajo, y así se ganan, a la vez, aprobación social y desdicha; otros creen que la solución es satisfacer los deseos, pero pronto advierten que el deseo asegura el infierno. Heidegger piensa que aburrirse hace tomar conciencia de que se tocó fondo y permite así alcanzar la autenticidad. ¿Habrá que aceptar ese molesto estado de ánimo? Por Diana Cohen Agrest. 

Cómo se nos habrá hecho carne que hasta Kierkegaard hace del aburrimiento la piedra fundacional de la Creación, imaginando que "los dioses estaban tan aburridos que entonces crearon a los seres humanos". No sólo los dioses. También "Adán estaba aburrido porque estaba solo, entonces crearon a Eva. Desde entonces, el aburrimiento ingresó en la Creación". Nietzsche no le fue en zaga cuando, con su demoledor sarcasmo, sugirió que en su descanso sabatino Dios se habría aburrido espantosamente. Y Kant aportó lo suyo cuando, a modo de consuelo del devenir de la historia misma, advirtió que, de permanecer en el Paraíso, Adán y Eva se habrían aburrido soberanamente.

Tantas citas ilustres prueban que, parafraseando a Camus, si hay un problema verdaderamente filosófico, es el del aburrimiento. Raramente reconocido en su magnitud, el tema no suele ser un objeto de reflexión de la filosofía académica ni del común de los mortales. Se trata, sin embargo ,de una experiencia inescindible de la existencia humana.

También la escritura en torno al aburrimiento corre el riesgo de resultar, precisamente, aburrida. Sin embargo, la histórica y sospechosa omisión de este asunto nos convoca a su examen: ¿Qué es? ¿Cuándo aparece? ¿Por qué aparece? ¿Por qué nos afecta? ¿Cómo nos afecta?

Aun cuando, por una suerte de reduccionismo, rotulamos con la etiqueta de "aburrido" todo aquello que no despierta nuestro interés, lo cierto es que convivimos con el aburrimiento de una manera tan atroz como imperceptible, como con "una especie de polvo. Uno va y viene sin verlo, un respira en él, uno lo come, lo bebe, y es tan fino que ni siquiera cruje entre los dientes. Pero si uno se detiene un momento, se extiende como una manta sobre el rostro y las manos", en la descarnada descripción que de él hace Georges Bernanos en su Diario de un cura rural. El aburrimiento se apodera de nosotros, penetrando en cada intersticio con la sutileza de un escalpelo en manos de un hábil cirujano y termina por ser vivido como una compañía tan fastidiosa como irreconocible.

El aburrimiento irrumpe cuando el deseo se divorcia de los hechos, en pocas palabras, cuando no podemos hacer lo que queremos hacer o cuando debemos hacer aquello que no queremos hacer. Pero también se cierne, amenazador, cuando no tenemos ni idea de lo que queremos hacer. Podemos estar aburridos de cosas (el hastío es el alimento por excelencia de la sociedad de consumo) o de personas (de otros o hasta de nosotros mismos), aunque también podemos sentirnos aburridos cuando nada en particular nos aburre. Lo peor es que, enunciado tautológicamente, el aburrimiento es aburrido.

Pese a esta caracterización intimista, el aburrimiento no es un mero estado subjetivo sino también una característica del mundo: es tan verdad que todos los hombres son mortales como que todos, absolutamente todos, participamos en prácticas sociales saturadas de aburrimiento.

No hay nada nuevo bajo el sol. Hay quienes creen que se trata de un fenómeno relativamente reciente. Sin embargo, su origen se remonta a la Antigüedad tardía, cuando apareció un fenómeno que en griego se designó athymía y en latín, accidia (en castellano, acedia), expresiones que aludían a una condición subsumible en lo que tiempo después se difundiría con un nombre tan vago como indefinible: la melancolía. Curiosamente, los monjes eran particularmente proclives a la acedia. Alertados de un fenómeno tenido por obra del Demonio, hasta los mismos Padres de la Iglesia consideraron la acedia el peor de los pecados, no sólo porque de ella brotaban todos los demás sino porque era la expresión de cierto descontento ante la Creación de Dios, ante cuya sombra amenazadora hasta San Jerónimo exhortaba con festiva piedad: "Bebed, hermanos, bebed, para que el diablo no os halle ociosos".

A partir del Renacimiento, la acedia enclaustrada en los muros de la vida monacal fue desplazada por la melancolía, cuya sede era un alma indisociable de un cuerpo carnal, que había sido celebrado en la Antigüedad clásica y era redescubierto por el Humanismo. Fue precisamente un médico y hombre de ciencia inglés, Robert Burton, quien condensó su novedosa concepción en un célebre ensayo publicado en 1621. En su Anatomía de la melancolía, con un espíritu más científico que apocalíptico, diagnosticó que lejos de ser atribuible a Satanás, la melancolía es una enfermedad que suele atacar particularmente a las gentes consagradas al estudio, cuyas meditaciones pueden fácilmente caer en un mórbido rumiar. A modo de fármacos anímicos, Burton recomendaba un tratamiento tan natural como placentero: diversificar las actividades y frecuentar menos los libros y más las mujeres hermosas, cuya vista regocija el corazón, siempre y cuando el trato con ellas se ejerciera -se cuidaba de aclarar el galeno- en el marco de una vida equilibrada. Sin embargo, pese a sus tan floridos consejos, su autor terminaba por admitir que no existe un remedio universal para ese mal.

La melancolía perduraría en la obra de Freud, quien en Duelo y melancolía declaró que el melancólico vive la pérdida del objeto de amor como una pérdida del Yo. Este empobrecimiento del Yo es vivido por la subjetividad como una confrontación con una vida vaciada de su sentido. En el mismo campo del psicoanálisis, Lacan finalmente reconoce en el aburrimiento su estatuto bien ganado en Televisión, donde, frente a las clásicas seis pasiones del alma propuestas por Descartes en el siglo XVII (la admiración, el amor y el odio, el deseo, el gozo y la tristeza), despliega otras tantas en versión aggiornata: la felicidad, el gay saber, la beatitud, el mal humor, la tristeza y, pues no podía faltar, el aburrimiento. Semejante linaje teórico no es suficiente, sin embargo, para dotar al aburrimiento de un bien ganado estatuto epistémico: exonerado del campo de las patologías, el aburrimiento no suele ser de interés ni para los psicológos ni para los psiquiatras, aun cuando es vivido como una pérdida de identidad que denuncia el corte entre el sentido y el vacío de sentido.

Aunque dignas de atención, acedia y melancolía se distinguen sutilmente del aburrimiento: mientras que la primera era una noción moralmente demoníaca, atribuible a unos pocos elegidos, el aburrimiento es una condición psicológica que nos afecta a todos. Y mientras que la melancolía hunde sus raíces en una tradición aristocrática, asociada a la sensibilidad y a la belleza, el aburrimiento es un descastado.

En Filosofía del tedio (Tusquets, 2006), Lars Svendsen baraja la hipótesis de que, visto desde la historia de las ideas, el Romanticismo sentaría las bases del aburrimiento contemporáneo, exacerbado por la proclama de la muerte de Dios, en cuya estela el sujeto pierde el sentido de la trascendencia y comienza a verse como un individuo que debe realizarse a sí mismo. Al hombre, confrontado con ese mandato inmanente, la vida cotidiana se le antoja ni más ni menos que una prisión.

Los méritos (o, nunca mejor dicho, los deméritos) del aburrimiento no son pocos, en particular si nos guiamos por el juicio de Kierkegaard, para quien "es la raíz de todo mal", desde las adicciones hasta los desórdenes de la alimentación, pasando por el vandalismo, la depresión, la violencia y las conductas de riesgo, placebos sociales que funcionan como efímeros remedios que, al fin de cuentas, justifican el imaginario medioeval en el que la acedia figuraba entre los frutos de poderes demoníacos. Cuando se perpetúa, se transforma en el taedium vitae, el tedio de la vida ante el cual la jurisprudencia de la antigua Roma legitimaba el derecho al suicidio. Pues así como se ha dicho que el aburrimiento aportó más infelicidad al mundo que todas las pasiones juntas, incluso más que el Mal provocado por todas las guerras juntas, se ha dicho a su favor que ha puesto fin a numerosos males, por la simple razón de que terminaron por resultar aburridos. En Prejudices: A Philosophical Dictionary (1983), Robert Nisbet sostiene que la quema de brujas fue abandonada como práctica no por motivos legales, morales o religiosos, sino simplemente porque la gente pensó: "Una vez que viste una quema, viste todas". 

El undécimo mandamiento: "Diviértete". Si la fórmula para superar el aburrimiento parece hoy empujar al yo más allá de sí, es porque el yo quiere encontrar algo novedoso, algo distinto de lo mismo que amenaza hundirlo en el aburrimiento. Según una lógica transgresora, todo placer impulsa la búsqueda de un nuevo placer para evitar la rutina de lo mismo, en un movimiento que persigue la búsqueda de nuevos límites que puedan ser transgredidos. Vivimos arrojándonos a lo nuevo, con la ilusión de que eso nuevo nos proporcionará, generosa y finalmente, un sentido personal. Pero ese intento está destinado, una y otra vez, al fracaso, pues esa promesa de un sentido personal jamás se cumple. Y además, porque lo nuevo rápidamente se torna una rutina. George Bernard Shaw ilustró lúcidamente esta imposibilidad de origen cuando reconoció que "hay dos catástrofes en la existencia: la primera, cuando nuestros deseos no son satisfechos. La segunda, cuando lo son", coronando esa existencia pendular denunciada por Schopenhauer, quien notaba que cuando deseo lo que no tengo, sólo obtengo sufrimiento, y que cuando el deseo es satisfecho, sólo obtengo aburrimiento.

Esta exacerbación del deseo insatisfecho ha sido un caldo de cultivo del aburrimiento, "privilegio" por excelencia del sujeto de la Posmodernidad, quien sumido en la cultura del ocio corre en procura de divertimentos para matar el tiempo superfluo. Su maleabilidad se explica porque el aburrimiento no se conecta con necesidades reales sino con el deseo. Y el deseo suele traducirse en una constante búsqueda de estímulos sensoriales, lo único que, hoy por hoy, parece resultar "interesante". En su manifestación más perversa, la exhibición obscena de violencia gratuita se sostiene en la premisa marketinera de sacudirnos el aburrimiento. A propósito de los efectos mediáticos sobre el deseo, Orrin Klapp exploró el impacto de la información en la calidad de vida de la cultura contemporánea. En Overload and Boredom: Essays on the Quality of Life in the Information Society, Klapp sostiene que, pese a todos sus esfuerzos para escapar de ese destino, la sociedad de la información se ha tornado una cultura tan saturada de pseudoconocimientos como aburrida. De la metralla constante de flashes "en vivo y en directo", resulta un desgaste del sentido. El ruido y la redundancia, añade, reemplazaron la resonancia y la diversidad del mundo nacido de la Ilustración. Así pues, traicionando los ideales dieciochescos, en lugar de emular el Progreso, la sociedad de la información se ha vuelto entrópica, desordenada, de lo que resulta un déficit en la calidad de vida.

En una línea semejante, en La tragedia educativa, Guillermo Jaim Etcheverry observó que los hijos -cuando no los mismos padres- suelen tildar a la escuela de "aburrida", calificativo más apropiado para un programa de televisión o para un festival de rock. Banalmente, se aspira a imitar el modelo Disneylandia, aun a costa de que el mandato de ser divertido penetre, como un fluido viscoso, en actividades tradicionalmente no asociadas a la diversión. Traducido en el registro discursivo, participamos directa o indirectamente de esta suerte de reduccionismo infantojuvenil, dominado por una retórica empobrecida donde todo es "divertido" o, con suerte, "redivertido".

El vacío del tiempo en el aburrimiento no es un vacío de acción porque, en verdad, siempre acontece algo: el vacío del tiempo es el vacío del sentido. No importa tanto lo que hacemos o el objeto al que nos dirigimos (mirar una y otra vez el reloj) sino estar ocupados en algo sin importar cuán intrascendente sea (como puede serlo el mero contar cuántas moscas hay adheridas al vidrio de la ventana). Y aunque mejor vistos, los "pasatiempos", expresión autorreferencial si la hay, son medidas paliativas toda vez que el tiempo, en lugar de aparecérsenos como un horizonte de oportunidades, se nos antoja como algo que ha de ser engañado, ocupándolo ilusoriamente en la creencia de que nos liberaremos del vacío del aburrimiento.

Si cada cosa tiene su propio tiempo, Heidegger observa que el aburrimiento aparece cuando el tiempo cronológico y el tiempo subjetivo no coinciden. Una circunstancia casual viene a cuento: cuando, consternados, nos enteramos de que un vuelo fue reprogramado y despegará con siete horas de retraso, nos vivimos anclados e impotentes en un bloque temporal que se nos ha impuesto, más allá de nuestra voluntad, y sobre el que no ejercemos control alguno. Sin consulta previa con nuestro deseo, se nos ha robado un tiempo que sólo atinamos a llenar con actos tan irrisorios como devaluados en cuanto no elegidos: en el peor de los casos, vagabundear por el duty free o comer una hamburguesa, en el mejor, leer de un tirón una novela que queríamos disfrutar sin ser forzados a hacerlo por factores extemporáneos.

Taxonomías del aburrimiento. En Bouvard y Pécuchet, Flaubert distingue el aburrimiento común del aburrimiento moderno, el "común" es el anhelo de poseer un objeto deseado (un amor perdido, un objeto suntuario, cualquier cosa que por el momento se me presenta inalcanzable), mientras que el llamado "moderno" es el anhelo mismo de deseo que se siente una vez perdida la capacidad de sentir deseo (propio del abúlico a quien el mundo se le antoja aburrido y desea, simplemente, recuperar la capacidad de desear). Kundera complejiza esta clasificación, pues en La identidad se refiere a tres clases de aburrimiento: el aburrimiento pasivo (la chica que baila y bosteza), el aburrimiento activo (los aficionados a los hobbies , al sudoku, a los crucigramas y a los rompecabezas) y por último, el aburrimiento rebelde (los jóvenes que incendian autos y rompen vidrieras).

Una última clasificación que atiende a sus modalidades, distingue el aburrimiento situacional, semejante al aburrimiento común de Flaubert, que es aquel que sentimos durante una actividad especifica (esperamos a alguien, escuchamos una conferencia); el aburrimiento de la saciedad (cuando uno tiene demasiado de lo mismo); el aburrimiento creativo, caracterizado no por su contenido sino por sus resultados (nos sentimos obligados a hacer algo nuevo). Y por último, el aburrimiento existencial -otro nombre para el aburrimiento moderno de Flaubert- que es siempre un estado de ánimo que nos invade toda vez que nos resulta aburrido el mundo como tal. 

Terapéutica del aburrimiento. A menudo no puedo identificar exactamente qué me aburre. Heidegger lo ilustra con una situación por la cual, quien más, quien menos, todos pasamos alguna vez: una vez concluida una agradable velada con amigos, vuelvo a casa y me doy cuenta de que, en verdad, me aburrí espantosamente toda la noche. El "pasatiempo" no se dio en una situación, era la situación. Y la conciencia tardía del aburrimiento es la conciencia del vacío revelado en la toma de conciencia de que podría haber hecho otra cosa durante ese tiempo. En ese escenario, piensa el filósofo alemán, la tarea del aburrimiento es llamar la atención sobre esta ausencia. Este "tocar fondo", precisamente, puede ser el inicio del retorno hacia una dimensión existencial, haciendo del aburrimiento una experiencia que conduzca hacia la autenticidad. Pese a los esfuerzos heiedeggerianos redentores de ese estado del ánimo, se le ha criticado al filósofo que, con su optimismo residual de creer que puede ser superado, permanece preso de la lógica de la transgresión.

A la solución de Heidegger de rescatar el aburrimiento como fuente redentora de sentido, se han contrapropuesto un puñado de terapias más pedestres. Por ejemplo, nos repetimos hasta el cansancio que el aburrimiento se cura a fuerza de sudor. Sin embargo, quien recurre al trabajo como remedio confunde la desaparición temporaria de los síntomas con la cura de la enfermedad. Ya Theodor Adorno asoció el aburrimiento a la alienación en el trabajo, idea ilustrada magníficamente por la célebre escena del clásico Tiempos modernos, donde Chaplin encarna risueña y lúcidamente al obrero que, reiterando una y otra vez un único movimiento, se ha metamorfoseado en una mera prótesis de la máquina, con la cual comparte la ausencia de autodeterminación en el proceso productivo. Incluso la expresión "tiempo libre" alude al lapso en que no se trabaja, cuando en rigor de verdad no se es ni más ni menos libre en un tiempo que en otro, ni necesariamente tiene más sentido uno que otro. Lo que cambia es el rol, en uno somos productores y en el otro, consumidores. Milan Kundera, en La identidad, observa que antiguamente los oficios se ejercían con pasión, el zapatero conocía de memoria cuánto calzaba cada uno de los habitantes del pueblo, y cada ocupación creaba una forma de ser. "Hoy somos todos iguales, mancomunados por nuestra apatía compartida hacia el trabajo. Esa apatía se ha tornado una pasión. La única gran pasión colectiva de nuestro tiempo." El trabajo ya no ofrece una respuesta, y cuando parece serlo, es apenas un vano intento de huir del tiempo.

Una vez desestimada la cura a través del trabajo, ¿acaso puede ser superado por un acto de la voluntad? Bien mirado, estimular a quien siente un profundo aburrimiento diciéndole algo así como "ponele ganas" es como ordenarle a un enano ser más alto de lo que es. Porque lo cierto es que el aburrimiento es más una cuestión de sentido que de pereza, desocupación o vagancia.

La aceptación. En lugar de hacer del aburrimiento, su destino, otros rescataron el ideal filosófico de la ataraxia, esa imperturbabilidad de ánimo gracias a la cual alcanzaríamos cierto equilibrio emocional, mediante la disminución de la intensidad de nuestras pasiones y deseos. Lejos de ser malo, proclaman, es un sentimiento natural que nos asalta cuando sentimos que no somos productivos. Pero lo cierto es que si no se tolera cierto grado de ese mal, se vive una vida reducida a huir del aburrimiento. Frente a esa amenaza, y una vez resignados ante el factum del aburrimiento, se dice que en lugar de ser abolido, debería ser incorporado como un dispositivo tan funcional a la psiquis como lo suelen ser el temor, la ira o la indignación.

En una suerte de apología, lejos de buscar un antídoto, tal vez se trate de hacer del aburrimiento una parte esencial a la condición humana. Como el nacimiento, el sexo o la muerte, una más entre las tantas otras por aceptar. O, por qué no, tal vez hasta por celebrar. Reconciliándonos con él, como cuando redescubrimos a un antiguo y entrañable amigo de quien, con el tiempo, aprendimos a querer sus defectos.

Un desprestigio equívoco

Por Pablo Gianera. El desprestigio del que goza el aburrimiento es justificado, pero acaso equívoco en la esfera del arte; sobre todo en la esfera del arte contemporáneo. No debería ser lo mismo predicar de una obra de arte que es "aburrida" o que es "tediosa". La sinonimia puede resultar engañosa; el tedio difiere del aburrimiento. El tedio es una variedad profunda del hastío, bastante afín al asco y, en sus momentos más desesperados, próximo al suicidio. El aburrimiento, en cambio, se revela como un estado de disponibilidad: mientras dura la espera (esperamos, paradójicamente, que suceda algo que deje de aburrirnos), nos enfrentamos con el vacío, nos hundimos en él o lo llenamos de imaginaciones. Pero en un panorama de impuesta diversión generalizada, nada parece más difícil, ni en verdad más resistente, que aburrirse.

De algún modo, el aburrimiento es la meta del conocimiento: terminamos de conocer las cosas sólo cuando nos aburrimos de ellas. Esta idea del conocimiento realizado y consumado constituye el fundamento de ciertas experiencias estéticas. Entender del todo algunos libros (El hombre sin atributos, de Robert Musil, o algunas novelas de Thomas Bernhard) es posible en la medida en que desarrollamos una lúcida disciplina del aburrimiento. Aquello que importa en libros como ésos es lo que resta una vez que ya se sabe exactamente cuál es la anécdota, la peripecia, coartadas de la diversión interesada. 

El aburrimiento es en sí mismo una experiencia estética -la experiencia del vacío de sentido, del arte vaciado de lo artístico-; es una "finalidad sin fin", como quería Kant. En una ocasión, el músico John Cage definió esta condición abstinente como un "atractivo desinterés". Cage perseguía la conquista de una estética al margen de lo artístico; una estética, en su sentido más literal, al margen de la expresividad. Lo había aprendido casi todo de Erik Satie. Hacia 1893, Satie compuso Vexations, una obra de 153 notas. Esto no tendría nada de raro, salvo porque, como explicó el autor, "ese motivo debe tocarse 840 veces seguidas". El vacío, precisamente el vacío, quedaba entonces al desnudo. Es lo que sucede también en algunas obras del norteamericano Morton Feldman, en su Segundo cuarteto para cuerdas, o en For Philip Guston, piezas que se apoyan en la duración (un único movimiento, en cada caso, de más cinco horas) y en las que todo lo que pasa -lo poco que pasa en un continuo tiempo liso- pasa lentamente. Cierta fatiga en la escucha de estas obras juega aquí a favor, propicia un estado de alucinación cercano a la hiperlucidez. La ensoñación podría definirse, justamente, como un efecto ambiguo y placentero del necesario acto de aburrirse.

Reflexiones
Aburrimiento en la era de la diversión

Por Teresa Batallanez - Revista La Nación Domingo 10 de julio de 2011. 

Entre los males emocionales que predominan en la actualidad el aburrimiento pareciera jugar un papel relevante en la sensación de desgano o en la depresión. Esto sucede en una cultura que exalta la diversión como valor supremo y que ofrece una gama aparentemente interminable de opciones de entretenimiento. La mayoría está ligada al consumo. Hoy casi todos los productos son vendidos para entretener: desde una mayonesa hasta un shampoo, de un curso de inglés a un automóvil, todo se rige por el imperio de lo divertido y de la satisfacción inmediata. Generando, por supuesto, cuotas enormes de frustración.

El modelo feliz sería una réplica de esas publicidades donde se ve una fiesta alrededor de la pileta, donde todos ríen, se abrazan y se divierten con una copa en la mano; no son tres o cuatro amigos, son alrededor de cien. Cuerpos perfectos, caras seductoras, un buen pasar. Para los que no pueden acceder a ello en el mundo real hoy Internet da a todos la posibilidad de ser, tener y lucir como más guste en el mundo virtual. Y ofrece gratuitamente juegos, películas, revistas, redes de amistad infinita y millones de formas de diversión. Pero muy poco de todo lo propuesto puede pasar la prueba de lo fugaz o despegarse de la lógica de consumo y descarte. Así de inmediata la satisfacción, así de rápido vuelve el aburrimiento.

Y entonces muchos hablarán de vacío, de una carencia que no saben con qué llenar. Ni el boliche, ni la PlayStation, ni llegar a los 1000 amigos en Facebook alcanzan para evitar el encuentro con ese agujero negro que, tras el velo del aburrimiento, provoca pánico, desilusión, incertidumbre y angustia. Nadie enseña cómo enfrentarlo y para algunos la única opción es escapar. Ese agujero alberga mil preguntas nunca hechas o jamás respondidas. Preguntas básicas del tipo quién soy, qué deseo, para qué existo, cuál es mi plan. Un programa demasiado aburrido como para no intentar postergar. Aunque a la corta o a la larga, siempre interpela.

Responder a esas preguntas del núcleo más íntimo del hombre conlleva un proceso de búsqueda muy personal. Pero hay una ayuda para enfrentar el tedio del aburrimiento de manera menos efímera que las opciones actuales de diversión y que, al mismo tiempo, sacude la conciencia hacia la búsqueda de respuestas más hondas sobre la propia existencia. Se trata de abrir espacios para la sorpresa, de generar pequeños movimientos que puedan ser la grieta por la que se filtran oportunidades, desafíos, aventuras. Muchos de los que se quejan de aburrimiento hacen todos los días el mismo camino, hablan siempre con las mismas personas, van siempre a los mismos lugares, no modifican sus rutinas. El simple hecho de elegir un camino diferente para ir al mismo lugar coloca a la mente en una frecuencia de exploración, de apertura al cambio, de innovación. Y aunque parezca inverosímil, ese mínimo gesto de cambio predispone el ánimo con la energía de los que esperan una sorpresa. 

Es un primer empujón del aburrimiento o de la abulia hacia la dinámica de la novedad. La novedad es exploración y pregunta, salvo que se desista de ellas cerrando otra vez las puertas del crecimiento. Someterse a la interpelación de la sorpresa conecta con aquel lugar de las preguntas, mueve la conciencia, el juicio, conduce a pensar y a desear respuestas. 

Algunas personas se quejan de la falta de sorpresa en sus vidas sin saber que es necesario hacerle espacio, generar huecos por donde se pueda filtrar. Es difícil que las personas con ánimo de búsqueda se depriman con el aburrimiento. Cuando el horizonte entusiasma por encima del presente, se es capaz de esperar, sufrir y seguir buscando sin morir en el intento. Pero paralelamente, una vida no deprimente requiere ir revisando y contestando aquellos interrogantes existenciales para construir, así, un colchón que haga ese agujero negro más resistente, y tolerable, menos temido y más aceptado como un misterio para el que siempre habrá que estar buscando nuevas respuestas.

22 DIC 2013 EL DIVAN - SINDROME DE BOREOUT

El aburrimiento en el trabajo puede producir tanto estrés como el exceso de tareas. Cómo comenzar a superar la insatisfacción laboral. Por ALEJANDRO MELAMED (VP DE RR.HH. DE COCA-COLA LATINOAMERICA SUR) 

Domingo por la noche, Juliana empieza a sufrir. Otra vez se acerca el lunes, hay que ir a trabajar y nuevamente hay que “tolerar” una semana más hasta que llegue el próximo viernes. Historias como ésta se repiten permanentemente, más allá del género, edad, profesión, nivel jerárquico o tipo de organización. En la mayoría de los casos, generadas por el estrés que provoca el propio trabajo. 

Para comprender gráficamente qué es el estrés, podemos tomar la imagen de las cuerdas de un violín: si están muy flojas, ese violín no va a sonar. Hay gente que tiene estrés por niveles muy bajos de ocupación, es el caso del “distrés por defecto”. Aunque aparentemente ese estrés no es tan malo ni tan dañino, a veces puede ser tan perjudicial como el estrés por sobredemanda. El segundo tipo de estrés es aquel en el cual las cuerdas del violín al que hacíamos referencia están demasiado tensas. Al estar tan tirantes, posiblemente salten, se rompan y, obviamente, tampoco podremos entonar melodías. Este es el estrés más común, el “distrés por exceso”. 

La tension justa. En consecuencia, ¿cómo tienen que estar las cuerdas de un violín para que éste suene bien? 

* En tensión. No demasiada, para evitar que se rompan, pero tampoco tan flojas como para que no suenen. Ese es el nivel de estrés al cual una persona debe estar expuesta a fin de que la impulse hacia adelante. Es la tensión creativa, que libera la energía positiva, que fomenta esa incomodidad que le permite generar y aprovechar al máximo cada situación ante la cual se exponga. Técnicamente es el estado de “estrés” o nivel de equilibrio. 
* Mucho se ha hablado del distrés por exceso, aunque poco es lo que se profundiza sobre el distrés por defecto o falta: el boreout. El término boreout está compuesto por dos palabras bore (aburrimiento) y out (estar afuera). 
* Según investigaciones recientes –como las de Rothlin y Werder–, si bien es el fenómeno opuesto al burnout (estar “quemado” por exceso de estrés), están muy vinculados entre sí. Quienes sufren de burnout están sobrepasados, tienen demasiado trabajo y se “sacrifican” por su empresa hasta el punto de extenuarse. 
* Por el contrario, los que sufren de boreout desconocen la palabra presión, tienen demasiado poca tarea y la mayoría de las veces no tienen idea de qué hacer durante su jornada laboral. Sin embargo, comparten algunos de los síntomas como consecuencia de la insatisfacción laboral. Aunque más de alguno al borde del bornout quisiera tener un poco de boreout, al menos por un tiempo.

Elementos distintivos. Para comprender en detalle este fenómeno, éstos son tres sus elementos distintivos. 

* El aburrimiento: falta de ánimo y estado de desorientación debido a que no se sabe qué hacer. Un sentimiento de tiempo vacío, carente de contenido, falto de pasión.
* La subexigencia: sentir que uno puede rendir mucho más de lo que está brindando actualmente. El nivel de demanda es muy inferior al potencial que el trabajador siente que tiene y todo lo que podría dar. 
* El desinterés: debido a la falta de identificación con el trabajo, indiferencia hacia la tarea y la organización.

Respuestas superadoras. Uno de los indicadores habituales es la sensación de que los minutos no pasan nunca y las jornadas son interminables por falta de estímulos. 

* Más allá de entender que es un fenómeno multicausal, y por lo tanto sus soluciones pueden ser múltiples, éstas son algunas sugerencias que ofrecen los especialistas para empezar a encontrar respuestas superadoras: 
* Tomar conciencia del tema y hacerse cargo. No victimizarse, sino adoptar una actitud protagónica. 
* Buscar el sentido al trabajo o un trabajo con sentido.
* Revisar el contrato emocional laboral. 
* Identificar otras actividades que generen expectativas positivas. 
* Socializar el tema y buscar opciones diferentes. Explorar otras alternativas laborales.
* Sintetizando: como en muchas cosas de nuestra vida, en la medida está la clave, ni por mucho ni por poco, sino en la dosis adecuada. ¡Y cada uno tiene su propia dosis que lo lleva a su propia felicidad! 

Pistas para identificar el síndrome boreout 

* ¿Realizás muchas tareas personales y extralaborales durante tu horario laboral? ¿Te sentís aburrido o muy poco exigido? 
* ¿De vez en cuando hacés como si trabajaras pero la realidad indica que no tenés nada que hacer?¿Al finalizar cada día de trabajo, te sentís agotado o cansado, a pesar de no haberte esforzado? ¿Te sentís descontento en tu trabajo? ¿Te falta encontrarle sentido o significado a tu trabajo? 
* ¿Sentís que podrías realizar tu trabajo con mayor rapidez, pero “hacés tiempo” para que se pasen las horas? ¿Vas perdiendo cada vez más el interés en tu trabajo? 
* ¿Tenés ganas de trabajar de otra cosa pero tenés miedo a cambiar por perder dinero?
* Si respondiste positivamente a por lo menos cuatro de las preguntas anteriores, según Rothlin y Werder, es factible que sufras de boreout o estés por padecerlo.


Hay evidencias de que hasta es útil para la creatividad en el trabajo. Por Diego Golombek. LA NACION Revista 24/05/15. 

Para llegar al ocio creativo, primero hay que llegar al ocio. Pero a veces el ocio puede ser aburrido (y si no, los que tengan hijos pequeños que les pregunten). Y el aburrimiento, como todo el mundo sabe, es malo, enemigo de la diversión, la moral y las buenas costumbres. ¿O no? 

Sin embargo hay evidencias de que el aburrimiento es útil, quizás hasta necesario, para la creatividad en el trabajo. En un experimento realizado en Inglaterra (y publicado en la revista de Investigación en Creatividad - sí, existe -) se le pidió a un grupo de ochenta oficinistas que realizara una tarea muy aburrida: a continuación resultaron más creativos para resolver problemas que un grupo control que había estado haciendo tareas normales y, presumiblemente, más interesantes. El experimento también tiene su costado negativo: los investigadores notaron que los aburridos comían mucho más chocolate que los controles, por lo que corrían el riesgo de terminar siendo creativos gordos. 

¿Y qué pasa en el cerebro cuando se aburre? ¿Se apaga? Para tratar de entenderlo se le pidió a un grupo de voluntarios que identificara letras en una pantalla durante mucho tiempo, o sea, el equivalente experimental de un plomazo. Pero resulta que estos voluntarios estaban metidos dentro de un resonador -tenemos nuestrrrros métodos, diría el científico loco- para registrar los cambios en la actividad cerebral. Lo más notable es que cuando la gente se aburría a más no poder y sus reacciones se volvían más lentas, se cortaba la comunicación entre áreas cerebrales que tienen que ver con el autocontrol, la visión y el lenguaje. En otras palabras, cuando se aburre, el cerebro se desconecta. 

En su libro “Aburrimiento” (qué título apasionante, ¿verdad?) Peter Toohey va más allá y afirma que estar aburrido tiene un sentido evolutivo, representa una emoción adaptativa que nos permite, según el autor, florecer. Toohey diferencia entre el aburrimiento simple, el de todos los días, y el aburrimiento existencial, que ya merece una pipa y una conferencia. Para dejarnos bien arriba, nos cuenta que es teóricamente imposible salir del aburrimiento, ya que lo intentaremos con otra experiencia que, con el tiempo, se vuelve aburrida. Incluso hay una escala de propensión al aburrimiento, que trata de saber si lo que tenemos es transitorio o crónico, con afirmaciones del tipo el tiempo siempre parece pasar muy lentamente o me resulta fácil concentrarme en mis actividades o lo peor que me puede pasar es que alguien me muestre fotos de su familia o sus vacaciones. De acuerdo con la escala que obtengamos sabremos nuestro nivel de aburrimiento crónico, y se ha intentado ver si estos números tienen que ver con el metabolismo o el funcionamiento cerebral. 

Claro, el estudio del aburrimiento no es privativo de los científicos: allí están los filósofos para pensar en sus virtudes. Uno de los campeones de su pensamiento es el danés Soren Kierkegaard, que escribió algo así como "qué porquería es el aburrimiento, lo único que veo es el vacío, ni siquiera siento dolor. Me muero muerto " (¡sí, dice me muero muerto!). Es más, para el danés, "el aburrimiento es la raíz de todo mal" y "al principio Adán y Eva se aburrían solos, pero después la población mundial aumentó y nos aburrimos en masa". La solución a esto es la virtud del ocio, que nos protege de la obligación de llenar la vida con actividades sin parar. 

Mucho después, otro filósofo moderno, Bertrand Russell, defendió a los aburridos: "Una generación que no se anime a aburrirse va a ser una generación de gente pequeña, como flores cortadas en un florero". Creemos que el aburrimiento no es algo natural, le tenemos miedo y lo atacamos con consumismo. Como padres, llenamos el tiempo de nuestros hijos de actividades, y Russell alaba la monotonía fructífera como fuente de seguridad y, eventualmente, de mayor comunión con la naturaleza. ¡A aburrirse!

BONUS TRACK: el aburrimiento en tiempos de pandemia.

¿Estás realmente deprimido por la cuarentena o solo estás aburrido?

Por Richard A. Friedman, M.D. Psiquiatra. Profesor de psiquiatría clínica y director de la clínica de psicofarmacología en Weill Cornell Medical College. Opinión. The New York Times. 27/08/20.

Últimamente, se ha hablado mucho acerca de cómo la pandemia del coronavirus ha desatado una epidemia de salud mental de depresiones y ansiedades.

Es cierto que la pandemia ha amplificado nuestros niveles de estrés. En efecto, se han realizado algunas encuestas muy publicitadas que demuestran que se han incrementado los niveles de trastornos psicológicos generales. Sin embargo, me preocupa que denominar esto como una oleada clínicamente significativa de depresión o ansiedad pudiera ser prematuro. ¿Y si en realidad solo estamos demasiado aburridos?

Muchos de mis pacientes que han batallado con depresión y ansiedad no han experimentado (sorpresivamente) ataques de sus enfermedades psiquiátricas en el transcurso de los últimos meses. No obstante, sí han manifestado sentirse frustrados y aburridos. Muchos amigos y colegas también afirman que la vida ha asumido una sofocante cualidad de invariabilidad.

La verdad es que aún no sabemos si lo que estamos viendo en estas encuestas aflorará en una epidemia plena de salud mental. Las encuestas son, después de todo, capturas instantáneas de cómo nos sentimos durante un periodo relativamente breve. Sus resultados necesitan ser corroborados por estudios de seguimiento.

No cabe duda de que muy poco de lo que estamos experimentando en la actualidad es placentero. Pero vale la pena recordar que el aburrimiento es un estado emocional normal que no deberíamos confundir con enfermedades graves como la depresión. Sin embargo, eso no significa que no debamos atenderlo.

La depresión clínica se caracteriza por el insomnio, la pérdida de autoestima, pensamientos y conductas suicidas y, sobre todo, una incapacidad de experimentar placer, entre otros síntomas. En el aburrimiento, la capacidad de sentir placer está completamente intacta, pero está frustrada por un obstáculo interno o externo, como vivir en cuarentena (el aburrimiento, además, tampoco produce ninguno de los otros síntomas de la depresión).

Aunque el aburrimiento no es depresión, la experiencia masiva del aburrimiento no es frívola. De hecho, el aburrimiento es una experiencia psicológica aversiva y casi universal que puede desembocar en problemas graves, lo cual lo hace merecedor de nuestra atención.

Si quisiéramos diseñar un experimento para fomentar el aburrimiento, no podríamos hacerlo mejor que con la pandemia. Encerrados en nuestras casas y apartamentos, hemos sido despojados de nuestras rutinas y estructuras diarias. Y sin distracciones, nos sentimos poco estimulados. Es este estado de deseo incansable de hacer algo —¡lo que sea!— sin tener una manera de lograr nuestro objetivo (si es que acaso sabemos cuál es) lo que conforma la esencia del aburrimiento.

Las personas son capaces de llegar a extremos notables con tal de escapar de estos sentimientos. Consideremos el siguiente experimento: los investigadores le pidieron a un grupo de personas que pasaran solo 15 minutos en una habitación y se les dio la instrucción de entretenerse con sus propios pensamientos. También se les dio la oportunidad de autoadministrarse un estímulo negativo en forma de una pequeña descarga eléctrica. Asombrosamente, al 67 por ciento de los hombres y el 25 por ciento de las mujeres les pareció tan desagradable estar solos con sus pensamientos, que prefirieron una estimulación negativa a no tener ninguna estimulación.

Esto sugiere que la introspección puede ser intrínsecamente desagradable y que le tenemos un pavor casi histérico al aburrimiento. ¿Sorprende entonces que estructuremos nuestras vidas con la finalidad de evitarlo?

Al parecer, esto no siempre fue así. El mismo concepto de aburrimiento parece ser una invención moderna. Como escribieron Luke Fernandez y Susan J. Matt recientemente en Salon, la palabra “aburrimiento” no entró al léxico en inglés sino hasta mediados del siglo XIX. Antes de eso, el tedio era parte normal de la vida. Fue solo con el auge de la cultura de consumo del siglo XX que a las personas les prometieron emoción casi permanente: el aburrimiento era la consecuencia inevitable de esas expectativas tan irreales.

Fernandez y Matt plantean que nuestra intolerancia moderna al aburrimiento podría incluso estar alimentando la propagación del coronavirus, a medida que los buscadores de novedades, hartos de la cuarentena, han empezado a enfilarse en bares, playas y parques de atracciones.

El hecho es que los humanos ansían —en diferentes grados— la estimulación, y una cuarentena nos impide, con eficacia, obtener mucho de eso. Aquellos que buscan más la novedad y las sensaciones, como los adolescentes, son en particular proclives al aburrimiento. También lo son las personas que consumen muchas drogas recreativas, porque están deambulando en un estado de baja estimulación en la que el mundo cotidiano se siente poco interesante.

Estar aburrido quizá se siente como algo insoportable, pero a diferencia de la depresión clínica, nunca dañará seriamente tus facultades ni te matará. Mientras que la depresión requiere de tratamiento, el aburrimiento es un estado normal. No necesita un tratamiento médico más de lo que la infelicidad diaria requiere un antidepresivo. Sin embargo, podemos hacer algo al respecto. Quizás incluso podemos aprovecharnos de eso.

Sí, el aburrimiento es una señal de que estamos poco excitados, pero si pasamos el tiempo necesario con nuestros pensamientos y sentimientos incómodos, el aburrimiento puede proporcionarnos una oportunidad para reconsiderar si estamos invirtiendo el tiempo de nuestras vidas de manera gratificante y significativa para nosotros. ¿Qué cosas podríamos cambiar para lograr que la vida —y nosotros mismos— sea más interesante?

Mi intención no es sugerir que la pandemia no pueda causar un incremento de enfermedades mentales graves; eso es bastante factible. Solo estoy afirmando que es prematuro hacer ese juicio. Mientras tanto, no tratemos el estrés cotidiano con medicamentos. Y no le tengamos pavor al aburrimiento, más bien intentemos utilizarlo a nuestro favor.

Conectados pero solos




Clarín Domingo 05/10/14. Por Mario Bunge, físico y filósofo. Su último libro: “Memorias entre dos mundos” (Eudeba y Gedisa)

Años atrás, cuando necesitábamos conocer o recordar algo emprendíamos una exploración o un proceso de creatividad. Ahora, en cambio, el uso de tecnología modificó ese hábito saludable. Suele bastarnos con un googling para llegar a la información y con eso, sin advertirlo, estamos ejercitando menos el cerebro. Es más delicado de lo que parece y, de hecho, vamos perdiendo de algún modo capacidad cerebral porque, como dice el refrán, “úsalo o piérdelo”.

Los estudiantes atados a artilugios electrónicos, con los que mandan 150 mensajes triviales por día, no tienen tiempo de ensimismarse, examinar críticamente y mucho menos inventar. Son esclavos de los estímulos externos, se desocializan y se aislan: pierden el hábito de encontrarse cara a cara, y se vuelven cada vez mas egoístas y narcisistas.

Puesto que la atadura a esos chirimbolos se ha vuelto una adicción tan dañina como el tabaco, el azúcar, el alcohol o la cocaína, habría que someterla a impuestos elevados, únicos disuasores eficaces. Otra medida sería prohibir en clase los artefactos, ya que quien está pendiente de ellos desanima al maestro y se automargina.

Los maestros deberían enseñar que toda innovación técnica tiene lado oscuro, de modo que, cuando se la adopta, hay que estar en guardia para que no esclavice. No seamos tecnófobos ni tecnófilos ingenuos: sopesemos las novedades antes de adoptarlas o rechazarlas dogmáticamente.





BONUS TRACK 1

Entrevista al linguista norteamericano Noam Chomsky ("En Estados Unidos la guerra civil aún no terminó" por Federico Kukso-Le Monde Diplomatique, publicado en Resumen Latinoamericano-Noviembre 2016). 

—Su libro "Manufacturing Consent: The Political Economy of the Mass Media" fue escrito en 1988. Desde entonces el ecosistema mediático ha cambiado. ¿Tiene nuevas hipótesis acerca de cómo afectan las redes sociales en la conformación de la opinión pública? —Hay gente que usa internet para tener acceso a más información. Pero creo que ese es un porcentaje muy bajo. Los estudios muestran que la gente va hacia aquello que ya cree, a sitios con los que uno ya está de acuerdo. Las redes sociales son una cámara de eco. Uno de los efectos más sorprendentes es la dispersión de teorías conspirativas. Es como si los hechos ya no importaran. Las redes sociales en lugar de conectar, aíslan. Cada joven tiene un celular y habla con alguien que cree que es un amigo. Pero lo que tiene son contactos muy superficiales. Lo veo en mis nietos. Ellos creen que tienen muchos amigos. Pero no son amigos. El efecto que esto tiene es que los aísla mucho más de lo que ya estaban. Es un ambiente muy superficial. Recibo muchas cartas y mails de personas que me dicen que cada vez les cuesta más leer. No leen. Ojean. Rastrillan algo con la mirada durante tres segundos y saltan a otra cosa. No veo que tengamos una población cada vez más educada. Al contrario. Y eso tiene consecuencias políticas (...)




BONUS TRACK 2

"El mundo se ha vuelto incomprensible. Acaso sea la consecuencia necesaria de un fenómeno creciente: cada vez son menos los que tratan de entenderlo. La velocidad de la web nos ha hecho adictos a las sensaciones, a las emociones intensas y efímeras, y hoy al mundo hay que sentirlo. ¿Cómo? A través de las pantallas. Por las venas del sistema (del que somos parte, conectados como estamos por los celulares) circulan las noticias a la velocidad de la luz provocando en las redes reacciones espasmódicas de adhesión o rechazo. La subjetividad al palo, cada uno desde su dispositivo. Así el sistema se mantiene vivo y nosotros con él.

Ese sucedáneo de la realidad que viaja de infinitas formas por los circuitos de la red alimentándonos de estímulos ha acabado por contaminar el mundo real, que hoy se comporta con la lógica del virtual. Se han mezclado los tantos y ya no importa si la sensación que  nos mantiene vivos llega de la realidad o del simulacro de realidad que fragua sin descanso el cerebro colectivo de la web: todo forma parte de un espectáculo permanente en el que los esperpentos no sólo son bienvenidos, sino que se han vuelto necesarios. Son ellos los que mantienen calientes las pantallas y aceleran la actividad frenética del sistema, que por supuesto no tiene otra finalidad más allá de ésa, acelerar y multiplicar geométricamente los flujos de un organismo eléctrico que ya lo comprende todo y acabará de perfeccionarse cuando nos implanten un chip en la cabeza (...)" Entre la amnesia y el fin de la impunidad. Héctor M. Guyot. La Nación 24/06/17.

martes, 12 de mayo de 2015

Lasalle Florida 73 after the big storm VI






Dudas pendientes de respuesta luego del asado del día del trabajador 2015:

1) ¿Realmente la mochila 'maraca' de Carlos Eduardo fue regalo de uno de sus hijos?
2) ¿Es verdad que Jorge 'Pirin' repitió primer grado por su condición física de zurdo o hubo implicancias sexuales con la maestra Norma, que quiso retenerlo un año más? ¿Qué deseaba probar con la corrida aeróbica previa a la auto-fotografía? ¿Hay algo más dentro de su 'placard'?
3) ¿Es cierto que a Marcelo H. el médico le recomendó beber mucho líquido (incluyendo cerveza) para evitar problemas renales? ¿Sigue insistiendo en tomar contacto con la realidad utilizando la tarjeta SUBE?
4) ¿Existe realmente algún integrante de los auto-convocados Lasalle Promoción 73 que sepa algo de reglas de pool o es puro alarde de pende-viejos?
5) ¿Fue decisiva su confesión previa ("yo hago los 'derpas', firmo el boleto y después vemos") para que Luis María B. no obtuviera quorum para recaudar $100 por persona para solventar gastos de la reunión? 




















De arriba hacia abajo, reuniones del 1ro. de mayo/15, encuentros en Villa Gesell y en Rincón de Mildberg enero/15 y -nuevamente en Benavídez- noviembre y mayo 2014 (con la participación especial de Fiaca y Jara).

Más fotos de la promo 73 en:

Lasalle Florida promoción 73 etc

Lasalle Florida promoción 73 II

Lasalle Florida en otros tiempos

Lasalle Florida promo 73 after the big storm I

Lasalle Florida promo 73 after the big storm II

Lasalle Florida promo 73 after the big storm III

Lasalle Florida promo 73 after the big storm IV

Lasalle Florida promo 73 after the big storm V

domingo, 3 de mayo de 2015

Dos mitos argentinos para el mundo


  

Argentina bien podría denominarse "el culo del mundo": no solo por nuestra ubicación geográfica bien al fondo, también por la sorpresa con que nos ve el hemisferio norte, a veces por su ninguneo. No tenemos buena prensa como los brasileños, es evidente, pero colaboramos para eso con numerosas exageraciones, 'comprando' recetas extremas a las que otros no se animan. Dos por tres somos noticia por alguna detonación: hiperinflaciones, dictaduras trágicas, guerrillas urbanas, default, saqueos, neoliberalismos ultras con privatizaciones baratas y reestatizaciones populistas caras. Y sigue la lista.  

Por lo visto, tardaremos siglos en perfeccionar nuestra democracia; eso si, somos bastante pintorescos y, a nivel individual, nuestro país es una máquina de producir íconos o mitos: Maradona, Messi, Gardel, Piazzolla y el tango, Fangio, Borges, Cortázar, varios Nóbel, Favaloro, ahora el papa Francisco. Digo, que se yo, el vigor híbrido del mestizaje que se dió en las pampas.

Repicando frases de lo que viene abajo, dos grandes paradigmas de género, el Che y Evita, el apóstol de la revolución latinoamericana y la santa patrona del ascenso obrero, son argenti­nos. Muertos en plena juventud, consumidos en el fuego de su propia pasión. Emblemas mundiales de la rebeldía, la utopía y la solidaridad, a pesar del manoseo marketinero. Todos tienen su opinión formada. Yo también. No es de suma importancia pero pasa por el tamiz de los valores republicanos y democráticos y no por las leyendas. 

En 1997 una producción del diario Clarín, titulada "Dos mitos de fin de siglo" se preguntaba porqué se produjeron aquí y consigue algunas respuestas. Acá van sus principales notas. Horanosaurus.  




Simone de Beauvoir, Sartre y el Che x Korda.

Dos mitos de fin de siglo
¿Por qué la Argentina produjo a Evita y al Che, paradigmas de utopías y marketing? Clarín-2da Sección. Domingo 23/02/97. 

De la utopía al marketing
Combatidos o amados hasta la incondicionalidad, Evita y el Che son los dos grandes mitos políticos que la Argentina le legó al siglo XX. Convertidos en bandera de lucha o en objetos de marketing, ambos parecen haber sobrevivido a todas las modas: la de las revoluciones y la del libre mercado. Por Matilde Sánchez (colaboraron Héctor Pavón y Eva Marabotto).

Es esta la más grande de todas las historias argentinas. Evita y el Che son dos de los santos laicos que velan la imaginación contem­poránea. El país no ha producido destinos más fulgurantes ni novelescos. Atraviesan el país -produciendo hechos, inspirando biografías- y son atravesados enteramente por la gran disyuntiva: a quién pertene­cerán los pobres.

Desde luego, existen otros nombres propios si se trata de una contribución ar­gentina a la historia del siglo. Pero sus imágenes -perfil de mujer severa con ro­dete, hombre de melena y barba crecida con boina- transitan desde la épica nacio­nal y la utopía hasta el merchandising en el camino ajeno y sinuoso de la industria cultural. ¿Cuál es su proyección de la iden­tidad argentina? ¿Hay algo detrás de la silueta recortada en el espíritu de los 90? Esas son las preguntas que los estudiosos, intelectuales y políticos consultados procu­raron esclarecer en nuestra indagación.

Primero, un mito surge para resolver una contradicción y adquiere el valor de una creencia colectiva. No es una mentira. Pero aunque tampoco es una verdad, fun­ciona como tal. Existen mitos tan blinda­dos que se convierten en dogma, como los misterios religiosos: la virginidad de María. Finalmente, un icono es la repre­sentación mínima del mito: su estampa.

Si un mito es una construcción en la que todos nos hemos puesto bastante de acuerdo, ,en el caso de Evita existen tres acepciones: el mito del peronismo histórico, que la ve sacrificada en la justicia social y hace un corte con su pasado artístico, el mito negro de la oposición, que la pinta como una arribista que dilapidó el tesoro nacional en abrigos de piel y el llamado mito rojo, producido en la década del se­senta por el peronismo de izquierda, en el que encarna el germen clasista de 1945. El Primer Mundo ha cristalizado el mito negro, con una nota de moralina victoriana hacia el movimiento feminista, resumido en una brillante línea de la ópera-rock: Evi­ta, "la advenediza social más exitosa desde Cenicienta". La mayor blasfemia de Alan Parker es dudar de la castidad de Evita. El mito institucional es siempre autoritario con los géneros y el santoral no puede ser tergiversado en una picaresca.

El Che, por el contrario, encarna el he­roísmo de quien combate por un fin común. En el mundo entero su icono tie­ne carácter de divisa generacional: es la imagen más reproducida en la historia de la fotografía. Quien luce una remera con ella pertenece a la tribu de los inconformistas.

Evita y el Che tienen en común una par­ticular clase de locura: se han entregado por completo a sus visiones."Con una gran distinción -dice David Viñas, escritor e intelectual de izquierda, quien fue fiscal de mesa en el sanatorio desde donde Evita votó por primera vez en 1951. Ella es pro­ducto de un aparato del Estado, mientras que el Che siempre se resistió a institucio­nalizarse. Sin embargo, ¿cuanto llevó de su país a la Sierra Maestra? "No es un azar que sean hijos de este país lacerado", sostiene el historiador José Vilarruel, profe­sor de historia social en la UBA. "Ambos plantearon la cuestión de la igualdad y, desde horizontes muy diferentes, definie­ron modelos de acción social sobre una cuestión crucial: la dicotomía entre demo­cracia y dictadura".

Poder y conflicto. Desde ese ángulo, el recurso ficcional de incluir al Che como la conciencia crítica de Evita, en la ópera-rock, no es capcio­so. Muestra a dos personajes enfrentados en torno a una idea de poder, al tiempo que lee políticamente el conflicto genera­cional. Más allá de la ligereza de su puesta en escena, un argentino puede entrever en esa pulseada el capítulo más sangriento de la historia argentina: los 70.

Viajes, los pasajes de un nombre. En 1935 Evita inicia el viaje de los "grasitas": de Junín a Buenos Aires, del melodrama a la épica, de la bastardía a la legitimidad. Pero también viaja hacia la tradición feme­nina: es una joven en busca del apellido de su padre, el cual conquistará junto al ape­llido de su esposo. Solo que una vez que los tenga no querrá pertenecer a ninguno de los dos. Eva Duarte de Perón manifies­ta que espera entrar en la historia como Evita, como dice Borges de un orillero am­bicioso -y ella pertenece a esa clase-: para deberse todo a sí misma. En 1949, como primera dama, cumple la gira del Arcoiris por Europa, viaje que entronca con la con­sagración de Gardel en París. Pasea el es­plendor argentino ante una Europa empo­brecida por la posguerra y ventila el régi­men de Franco. La izquierda europea simplifica el fenómeno peronista y la inter­preta como la última "agente del fascis­mo" (sic). El viaje fija en los europeos el mito negro.

En julio de 1953, un año después de la muerte de Evita, Ernesto Guevara se mar­cha en un segundo y trascendental viaje por Latinoamérica. Reverso del viaje de Evita, constituye su educación política. En él se desargentiniza. David Viñas observa que el viaje se potencia a través de su pri­mera compañera, la peruana Hilda Gadea, militante del Aprismo. "Guevara va hacia ese recinto mitológico de la tradición revo­lucionaria latinoamericana que es México y entra en contacto con las figuras de Emiliano Zapata, de Lázaro Cárdenas, peregri­na a la calle Austria, donde vivió Trotsky. Pero hay también en él un componente bien argentino que recupera, a través del marxismo, la ideología reformista tradicio­nal que ya tocaba la cuerda latinoamerica­na”.

El periodista Mariano Grondona, por entonces comprometido con la derecha, apunta que “ese viaje del Che es la encar­nación de la teoría de la dependencia, esa idea de que Latinoamérica estaba someti­da a la oligarquía y el imperialismo. Esto generaba dos personajes arquetípicos, el del cínico cipayo y el del héroe que pelea contra la injusticia.” El Che se definía: "Tengo el sustrato cultural de Argentina y me siento tan cu­bano como el que más." El intelectual mexicano Jorge Castañeda, cuyo libro so­bre Guevara, “La vida en rojo”, aparecerá en marzo, destaca sus raíces profundamente argentinas y su infancia en Alta Gracia, sin ia cual su travectoria resulta incomprensible. “En primer lugar explica el autor- el Che es formado en la escuela pública, lo cual es excepcional para las éli­tes intelectuales latinoamericanas. Pero al mismo tiempo pertenece a una familia de la oligarquía, aunque sin dinero. Ese doble linaje solo era posible en Argentina. Terce­ro, como en ningún otro país latinoamericano, Argentina tiene fascinación por lo exótico, debido a que se trata de es un país socialmente muy homogéneo."

Mientras que Evita es un engranaje central del poder, el Che, viajero perpetuo de la revolución, se resiste a ser institucio­nalizado. Exporta la guerrilla al Congo, luego a Sudamérica, su método es la "tour de force". La muerte en Bolivia resultará clave para la izquierda: muere como un heraldo contra las fronteras, en un regreso armado a su país. El Che muere llegando.

Muerte en Bolivia a lo bandolero romántico; muerte política de doble exilio, lejos de sus dos patrias, en el intento de enlace. A su entrada triunfal en La Haba­na, el Che adopta la nacionalidad cubana pero al partir al Congo y un año después a Bolivia, renuncia a la cubanidad, de mane­ra que vuelve a ser argentino. En esa parti­da conviven el desajuste ideológico con la dirección del gobierno cubano, tanto co­mo su impulso a la errancia y el fusil, "que me entusiasma como hombre gozo­so de la aventura". ¿Es ese goce de la aven­tura lo que ilumina el cierre de siglo?

El sociólogo Horacio González apunta que su leyenda consiste principalmente en un espacio de aventura moral, en una voca­ción de desprecio por los obtusos, en la soberbia seguridad del andarillo: "hay que echarse a andar". Pero lo notable, según él, es que al cabo de su viaje, la entrada en La Habana, "convertirá su castellano rioplatense en caribeño y firmará los billetes del Banco Nacional de Cuba con la partícula esencial de la interpelación ar­gentina, Che, el universal particularizado, el arquetipo/de uno solo".

El alfabeto político. "¿Qué tiene de argentino ese ideal de exportar la revolución?", se pregunta Viñas. "No hay que olvidar que Guevara se forma en Córdoba y se vincula con Gustavo Roca, hijo de Deodoro Roca. Este participa de la reforma universitaria de 1918, que democratiza el acceso de los argenti­nos a la universidad. Por otra parte, la as­piración a un destino de grandeza en Ar­gentina se ha mitologizado, pero fue bien concreto. Es un rumor que recorre toda nuestra cultura. Históricamente la elite argentina se ha visto a si misma como competidora de los Estados Unidos”.

En cuanto a Evita, ella recibe sus primeras ideas políticas en el golpe de Estado nacionalista de 1943. Alicia Dujovne Ortiz especula que es peronista antes que Perón lo sea. Pero su ascenso es también producto de una particular situación en la historia de las mujeres argentinas. Su travesía es la de una hija ilegítima, con la misión de vindicar a su madre, una madre soltera emancipada por defecto. Aún así, aún incompleto, su acceso al poder es posible porque Argentina es el país menos machista de América Latina. (Podemos decir que el feminismo argentino nace con Sarmiento, a través de las maestras norteamericanas vinculadas con la tradición del librepensamiento). Con sus enormes disparidades, Evita y el Che son figuras de una vanguardia argentina, mancada, que en los hechos termina a los tiros.

Por su historia familiar, el sociólogo Rosendo Fraga miró con atención a uno y otro. En su visión, “ambos proyectan nuestra complejidad y singularidad en Latinoamérica. Como figura fundamental del peronismo, Evita refleja la problemática política y social del país, lo cual parece definitivamente perdido para la mirada europea. Mientras que el Che proyecta las enormes contradicciones de nuestra clase media. El drama del Che está todo comprendido en su final en Bolivia: pone en evidencia la enorme incomprensión de los sectores a quienes él pretendía liberar. El drama del Che es la sordera de los obre­ros peronistas a su utopía". "Pero es intere­sante -observa Fraga- que la que más fes­teja la entrada de Fidel en La Habana es la derecha liberal. Ellos veían a Batista en la serie de los dictadores latinoamericanos, como Trujillo y el propio Perón."

La belleza del mito. La belleza. No solo las fabriqueras soña­ban con ser Evita. No solo los revoluciona­rios querían ser el Che. También los feos, las tuertas, las enanas, los obesos. La belle­za toma un giro trágico al asociarse con la muerte a edad temprana. ("Los funerales de Evita despliegan una grandiosidad solo comparable en este siglo con los de Rodol­fo Valentino. La muerte del Che sí es trágica. La tragedia es morir bajo la mira­da de los dioses", dice Viñas.) No hay mo­tivo de tristeza más universal y contagioso que la muerte en la juventud y en pleno apogeo. El gobierno de Perón interpreta la enfermedad de Evita en clave cristiana en los meses precedentes al desenlace; los 33 años la ungen con la santidad. El Che, por el contrario, es un mito plenamente laico, pero la Teología de la Liberación encon­trará en él a un apóstol del cristianismo abnegado.

Prácticamente la totalidad de las fotos de Evita son oficiales, a excepción de las fotos familiares de fin de semana en la quinta de San Vicente, recuperadas preci­samente por el peronismo revolucionario. Su elaborada producción de imagen tiene a su servicio un ideólogo innovador y des­mesurado, Raúl Apold, en la Subsecretaría de Información.

Tanto uno como el otro son paradigmas de género. Ella encarna el asalto de las mujeres a la vida pública, en una década de eclipse feminista. Es la última mujer antes del advenimiento de la pastilla anti­conceptiva y la televisión. Y ese hombre, con su hippismo precursor y el fulgor de su mirada, marca que aquel modelo de mujer esta agotado. Imágenes del Che con su fusil, tomadas por corresponsales y combatientes aficionados. Difícilmente puedan superarse en virilidad y reciedum­bre. (Ernesto, raro fantasma en el desper­tar erótico de las repartidoras de volantes, las chicas que hacían pintadas. Contigo querían hacer el amor y la guerra, todo era parte de la revolución.)

Fotografías en blanco y negro, frag­mentos de película, objetos personales, vestigios de una vida. El mito se nutre de las pequeñas huellas materiales para com­poner su pseudohistoria. El reloj del Che (un Rólex Oyster) circula entre las manos de los "rangers" bolivianos que lo asesi­nan en La Higuera. Las joyas de Evita son rematadas en 1957 en los salones del Automóvil Club Argentino, para seguir la trayectoria de los talismanes. Desmontada de su prendedor con el escudo peronista, un diamante adorna el bastón de mando del general Onganía. Y todas esas cosas son el retazo del sudario o la astilla de hueso en el escapulario del fiel.

También como en los santos, el destino del cuerpo prolonga el martirio. El embalsamamiento de Evita asegura una posteri­dad de rango faraónico, que resulta funcional a los vejámenes. El asesinato del guerrillero vuelve irrefutable la tesis de la guerrilla.

A comienzos de los 70, la resistencia pe­ronista y el estado de revuelta estudiantil dan a luz los movimientos de guerrilla. El Che tiene en ella un papel central: da un linaje nacional y al mismo tiempo interna­cionalista a la lucha armada. El apóstol de la revolución latinoamericana y la santa patrona del ascenso obrero son argenti­nos: la izquierda truca las coincidencias entre Evita y el Che. El propio Perón envía una carta a la militancia peronista donde interpreta la muerte del comandante Gue­vara como "una irreparable pérdida para la causa de los pueblos". El nombre de Eva es lanzado en la lista de revolucionarios caídos en combate, seguida o precedida por el Che.

La iconografía del Che es ascética: la boina con la estrella roja, la camisa mili­tar, la barba y el habano, así en la zafra co­mo en la ONU. Y es una formidable bro­ma de la historia que para ingresar de incógnito en Africa y Bolivia se haya dis­frazado de viejo burgués, su inverosímil absoluto... Sus fotos congelan el instante creador de la revolución, perpetuamente inacabada. Muestran el acontecimiento que será patriótico: son la arcilla de la épo­ca. Una generación entera descreyó de la admirable foto del boliviano Fredy Alborta, quien retrató al Che asesinado en La Higuera, en una composición que fue comparada con "La lección de anatomía" de Rembrandt. La extraordinaria mirada del guerrillero no parpadeó ante los dispa­ros. El Che es el muerto más hermoso del mundo.

Pósters, bandera de todas las luchas de liberación, bandas de rock, gorras, una cerveza inglesa, todo lleva el retrato del Che. Si las décadas del 60 y 70 acercan la utopía guevarista a la realidad, proponien­do al Che como modelo universal para los jóvenes comprometidos, los 90 lo instalan como imagen de una adoración melancólica. Los 90 pueden tener melancolía de los 50 y a la vez de los 60.

"¿Por qué producimos tantos iconos en la Argentina?", se pregunta el escritor Martín Caparros. "Nuestra producción iconográfica es desmesurada, sobre todo si la comparamos con nuestra inexistente producción de bienes reales o tecnología. A través de Hollywood Evita ha perdido to­do su sentido original. Sin embargo, quien se pone una remera con la cara del Che, porta un signo contra el sistema."

Una periodista que vivió intensamente los 60, Mabel Itzcovich, observa que "es­tos mitos argentinos han ganado la efíme­ra popularidad del espectáculo, la codicia­da ubicación en el "merchandising", y en su camino han perdido los odios, amores y rencores que los hicieron únicos. Las le­yes del mercado han dado vuelta los bolsillos y los han vaciado de todo contenido".

La tesis de “La vida en rojo”, del mexicano Castañeda, cree que la Argentina no debería llorar por él. "El Che es el máximo emblema de la década del 60. Pero su ma­yor legado no es político ni teórico sino puramente cultural. Los 60 no nos dejan ideas políticas, las cuales por el momento parecen agotadas, sino un fabuloso recam­bio cultural. El Che representa lo que aún está vivo de los sesenta: la permanente fuga hacia adelante, las nuevas relaciones entre hombres y mujeres, la intolerancia política, la fascinación y el respeto por la otredad, y sobre todo, la vinculación entre la política y el existencialismo."

El sociólogo y filósofo Horacio González cree que Evita y el Che son "me­nos parte de un escurridizo carácter nacio­nal, que de un museo de las pasiones, donde la crítica cultural podría revisar los sucesivos fracasos".

Mientras la cadena norteamericana Bloomingdales distribuye el look de la evitamanía, este verano una remera hizo fu­ror en la costa atlántica: el rostro del Che sobre la bandera de Jamaica, en lugar de Bob Marley, con la leyenda: Don't worry, be happy. En Cuba, como en el sudeste de Bolivia, el turismo de aventura propone la ruta del Che. ¿Con cuál de sus fulgurantes sarcasmos adjetivaría el Che su propia imortalidad? ¿Miseria de los íconos? Aun­que delgados, tan domésticos en nuestra sociedad de consumo, ellos nunca son tri­viales. Las estampas tienen el espesor de la época. 


Una creación argentina

Entrevista con Alain Touraine. Por Daniel Mordzinki, desde París. “La Argentina creó a estos dos gran­des mitos de fin de siglo, Evita y el Che, probablemente porque la Ar­gentina fue -estoy tentado de decir más que ningún otro país del mundo, más que los Estados Unidos- un país que ofreció posibilidades de consumo, de inte­gración y de participación extraordinarias. Una sociedad donde el consumo y los lo­gros superaron de lejos las condiciones de producción. Este exceso de demanda creó, automáticamente, una enorme necesidad de integración que dio lugar a la creación de movimientos masivos (Yrigoyen, el pe­ronismo...) y a un formidable pedido de unificación que se traduce en modas de consumo, en la invención de símbolos y en una creación cultural extremadamente activa, frente a un aparato de educación y de administración deficiente. Este abismo entre la producción y el consumo dio a la Argentina su propia definición e hizo de ella un país creador de mitos", así comien­za la entrevista que Clarín hizo al sociólo­go y politólogo francés Alain Touraine.

Touraine agrega: "¡Para empezar con los mitos, yo pondría al tango...! Ahora bien, respecto de Evita, y en lo que a la Ar­gentina se refiere, su mito tiene bases en la realidad. En cuanto al Che, mucho me­nos -siempre refiriéndome a la Argenti­na- aunque es cierto que sirvió de símbo­lo concreto durante el período de las gue­rrillas. Podemos pensar de maneras dife­rentes sobre el peronismo pero las cate­gorías que de una manera o de otra des­bordaban el marco burgués lo han vivido como su entrada a la vida pública. Este fenómeno da cabida directamente a la creación del mito de Eva Perón. Ahora bien, cuando la situación político-finan­ciera comienza a degradarse, toda la mito­logía que no pudo encontrar respuesta a falta de un aparato de producción eficaz, se transforma en crítica.

"La intelectualidad argentina, mucho menos elitista que la de otros países -le recuerdo que la Universidad de Buenos Aires contaba entonces entre sus estu­diantes un 25 a 30% de hijos de obreros mientras que en Europa el porcentaje era del 5% a 10%- se ve de golpe confrontada a una sensación de decadencia que da ori­gen a una radicalización del pensamiento entre las categorías que -hasta entonces-se encontraban en ascenso. Así, surge el famoso "peronismo de izquierda" con Evi­ta como bandera. El Che es la expresión misma de este vuelco con la diferencia que su imagen  desbordó lo nacional para devenir un símbolo latinoamericano.

-¿Un líder puede trabajar en vida para convertirse en un mito? -Si usted hace referencia al presidente Menem, él es para mí el anti-mito. Menem, cuyo rol puede juzgarse positivo del '89 al '94 a través del plan Cavallo -cierta­mente  contestable pero que ayudó al país a salir de una crisis económica feroz- es hoy el artífice de una "fujimorización" de la Argentina. En realidad la Argentina de hoy, que por primera vez es testigo de cierta estabilidad económica, ya no es terreno para generar mitos. Su sistema político, menos estable que el chileno pero sin lugar a dudas mejor reconstituido que el brasileño o el mexicano, crea un confor­mismo donde conviene más hablar de idealización y de recuerdo que de mito­logía. Yo entiendo por mito una forma de mantener vivo el pasado: la Argentina hoy es, en realidad, mucho menos peronista y mucho menos guerrillera que hace 20 años, por eso su sociedad necesita evocar esos personajes símbolos de su pasado.



Che, 1962 x Korda.

Los ojos de Korda

El 4 de marzo de 1960 estalla en el puerto de La Habana un buque con un cargamento de armas belgas. Hay decenas de muertos y 200 heri­dos. Un día después, Fidel y sus co­mandantes hacen un homenaje cer­ca del cementerio. Allí, un fotógrafo del periódico Revolución, Alberto Díaz, conocido como "Korda", hace con su Leica la foto del Che que será símbolo y moneda cubana, la ima­gen más reproducida en la historia de la fotografía.

Desde su estudio de La Habana, en diálogo con Clarín, Korda cuenta que caló el fondo original sobre la boina y la melena, pero "la foto solo fue reproducida una vez en una di­mensión pequeña y no volvió a edi­tarse." Pocos meses antes del asesi­nato de! Che, el editor italiano Giacomo Feltrinelli recoge la foto de su estudio para hacer un cartel, igno­rando que lanzará uno de los emble­mas del siglo, por el cual Korda jamás cobrará un solo peso.





Cuba: cuando el pasado sigue estando presente

Por Susana Colombo. Los cubanos son reacios a hablar del Che como un mito. Para ellos, el Che es un "modelo revolucionario". Y lo consideran coprotagonista de una política que todavía -aunque con con­tradicciones- está viva.

Desde su muerte, el Che fue mostra­do como una figura ejemplar para los niños y para los obreros. Está en los programas de la escuelas de Cuba; es un procer como José Martí. Los escola­res de la primaria, al iniciarse octubre, realizan jornadas para recordar su muerte. Los "pioneros" cantan: "Dos góticas de agua cayeron sobre mis pies, y las montañas lloraron porque mata­ron al Che". Y le prometen: "Todos los niños seremos como el Che".

Su carisma le dio al Che una trascen­dencia única; sus admiradores pueden ser de cualquier orientación. "Lo admi­ran porque no vive; si no, lo mandarían matar", opina algún cubano, incapaz de una ironía. Es cierto: la crisis en Cu­ba es fuerte. Por eso, un turista puede encontrar "vendedores" de un billete ya histórico, que tiene la firma del Che.

La escritora cubana Marta Hanecker está preparando un libro en que uno de los entrevistados fue compañero del Che. Y cuenta: "Era exigente y con su exigencia educaba". De ejemplos, nadie discute. De su amistad, tampoco. Hay quien piensa que el Che fue quien me­jor se complementó con Fidel; otros, que no hubiera conseguido igualarlo. Lo cierto es que los análisis sobre el Che son múltiples. Como si estuviera vivo. Como si para ese "largo lagarto verde, con ojos de fría plata", como de­finió a su isla el poeta Nicolás Guillen, el mito todavía no hubiera comenzado.


El anhelo de la Tierra Prometida

Por Ignacio Pérez Del Viso (sacerdote jesuíta, director de la revista CIAS y profesor de Historia de la Iglesia de la Facultad de Teología de San Miguel). Evita y el Che Guevara son dos persona­jes que integran el imaginario social de Jos argentinos. En toda América latina se han destacado políticos, por un lado, artistas, por otro. Evita y el Che se pro­yectan entre la política y el arte, entre la realidad y la ficción. Los filmes sobre ambos pueden ser criticados con rigor histórico, pero sus vidas solo pueden ser captadas con un gran vuelo de la imagi­nación.

El país que ha producido el mito de Gardel, que canta cada día mejor, se siente desgarrado por el mito de Mara­dona, que juega cada día peor, porque ni él mismo sabe si continúa gambe­teando en sueños o en realidad.

Pero la Argentina no solo ha creado sujetos que parecen de ficción, capaces de hacerla gozar o sufrir, mordiendo su imaginación y sus sentimientos. Con Evita y el Che ha dado a luz a dos perso­najes que prenden también en su inteligencia, como fruto maduro de una tradi­ción cultural sostenida. Evita reflejó una cultura popular ascendente, el Che una cultura de clase media cuestionante. Y tuvieron muchos rasgos en común:

* Ambos simbolizan la lucha por el po­bre, la de ella por la muchedumbre de "descamisados"; la de él por los pueblos oprimidos. El ideal de la justicia social marcó sus vidas.
* Ambos entregaron su vida con noble­za y desprendimiento. Dejar un ministe­rio en Cuba para perderse en la selva de Bolivia es algo que despertó la admira­ción de amigos y enemigos.
* Ambos tuvieron una muerte trágica, ella una enfermedad prematura, él una oscura ejecución. Ni sus tumbas encon­traron reposo. Están del lado de los per­dedores.
* La muerte de ambos adquiere así un carácter redentor. Toda muerte posee un valor redentor porque en ese instante final se redime, se rescata todo lo trascendente de la vida, incluso el sufri­miento. Y la muerte anónima de millo­nes de marginados quedó como subli­mada en ambos personajes.

Pero también ellos necesitan ser rescatados. Al morir Jesús, diciendo: "Pa­dre, perdónalos porque no saben lo que hacen", nos redimió a todos porque hizo posible un perdón y una convivencia que superan las fuerzas humanas.

La crítica que les haría a ambos es que no buscaron la paz y la libertad con el mismo ardor que la justicia, los tres pilares de la ética. Evita quedó atrapada en la lucha entre peronismo y antipero­nismo, superada veinte años después de su muerte. El Che ignoró el valor de la no violencia. Evita y el Che nos mues­tran la grandeza y la debilidad del co­razón humano, entre la nostalgia del Pa­raíso perdido y el anhelo de la Tierra Prometida.



"El muerto más hermoso del mundo".  Freddy Alborta. La Higuera, Bolivia.


Las pasiones colectivas, según Vincent

Por Juan Carlos Algañaraz, desde Madrid. “Eva Perón y el Che Guevara han sido devorados por la imagen. A través de una imagen romántica, sus rostros han cau­sado estragos cuando se popularizaron a través de los medios de comunicación". Manuel Vincent, uno de los mayores es­critores y periodistas españoles, confió a Clarín algunas reflexiones sobre el fenómeno de estas vidas excepcionales. "Estas dos figuras se ponen de moda a través del arte que siempre está buscan­do unos rostros que sinteticen pasiones colectivas. Cuando esto se produce tam­bién se produce una explosión colectiva como en el caso de Evita y el Che", ase­gura Vincent.

-¿Estos mitos hubieran sido posibles sin los logros extraordinarios, concretos, de Eva y el Che? -Las conquistas personales, la entidad sustancial de Eva y el Che quedan en na­da ante el mito, que es una forma de ex­plicarnos el mundo a través de las accio­nes de los dioses. Nuestros dioses son imágenes en los medios. Estos mitos de Eva y el Che va no tienen nada que ver con la realidad. Son bienes de consumo, casi de degustación. El afiche con la cara del Che fue un bien de consumo que col­gaba en las habitaciones de todos los progresistas del mundo. Eva Perón es una imagen romántica asociada al tango. El teatro, el cine, la televisión, los me­dios, son monstruos que necesitan ali­mentarse constantemente de imágenes.

-¿Qué hay en las vidas de Evita y el Che que los hace tan atractivos? -El fenómeno de Eva Duarte es muy difícil de entender si uno no es argenti­no. Desde una perspectiva europea, tal vez racionalista, creo que fue una mujer que quiso hacer una revolución social uno a uno, como una forma de redimir a los descamisados mediante su gloria per­sonal. Esto es como muy posmoderno y el arte ha encontrado en ella una pasión sintetizadora que es muy actual. El ansia de salvar al mundo unida a la ambición personal es una síntesis que produce personajes muy literarios.

-¿Cuál es su primera imagen de Eva? -Cuando era muy niño y ella vino a España, recuerdo que mi familia contaba que se había presentado con una capa de marabú de Christian Dior, un collar ro­sado, pulseras de diamantes. Eva estaba al lado de la mujer de Franco, que pa­recía una secretaria de tercera frente a aquella mujer deslumbrante.

-¿Cuál es la dimensión del Che? -El Che sintetiza también otra pasión colectiva. El fenómeno del Che es de una modernidad absoluta porque su destino fue unir la revolución a una aventura romántica personal.

Vincent reflexiona que Eva Perón y el Che Guevara han triunfado incluso co­mo cadáveres. El escritor evocó las azaro­sas aventuras del cadáver de Eva , "capaz de despertar las peores truculencias y una devoción casi religiosa", y también lo que sucedió con los restos del Che.

-¿Y qué tiene que ver en todo esto el hecho de que fueran argentinos? -Creo que una de las características de los argentinos es la conciencia de su cor­poreidad, la necesidad de estar a gusto con su cuerpo, con su imagen. Los dos tenían imágenes espléndidas.

El santoral laico

Desmitificar para volver al personaje posible, es la consigna del autor de esta nota, que escribió, además, la última biografía del Che. A su juicio, un “santo laico” de este siglo. Por Ignacio Paco Taibo II, desde París, especial para Clarín.

Guevara te mira en las noches. Y te dice invariablemente: -¿Cómo se te ocurre hacerme personaje de una biografía? Y eso sucede los días más afortunados, lo habitual es que se limita a soltarme una mirada burlona y medio cáustica. ¿Cómo me metí en esta trampa? Inocente, que no sabía que resulta prácticamente imposible atrapar el centro de un mito.

Che estaba dotado de un mecanismo de combustión interna que lo hacía vivir en el límite, mantenerse a prueba perma­nente, presionar un cuerpo gastado por la falta de sueño, el asma, las tensiones. Era el hombre que había hecho de la autodemanda un estilo vital. Y se quemaba, en la lenta hoguera que había encendido en el centro de sí mismo. Se quemaba y quema­ba a los demás.

Es fácil lidiar, pelear, trabajar sobre los mitos de otros, pero ¿con los propios fantasmas, con los propios mitos? Trabajar sobre tu santo laico, el gran fantasma que te ha estado cuidando los sueños todos es­tos años impidiendo que los miedos, la pesadilla de la barbarie mexicana, te destru­yan en la fragilidad de la noche...

Una regla: busca como puedas, los per­sonajes se cuentan en sus actos, no en sus palabras, sus palabras caminan con ellos.

El icono pop -el póster, la camiseta, la imagen repetida millonariamente en la manta y la pared- se va quedando vacía, se va amarilleando con el paso del tiempo, va perdiendo contenido. Un fantasma que, muy a pesar de su humor cáustico y de sus reiteradas timideces, ha quedado pre­so en la parafernalia de la imagen y de las maquinarias inocentes o dolosas que se dedican a vaciar todo aquello que se les cruza a su paso de contenido para volverlo camiseta, souvenir, taza de café, póster o fotografía, destinadas al consumo. Y eso es la condena de los que provocan nostal­gia: estar atrapados en los arcones del con­sumo, o en los reductos de la inocencia.

En la casa de mi amigo Teo Bruns en Hamburgo descubro un póster del Che que dice: "Tengo un póster de todos uste­des en mi casa. Che". Me encabrono ante la pobreza del póster y sin embargo lo aprecio como mate­rial de rebelión primario. Colocado sabia­mente por un adolescente en la puerta del baño puede lograr que si tienes un padre reaccionario, se corte al afeitarse en las mañanas. En la puerta de entrada al cuar­to sirve la entrada a adultos indeseables. El Che, incluso en su imagen más light sigue funcionando como advertencia, señalación de territorios liberados.

La izquierda Neanderthal de los años 60, con la que yo crecí, tenía esas palabras en el catálogo de las perversiones, eran nom­bres de "desviaciones pequeñoburguesas" (¿desviaciones de qué? ¿caminos hacia dónde?), maldades y enfermedades. Recuperar al Che hoy es recuperar palabras co­mo estas, recuperarlas en sus sentidos ori­ginales. Y junto a ellas, palabras como utópico, informal, irreverente (aquel que no hace reverencias ante el poder), iguali­tario (aquel que practica la igualdad en el reparto de los bienes y las miserias), im­prudente (aquel cuyo lenguaje no mida consecuencias).

Desmitificar para retornar al personaje posible, humanamente posible, con zonas de luz y zonas de sombra. La única mane­ra es la anécdota encadenada, la coheren­cia que dan las historias pequeñas cuando se ponen en orden: el joven Guevara y sus amores platónicos con la Tita; las papas peladas para pagar la cuota de polizonte... aquella primera vez en que le hablaron del asalto a la Moncada y respondió "Che, contame una de vaqueros".

Desmitificar para invariablemente remitificar. El personaje. Entrañable Che. ¿Y por qué no? ¿Han probado vivir sin mitos? ¿No son peores los amaneceres, más agrias las jornadas de trabajo, más triste el amor, más previsible el futuro?



Evita x Annemarie Heinrich.


La confesión de Fidel

En una entrevista con el periodista italiano Gianni Miná, Fidel Castro admite por primera vez que el Che y él hicieron un pacto. El Che le hizo prometer que ninguna razón de Estado haría que Fidel le impidiera volver a luchar a la Argentina. Por Julio Algañaraz, desde Roma.

“Me lo tenés que prometer: lo único que quiero una vez que haya triunfado la Revolución es poder ir a luchar a la Argentina”. Es el propio Fidel Castro quien contó por primera vez esta anécdota crucial para comprender muchas cosas sobre Ernesto Che Guevara y, sobre todo, cuáles eran los objetivos estratégicos de su acción al frente de la guerrilla en Bolivia.

“El Che me pidió que, además, ninguna razón de Estado me impidiera cumplir con la promesa. Fue la única condición que puso cuando estábamos en México preparándonos para ir a Cuba. Nadie sabía si íbamos a ganar la guerra y quién saldría vivo”.

Recuerda Fidel que “el Che tenía pocas posibilidades de salir vivo, impetuoso como era. Pero quiso aquella promesa y en algunas ocasiones me lo recordó. Ya en la Sierra me ratificó la idea y la promesa. Demostró que sabía prever el futuro.”

Esta anécdota íntima de la relación entre Castro y Guevara, el líder cubano se la contó al periodista italiano Gianni Miná en la segunda de las dos entrevistas que le concedió en La Habana y que fueron transmitidas por la RAI, la radiotelevisión estatal italiana, y que Miná publicó como libros.

Cuando triunfó la Revolución, “se multiplicó el entusiasmo del Che de llevar la Revolución a su país. La victoria en Cuba desarrolló en él una gran fe en las posibilidades del movimiento revolucionario en el Cono Sur de la América latina. Creo que dos o tres veces me insistió en sus propósitos y yo le contesté: “No te preocupes: nuestro pacto será respetado”.

Impaciencia y fuga. En otra parte de la entrevista, Castro evocó que después de los primeros años de la Revolución, Guevara “comenzó a sentir impaciencia por llevar adelante sus viejos planes y viejas ideas. Creo que influyó en él la conciencia del tiempo que pasaba. Sabía que hacían falta especiales condiciones físicas para sus proyectos y se sentía en grado de llevarlos a cabo. Tenía muchas ideas, fruto de la experiencia que había madurado en Cuba, acerca de lo que consideraba debía hacer en su país”. El presidente cubano agregó que Guevara “estaba pensando en su patria perono solamente: tenía en su mente América en general y sobre todo América del Sur”. Según Castro, el Che se salía de la vaina por ir a combatir y aceptó un poco a regañadientes postergar el proyecto Argentina y convertirse en el responsable de la guerrilla en el Congo, el actual Zaire. Cuando aquella aventura fracasó, Fidel aseguró a Gianni Miná que costó convencerlo que regresara a Cuba y se tomara tiempo para preparar la guerrilla sudamericana.

Miná le preguntó si no había sido un gran error elegir Bolivia. Castro respondió: “No sé si se puede afirmar esto. Al Che le interesaba la Argentina, quería hacer la revolución en su país. Pero penetrar directamente en la Argentina era demasiado difícil. En aquella época todos los gobiernos latinoamericanos estaban de acuerdo con los Estados Unidos en practicar el ostracismo de Cuba.”

El Che –recordó Fidel- había reunido en Cuba un grupo de argentinos, entre ellos Ricardo Masetti, que fue fundador de la agencia Prensa Latina. Masetti había ido a entrevistar, en 1957 como enviado de radio El Mundo de Buenos Aires, a los guerrilleros en la Sierra Maestra y fue conquistado por las ideas de Castro y el Che. Escribió en nuestro país un libro sobre aquella experiencia: “Los que luchan y los que lloran”. En 1964 preparó con Guevara una guerrilla argentina, bautizada como Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP). Masetti era el “Comandante Segundo” y se supone que Guevara era el primero. La guerrilla fue un fracaso y Masetti terminó internándose en los montes de Salta, perseguido por las tropas de la Gendarmería Nacional. Su cuerpo nunca fue encontrado. Se supone que murió de hambre.

Según Fidel, el desastre de aquella guerrilla no desalentó para nada a Guevara. “El Che era un hombre muy sensible y ligado a sus compañeros. Haber iniciado una tentativa que había costado la vida a algunos compañeros contribuía a hacerlo impaciente. Por eso eligió una zona (de Bolivia) cercana a la frontera argentina”.

El destino en el mapa

Otro personaje que conoció de cerca a Guevara desde muy joven fue el fallecido escritor argentino Ricardo Rojo. Hace tres décadas, tras la muerte de Guevara, Rojo contó a varios amigos, entre ellos este corresponsal, que la última vez que había visto al Che en Cuba, en su despacho de ministro de Industrias, Guevara le había señalado varias veces un mapa que tenía en la pared, frente a su escritorio. Indicando la Argentina, le dijo: “Ves: ese es el gran objetivo”.

Antes de partir para su trágica aventura final en la selva boliviana, Guevara escribió una carta a Fidel Castro, en la que entre otras cosas le formalizó su renuncia a la ciudadanía cubana. Era solo ciudadano argentino cuando murió el 8 de agosto de 1967 en una de las aulas de una humilde escuelita en el pueblo de Las Higueras, Bolivia, ametrallado por el sargento Roque Terán. “Ahora vas a ver como muere un hombre”, le dijo al intimidado Terán antes que el sargento boliviano apretara el gatillo. Dicen que las últimas palabras que pronunció el Che antes de recibir las balas fueron las de un criollo: “¡Ay, qué carajo!”

BONUS TRACK 1

“Eva Perón” 

Fragmento del poema de José Luis Castiñeira de Dios (1920-2015) 

Dice, desde el Cielo
“Volveré y seré millones”

Aunque la muerte me tiene
presa entre sus cerrazones,
yo volveré de la muerte,
volveré y seré millones.

Yo he de volver, como el día,
Para que el amor no muera,
con Perón en mi bandera,
con el pueblo en mi alegría.
¿Qué pasó en la tierra mía
desgarrada de aflicciones?
¿Por qué están las ilusiones
quebradas de mis hermanos?
Cuando se junten sus manos
volveré y seré millones.

(…)

Tantos rostros, tanta pena,
tanta espiga de dolor
y la vida alrededor
con su cepo de condena.
Ya tu suerte me enajena,
pueblo mío, y me sostiene
sólo el amor con que viene
tu llamado hasta mi ausencia;
yo volveré a la querencia
aunque la muerte me tiene.

(…)

Toda mi vida es un río
que anda rondando la tierra
con ese pendón de guerra
 que sólo al pueblo confío.
¡Mi pueblo, este signo mío,
este amor sin más razones!
Presa entre sus cerrazones
y porque soy libre y fuerte,
yo volveré de la muerte,
volveré y seré millones.

BONUS TRACK 2


El guerrillero logró su heroicidad por la forma en que vivió y murió, explica Jon Lee Anderson. El prestigioso periodista, su biógrafo, escribe en exclusiva para Clarín. Domingo 08/10/17.

Perfil: Jon Lee Anderson nació en California, Estados Unidos, pero la mayoría de su carrera tuvo como escenario América Latina y países en conflicto. Desde 1998 escribe para la revista New Yorker. A lo largo de los años ha hecho perfiles de las principales figuras del siglo XX y principios del XXI. Entre ellos aparecen Gabriel García Márquez, Fidel Castro, Augusto Pinochet y Saddam Hussein. Su biografía sobre Ernesto Guevara está considerada como una de las mejores que se han hecho sobre el revolucionario. El libro “Che Guevara: una vida revolucionaria” fue publicado en 2006. Después escribió “La tumba del León. Partes de guerra desde Afganistán” (2002) y “La caída de Bagdad” (2005). Su trabajo fue premiado con el María Moors Cabot de la Universidad de Columbia.

El 9 de octubre de 1967, cuando los militares bolivianos y los agentes de la CIA decidieron ejecutar al Che Guevara en la aldea de La Higuera, presumieron que su muerte sería la prueba del fracaso de la gesta comunista en América Latina.

Pero no fue así. Al contrario de sus expectativas, la muerte del Che -después de una cruenta odisea de supervivencia de once largos meses- se convirtió en el mito fundacional para generaciones posteriores de revolucionarios que se inspiraron en su ejemplo y lo intentaron imitar.

“¿Cómo pueden seguir a un fracasado?”, ha sido el interrogante eterno de los furibundos opositores al Che, a Fidel, a la revolución cubana, y a todos los que han intentado impulsar revoluciones socialistas en América Latina en el último medio siglo. Los saca de quicio observar que jóvenes de otros países -inclusive del país más poderoso y más capitalista del mundo, los Estados Unidos- deambulan con camisetas con la cara del “Che” y, peor aún, expresan sus simpatías con el “Guerrillero Heroico”, como lo recuerdan oficialmente en Cuba.

Lo que no entienden y nunca han entendido es que el Che logró su heroicidad por la forma en que vivió y, sobre todo, por la forma en que murió. Un legado que han logrado pocas otras figuras públicas en la contemporaneidad y, en especial, desde el ámbito socialista. Si hace falta citar ejemplos: no hay camisetas con la cara del ruso Leonid Brezhnev o del albanés Enver Hoxha, ni mucho menos del camboyano Pol Pot.

La mitologización del Che no es el mero resultado de una campaña de publicidad tipo “Mad Men”. Si fuera así del “otro lado” habrían logrado ya consolidar algunos de sus propios héroes de culto popular, porque al fin y al cabo fueron ellos los vencedores en la gran batalla de la Guerra Fría. Pero, ¿dónde están las camisetas con la cara de Videla, Astiz y Pinochet?

Lo que sucede, es que por una serie de razones, entre ellas la fidelidad del Che con sus ideales y su disposición a morir en aras de esas misma ideas -por buenas o malas que fuesen- él logró trascender a su círculo de adeptos filosóficos y convertirse en la encarnación del ser guerrillero. Una metamorfosis que, inclusive, logró convertir su innegable fracaso en Bolivia en una fuente de inspiración. El hecho de que el Che murió joven y hermoso sustancia su leyenda; su parecido con Jesucristo, para quienes lo vieron tendido muerto en la lavandería del hospital de Vallegrande, facilitó su mitologización póstuma.

El branding y el Che. Las ideas del Che, expresadas en su famoso ensayo sobre “el socialismo y el hombre nuevo”, probablemente son mucho menos conocidas por sus adeptos más jóvenes que la estampa insigne de su rostro, inmortalizado en la foto de Korda. Ese rostro en sí ya es un brand que simboliza a nivel mundial el desafío al status quo; la rebeldía pura, y sobre todo juvenil, frente a un mundo injusto. Es la cara de la indignación frente a un mundo desigual en el cual -dice el rostro y, por ende, el legado del Che – hay que tomar una posición y, si es necesario, pelear hasta las últimas consecuencias. Hay pocas otras caras que digan eso a las muchedumbres del planeta.

Por eso, en parte, perdura el Che. Quedó inmortalizado en una década en la que la televisión reemplazó a la radio como forma masiva de comunicación. En la que nació también la cultura pop - y también la consumista-; en la que en nuestras sociedades “eres lo que vistes“ y no necesariamente lo que haces.

Así que aquí estamos, cincuenta años después, en un mundo en que el branding lo es todo: en Inglaterra si vistes con ropa de la marca Burberry es casi seguro que eres un tory (conservador); en Estados Unidos si manejas un coche Subaru eres con toda seguridad votante del Partido Demócrata y posiblemente vegano o por lo menos te atraen las comidas orgánicas.

La remera del “Che” dice que has asumido una posición desafiante ante el mundo que no implica más compromiso que eso, pero presupone una postura.

Y hay algo más. En este mundo, en el que todos andan con su iPhone y pasan horas del día comunicándose a través de las redes sociales, el Che representa algo paradójico: el vínculo a un mundo real pasado. La prueba concreta de que hace dos generaciones miles y miles de hombres y mujeres, mayormente jóvenes, hicieron cosas reales para expresar su inconformidad. No haciendo click en su Facebook para dar a conocer sus gustos y disgustos. Esa generación puede haber fracasado, pero su sacrificio –desde la perspectiva del mundo del selfie y de un narcisismo generalizado– tiene un componente romántico.

¿Era homófobo, era racista, fue un asesino?

En los últimos años, algunos miembros de esta nueva generación -la de los “iPhonistas”, por llamarlos de alguna manera- se han acercado con nuevas preguntas sobre el Che. Se sienten atraídos por su figura, pero les preocupan tres cosas: si el Che era homófobo, si era racista y si es verdad que era un “asesino”.

Hace veinte años casi nadie me preguntaba por estos aspectos, lo que demuestra las maneras en que la política identitaria se ha apoderado cada vez más del debate público, sobre todo en los Estados Unidos y en Europa. Este cambio de perspectiva ante la figura del Che me ha provocado mucho interés y también cierta preocupación en cuanto a la inocencia expresada en estas nuevas inquietudes.

Por supuesto que el Che no era ni racista ni, que yo sepa, homófobo. Pero, ¿y si lo fuera? ¿Acaso sus actitudes ante la sexualidad o la raza son los factores más importantes para decir si lo admiras o lo repudias? Y, entonces, ¿qué hay que pensar de Malcolm X? ¿Lo admiramos por su bravura frente al racismo blanco o lo condenamos por sus expresiones de odio hacia el “diablo blanco”? ¿Y qué debemos pensar de su época anterior a su activismo cuando era un delincuente, cuando fue un proxeneta y prostituía a mujeres?

Por supuesto que la más grande de las preocupaciones expresadas por los jóvenes es la del “Che asesino”. Me han hecho esa pregunta muchas veces. Frente a la repetición de ese interrogante, me he encontrado en la necesidad de explicar que el Che -por más cool que luzca su barba y su boina- sí era un guerrillero. Que no fue un producto de branding o un actor haciendo el papel de guerrillero. He explicado, tantas veces como me han hecho esta pregunta, que en aquel mundo real, pues sí, los guerrilleros como el Che peleaban de verdad y tenían armas. Que mataron y, a veces, murieron por sus ideas.

Les he explicado también que, a mi juicio, hay una diferencia entre ser “asesino” y ser un combatiente guerrillero. Más allá de esta opinión, les digo que “sí”, que es cierto que el Che enjuició y ejecutó gente -tanto en Sierra Maestra como en La Habana durante los juicios sumarios a los seguidores de Batista capturados después del triunfo de la revolución.

Los ajusticiados, que yo sepa, eran o asesinos o violadores o traidores en el caso de los guerrilleros fusilados en la sierra. En el caso de los enemigos capturados y ejecutados en La Habana o bien eran miembros de los escuadrones de la muerte de los servicios secretos batistianos o militares que habían sido especialmente sanguinarios. Sea que lo acepten o no, esta disonancia cognitiva de percepciones entre algunos jóvenes hacia un ícono de la cultura pop me parece revelador y demuestra que cada generación impone sus propias definiciones a las figuras históricas.

Pero, finalmente, ¿qué tenemos que pensar del Che hoy en un mundo en que los Estados Unidos está mal gobernados por un millonario racista, ególatra e incompetente como Donald Trump y la Unión Soviética no existe más, pero sí una Rusia en manos de Vladimir Putin -quien domina a un Estado ultranacionalista, autoritario y extremadamente corrupto? China ya no es la China de Mao y menos aún la de los batallones de campesinos y trabajadores, que tanto admiró el Che en su momento. Se ha transformado en un país que vive un capitalismo desenfrenado y con una sociedad tan consumista que parece que el sueño máximo de cada china es ser propietaria de una cartera Luis Vuitton.

Los Estados Unidos ganó, sí, la Guerra fría o al menos la batalla económica. A 26 años del colapso del comunismo, los países en donde alguna vez hubo guerrillas inspiradas por el Che hoy son casi todos capitalistas. En América Latina hay excepciones como Venezuela y Cuba, que aún ostentan ser socialistas. En Nicaragua está el viejo sandinista Daniel Ortega, de nuevo en el poder, al que de revolucionario se le ve muy poco.


Hoy, en lugar de sacrificarse subiendo a las montañas de sus países en aras de un ideal revolucionario, las nuevas generaciones de pobres y marginados latinoamericanos emigran al Norte para hacer el trabajo sucio de los estadounidenses. Otros tantos se integran a las bandas criminales. El hampa y el narcotráfico han crecido hasta llegar a dominar territorios en el hemisferio. Las batallas de hoy se libran por asuntos de negocios y no por ideales de transformación hacia “un mundo mejor.” En Bolivia, donde murió el Che, está Evo Morales, que no solamente es el primer indígena que llega al poder en ese país de mayoría indígena después de quinientos años sino también un admirador ferviente del Che.

En el aniversario de la última batalla del Che -que sus seguidores la celebran el día 8 en lugar del día siguiente, el de su muerte – será él mismo quien auspiciará las celebraciones para honrar al legendario guerrillero. Así que quizás, después de estas cinco décadas, algunas cosas sí han cambiado por la presencia del Che en América Latina.

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