viernes, 11 de marzo de 2011

Los 70 en la Argentina I
















































Señoras y señores, este el tema sobre el que la mayoría de los argentinos gusta opinar gratuitamente. Lo hacen los cagones que se escondieron oportunamente bajo la cama, los que asesinaron diciendo defender a Dios y a la Patria o los que decían ser vanguardia de los trabajadores. También, los que sin haber vivido en esa época, tratan de autoconvencerse de lo que creen sin haber leído nada o leído mal, para quedarse en su zona de confort. 

Faltando pocos meses para que se llamara a elecciones y salieran del poder Isabel Perón y su controvertido entorno,  en aquel fatídico 1976, la mayoría de los ciudadanos quería adelantar su final, para acabar con el desorden público reinante. Como un virus atacando nuestra CPU, parecían haber olvidado de pronto cuanto había costado recuperar la democracia después de la dictadura de Lanusse. Una falta de inteligencia propia de nuestra idiosincracia, de una sociedad que no aprendía de sus propios errores. La gente común pedía a los milicos y -aún sin consenso popular- la rebeldía de una parte de la juventud apoyaba a los grupos armados pseudorevolucionarios, descreída de cualquier valor democrático.

Esta serie de entradas rescata unos cuantos artículos -sea de gente considerada "progre" o de medios considerados conservadores- que me parecen muy útiles para ir arrimándose con mente abierta al difícil tema de nuestros años 70. Desde ya, no comparto todas sus expresiones pero me parece que aportan ideas interesantes de analizar. No tengo derecho a pedirle nada a nadie, pero quien se acerque a estas lecturas -por su propio provecho- debería empezar por dejar de lado sus pre-juicios. No se trata de imponer nada, sino de formar un criterio propio y crítico.

No se que pasa en otros lados pero es un deporte argentino escuchar lo que dice su interlocutor con el solo fin de clasificarlo/rotularlo como paso previo a descalificarlo y subestimarlo para de reafirmar las propias ideas. Ante eso planto y digo: 

Los milicos no tenían derecho alguno a interrumpir la democracia bajo ningún concepto. Jamás tuvieron capacidad ni para atarse los borceguíes; menos para conducir los destinos un país y ser factor de poder, con una ideología protozoica formada desde el imperio durante la guerra fría. Cometida la ilegalidad, humillaron la Constitución Argentina y todas sus normas y violaron los derechos humanos del modo más infame, cobarde e indefendible conocido. Los irrepresentativos grupos armados pseudo-revolucionarios, en su soberbia se declaraban vanguardia del pueblo trabajador pero eran incapaces de ganar una banca de diputado provincial en una elección libre. Por más idealistas que alguno los quiera considerar en su estupidez, sus acciones y sus comunicados eran realmente delirantes. La clase política y los religiosos -salvo contadísimas excepciones- fueron una  muestra suprema de cobardía que a lo sumo pretendieron sobarle los oídos a los genocidas para atenuar la represión, ganar su simpatía y lograr un respiro, como en el nazismo. Los medios de comunicación, por miedo, ideología o lo que sea, fueron colaboracionistas del régimen. La gente común, víctima de aquél ataque de amnesia, solo atinaba a mencionar "algo habrán hecho", cuando desaparecían sin distinciones a cualquier disidente. Horanosaurus.  












Revista Ñ 22/05/04 - Debates

La juventud como protagonista, la política como referencia obligada, el arte posando su mirada sobre las víctimas, fueron las marcas de una época que vuelve a debatirse por sus rotundos contrastes. Por Marcos Mayer. 

El apego a los principios
Por Miguel Bonasso. Escritor y Diputado Nacional. Revista Ñ 22/05/04.


"Los setenta son una etapa de gran exaltación, una sensación de que casi todo era posible. Llego a la militancia un poco tarde, entré directamente al peronismo por la izquierda, por el peronismo marxista de John William Cooke. Y el proceso de radicalización fue muy rápido. Un fenómeno que tiene mucho que ver con la segunda mitad de los 60, tal vez como reacción a tanto golpe de Estado, a una Argentina donde la portación de pelo largo ya era una condena. Una generación que vive la guerra fría, la contrainsurgencia hemisférica, la pelea peronistas-antiperonistas, el bombardeo a la Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, esa gran masacre olvidada. Esa sensación de que todo era posible se cae claramente al final de hacer la investigación con Jaime Dri para “Recuerdos de la muerte”. Ahí siento que nuestra derrota es muy profunda y que es producto no solo de lo que hizo el enemigo sino de nuestros propios errores.

Tal vez podamos pecar de simplismo, o por una visión heroica o romántica de la existencia. Aquella fue una etapa dionisíaca, tal vez el paradigma de esto sea la frase del Che: “las condiciones subjetivas están dadas”. La percepción del poder era muy cándida. Y desconocíamos hasta que punto podía haber miserias en nuestro propio campo. Lo que más me han sacudido fueron las traiciones, no la del pobre tipo que está en el potro de los tormentos. Pienso en realidad en tipos como Galimberti, personajes demoníacos. Finalmente, aquel romanticismo expresaba un gran optimismo en la humanidad y ahora estamos en un mundo muy cruel, de primates. Hemos ganado en experiencia y perdido mucho en ilusión. Lo que me angustia es que esa sociedad injusta que me llevó en los 70 a participar de la Juventud Peronista se ha tornado mucho más desigual. Algo que sería rescatable de ese tiempo, que se ha perdido y que si me da nostalgia, es la coherencia. La cosa guevarista, por decir algo arriesgado. Lo que singulariza al Che es la congruencia entre su discurso y su vida. Lo que se ha perdido es el apego a los principios. Hay una hipocresía que nos hace aparecer a algunos como exaltados, como bailando otro ritmo, cuando prometemos generar un nuevo humanismo."

Otras fuentes

LECTURAS Y MIRADAS DE EPOCA

LIBROS

-TV Guía negra.
Sylvina Wagner y Carlos Ulanovsky. De la Flor, 1974.
-La voluntad.
Eduardo Anguita y Martín Caparrós. Norma, 2000.

-Censura, autoritarismo y cultura argentina. 1960-1983.
Andrés Avellaneda. CEAL, 1986.
-La sangre derramada. Ensayo sobre la violencia política. José Pablo Feinmann. Ariel, 1999.
-Montoneros. La soberbia armada.Pablo Giussani. Planeta, 1997.
-Crónica del humor político en la Argentina. Jorge Palacio (Faruk). Sudamericana, 1993.
-Crónicas ejemplares. Diez años de periodismo antes del horror. 1965-1975. Enrique Raab. Perfil Libros, 1999.
-Ezeiza. Horacio Verbitzky. Planeta, 1986.
-El presidente que no fue. Miguel Bonasso. Planeta, 1997.
-Recuerdos de la muerte. Miguel Bonasso. Puntosur, 1984.
-La pasión según Trelew. Tomás Eloy Martínez. Granica, 1973.
-Montoneros: final de cuentas. Juan Gasparini. Puntosur, 1988.
-La nueva izquierda argentina: 1960-1980. Claudia Hilb y DanielLutzky. CEAL, 1984.
-De Perón a Lanusse 1943-1973. Félix Luna. Sudamericana, 1973.
-Todo o nada. María Seoane. Planeta, 1991.
-Conversaciones con Juan Gelman. Contraderrota. Montoneros y la revolución perdida. Roberto Mero. Contrapunto, 1986.
-Timerman. Graciela Mochkofsky. Sudamericana, 2004.
-Historia confidencial. Abrasha Rotemberg. Sudamericana, 2001.
-La pasión y la excepción. Beatriz Sarlo. Siglo XXI, 2003.
-La generación V. Miguel Grinberg. Emecé, 2004.
-López Rega. Marcelo Larraquy. Sudamericana, 2004.
-No digas nada. Biografía de Charly García.Sergio Marchi. Sudamericana, 1999.


PELICULAS 

-Operación Masacre. Jorge Cedrón. 1972.
-Heroína. Raúl de la Torre.1972.
-La hora de los hornos.Pino Solanas y Octavio Gettino-1968, exhibida públicamente en 1978.
-El camino hacia la muerte del viejo Reales. Gerardo Vallejo. 1971.
-Araucanos de Ruca Choroy. Jorge Prelorán. 1971.
-Quebracho. Ricardo Wullicher. 1974.
-La Patagonia rebelde. Héctor Olivera. 1974.
-La tregua. Sergio Renán, basada en la novela de Mario Benedetti. 1974.
-Juan Moreira.
Leonardo Favio. 1972.


Revista Ñ 22/05/04 - Entrevista


Clarín Zona. Domingo 25/01/2004. A pesar de que se ha escrito y filmado bastante, los años 70 aún son un enigma. Por Alberto González Toro. La década del setenta, en la Argentina, ha sido muy poco debatida, más allá de la coincidencia casi total de la sociedad en el rechazo a la dictadura. La literatura y el cine que se conocen hasta el momento, a pesar de los esfuerzos interpretativos, parecen reflejar sólo fragmentos de un momento muy complejo de la historia argentina. ¿Por qué es tan difícil abordarlo?

"Voy a utilizar una fórmula que no es mía: los años setenta forman parte de un pasado que duele. Me parece que, igual que ha ocurrido con experiencias históricas similares, la primera reacción de la sociedad es congelar y tapar el pasado. Con relación a otras experiencias, yo diría que en la Argentina el pasado se ha destapado relativamente pronto, considerando que los alemanes se pasaron casi cuarenta años sin tocar el tema de los nazis en lo más mínimo", dice el historiador Luis Alberto Romero.

Se han escrito varios libros — la mayoría de investigación periodística— sobre el período dictatorial, ya sea en el aspecto de la represión, de la violencia guerrillera o del modelo económico del régimen militar. En 2003 parece haber renacido el interés por los setenta. El periodista Marcelo Larraquy, por ejemplo, escribió “López Rega”, la biografía del secretario privado de Perón y creador de la Triple A, organización terrorista de ultraderecha que operó en 1974 y 1975. El músico y ex simpatizante del PRT, Gustavo Plis-Sterenberg, en “Monte Chingolo”, trata de desentrañar las razones del trágico copamiento del ERP, y de develar una historia que había quedado en un cono de sombras en sus detalles. Otro libro reciente es “El tren de la victoria”, de Cristina Zuker, que cuenta la patética "contraofensiva" de los Montoneros de 1979 y 1980, que dejó un saldo de varios guerrilleros desaparecidos, ente ellos su hermano. Se publicaron, también, dos novelas: “El Pepe Firmenich”, de Jorge E. Nedich, y “Papel Picado”, de Rolo Diez, un argentino que reside en México.

Sin embargo, para el filósofo y escritor José Pablo Feinmann, el debate sobre los setenta no produjo una decantación de temas que él considera esenciales. "Lo que todavía no se trató, del 76 en adelante, es el tema de la culpa y la responsabilidad colectivas, y muy pocos investigaron cómo fue la vida cotidiana bajo la dictadura. Yo lo trato en “La crítica de las armas”, primera novela argentina que lo hace. Casi no hay trabajos que analicen cómo la Argentina vivió el Mundial de Fútbol en 1978 o por qué el golpe contó con un gran apoyo civil en los primeros años. La reacción exitista de la sociedad ante la Guerra de Malvinas y el Mundial de Fútbol son dos vergüenzas no dimensionables directamente, como sí lo son la cancha de River y los quinientos metros que la separaban de la ESMA ".

El historiador Romero sostiene que los libros de investigación periodística son los primeros que se escriben, "es algo así como la primera versión de la historia". Después de aclarar que "a mí me interesa muchísimo la década del setenta", Romero explica que está escribiendo "una especie de balance de lo que se ha producido sobre esa época; trato de incluir la producción historiográfica, la periodística, los textos de memorias, y un etcétera importante. En realidad no es poco lo que se ha escrito. En los últimos diez años se ha desarrollado mucho la investigación histórica acerca de esa década, aunque la mayoría de los trabajos tiene un sesgo militante".

El cine también se ocupó de los setenta. Desde “La historia oficial”, de Luis Puenzo, hasta las dos últimas películas que mejor fueron tratadas por la crítica: “Garage Olimpo”, de Marco Bechis, y “Los rubios”, de Albertina Carri. En 1988, Héctor Olivera filmó “La noche de los lápices”, sobre el secuestro y desaparición de varios estudiantes secundarios de La Plata. Luego, se conocieron filmes como “Buenos Aires viceversa”, de Alejandro Agresti, o “El cielo por asalto”, de David Blaustein. Hace pocas semanas se terminó de rodar “La vida por Perón”, de Sergio Bellotti. Sin embargo, toda esta producción parecería integrar un rompecabezas que aún no se termina de armar, de comprender en toda su magnitud. 

"Los años setenta no se pueden entender sin el libro 'De la guerra', de Clausewitz; sin el general vietnamita Giap, sin el mariscal Von der Goltz y su obra 'La nación en armas', sin el Che, sin Fanon. Todo esto que confluye: dos militares prusianos, Clausewitz y Von der Goltz (admirados por Perón), Giap, el Che, Cooke, Castro, con Scalabrini Ortiz, Jauretche... era un cóctel poderosísimo, por eso es tan fascinante esa época. Creo que los jóvenes que hoy escriben sobre los setenta pueden publicar algunos libros documentados, pero —y que nadie se ofenda por lo que digo— en el aspecto interpretativo aún les falta mucho. Porque para interpretar esta época, tan compleja, hay que tener una formación en filosofía política muy vasta y muy profunda, que estos pibes no tienen", asegura Feinmann.

Romero, en cambio, entiende que los jóvenes son los que están en mejores condiciones para investigar esa década trágica. "La gente de mi edad se siente demasiado involucrada con esos años como para meterse en el tema", reflexiona el historiador (...) la llegada al gobierno de un hombre que militó en ese tiempo y que tiene a su alrededor a mucha gente que también lo hizo, ¿no será acaso como una rehabilitación histórica de ese pasado, como decir 'no estuvimos tan equivocados, algo hicimos de bueno entre tantas cosas criticables, formamos parte de la tradición legítima de la historia argentina"

La dictadura pierde la guerra y el gobierno

En Malvinas empieza el fin del proceso militar argentino. El deterioro era de tal magnitud que hasta los jefes del genocidio, como el ex almirante Massera, intentaban tomar distancia. Felipe Pigna. GPS-La historia en foco. Revista Viva. 26/06/11.

La tarde del 14 de junio de 1982 gente no muy acostumbrada a los gases lacrimógenos y otros con cierta gimnasia del pañuelo y el bicarbonato eran víctimas en la Plaza de Mayo de una brutal represión. Los que disparaban sus lanzagases eran los esbirros de uno de los peores presidentes de la historia argentina, Leopoldo Fortunato Galtieri, recordado popularmente por su amplia cultura… alcohólica y por llevarnos a una enloquecida guerra por una causa justa, pero ensuciada al ser promovida por una dictadura cívico-militar absolutamente antinacional.

El general –que soñaba con el carisma de Perón y que era un genocida en aquel Rosario fabril, portuario y estudiantil que en 1969 se había adelantado a Córdoba en aquello de los “azos”- convocó a un pueblo que ya no era el suyo a la Plaza que desde hacía cinco años era de las Madres. Pretendía explicar que, a pesar de los 164 comunicados militares victoriosos expedidos, habíamos perdido la guerra. No pudo hacerlo. La gente había ido a la Plaza para repudiarlo. La junta de tres jefes militares peleados entre sí obligó a Galtieri a renunciar y tras el breve paso por la presidencia de personajes increíbles como el mandamás del EAM78, almirante Lacoste, el primero de julio asumió el general Reynaldo Benito Bignone, quien dijo que habría elecciones antes de 1984.

Las Fuerzas Armadas presentaron en noviembre de 1982 un plan de 15 puntos, redactado por abogados y comunicadores sociales afines que serían, según ellos, la base de un acuerdo con los partidos. Les preocupaba, entre otras cosas, la “lucha antisubversiva”, los desaparecidos, el manejo de la deuda externa, las secuelas de las Malvinas y la participación institucional de las Fuerzas Armadas en el próximo gobierno democrático. Pero el plan de lucha lanzado por la CGT, el desarrollo del Movimiento de Juventudes Políticas y un irrefrenable prestigio de los organismos de derechos humanos obligó al conjunto de los partidos mayoritarios nucleados en la Multipartidaria a rechazar de plano el acuerdo.

La decadencia de la dictadura era total. Carecía de respaldo internacional y las cuentas fiscales estaban en bancarrota, lo que no impidió que el Estado se hiciera cargo de las deudas contraídas con bancos extranjeros por los empresarios más poderosos del país conocidos por su afinidad con los dictadores militares, como los “capitanes de la industria”.

En nombre del liberalismo, el mismo que proclamaba hasta unas semanas antes el no intervencionismo del Estado, la deuda privada de casi 15 mil millones de dólares fue estatizada y todos los argentinos obligados a hacerse cargo de la proclamada insolvencia de los astutos capitanes y sus socios, los generales, almirantes y brigadieres. El mecanismo usado fue el de los seguros de cambio. Como Domingo Cavallo suele despegarse de la responsabilidad exclusiva de la estatización de la deuda externa privada, vale conocer el staff completo de los co-responsables según la investigación de Alejandro Olmos: los ministros de economía Lorenzo Sigaut, Roberto Alemann, José María Dagnino Pastore y Jorge Whebe y los presidentes del Banco Central Julio Gómez, Egidio Ianella, el propio Cavallo y Julio González del Solar.

El 16 de diciembre la Multipartidaria realiza una “Marcha por la Democracia” en Plaza de Mayo. Se producen incidentes y la policía carga contra 100 mil manifestantes y uno de ellos, el joven obrero metalúrgico salteño de 28 años Dalmiro Flores, muere. El año 1983 se inicia con una triste noticia: el 18 de enero muere el ex presidente Illia. Su funeral se constituye en un acto de repudio a las autoridades de facto. El 28 de marzo la CGT lanza un nuevo paro general contra la política económica. Opinadores y hasta jefes de la dictadura comenzaban a abandonar aquel barco que se hundía. Emilio Massera, uno de los máximos responsables de la masacre del pueblo, ya había declarado como si fuera un turista: “Como antiguo protagonista del Proceso, mi propia desazón no conoce límites cuando veo… que no hemos alcanzado ninguno de los objetivos, excepto la victoria armada contra el terrorismo”.

Mientras millones de ciudadanos viven en la pobreza, grupos de elegidos aumentan sus riquezas sin el menor pudor. “… Es un precio muy alto pagado por mujeres y hombres de esta tierra, como para que ahora nos conformemos diciendo que se hizo un experimento y el experimento falló. Y falló. Hay que recorrer la República como yo lo hago para comprobar que de una punta a la otra, la ciudadanía está convencida de que falló” (discurso pronunciado por el almirante Emilio Eduardo Massera el 2 de octubre de 1981. La Nación, 3 de octubre de 1981).

A pesar de la apertura política, el aparato represivo continúa funcionando y el 17 de mayo son asesinados por policías bonaerenses los militantes montoneros Osvaldo Cambiasso y Enrique Pereyra Rossi. A la amnistía económica le seguiría la de la represión ilegal. La Junta Militar da a conocer lo que llama el “Documento Final sobre la Lucha Antisubversiva” en el cual declara que sólo Dios y la historia podrán juzgar los hechos del pasado reciente y que los desaparecidos “a los efectos jurídicos se considerarán muertos”. El documento provoca el inmediato rechazo de los organismos de derechos humanos, de todo el arco político opositor y aumenta el aislamiento internacional del gobierno militar al recibir duras críticas del Papa. Desconociendo la infalibilidad papal, el Episcopado argentino a través del obispo Antonio Quarracino califica al documento de “Valiente y bien hecho” con “aspectos positivos que puedne constituir un paso hacia la reconciliación”. Aquel mamotreto dictatorial que invocaba “a Dios y a la historia como únicos y supremos tribunales para los actos cometidos”, tuvo su complemento “legal” en un decreto-ley de Bignone, que establecía una verdadera autoamnistía y prohibía la investigación y el juzgamiento de los hechos represivos en los que estén involucrados miembros de las FF.AA. y colaboradores civiles.

Cobran fuerza los preparativos electorales y las urnas que según Galtieri estaban “bien guardadas” comienzan a prepararse. Para sorpresa de muchos, se impone el candidato radical Raúl Alfonsín con el 52% de los votos sobre el peronista Italo Lúder. Aquella noche, la consigna más escuchada fue “Se van y nunca volverán”. Era el fin de la pesadilla más negra de la historia argentina.


Es necesario diseñar un plan integral de reconciliación sin exclusiones, como antes lo hubo de muerte y terror. Editorial La Nación 30/07/11.

Desde su irrupción en el escenario nacional, el Frente para la Victoria ha pretendido adueñarse de la bandera de los derechos humanos en la Argentina. En parte movilizados por su absoluta inacción durante el prolongado ejercicio del poder en la provincia de Santa Cruz, donde hicieron muy buenas migas con los militares allí destacados, sus principales figuras han sobreactuado en los últimos ocho años de manera de imponer una única y maniquea visión sobre el complejo problema de nuestra historia reciente.

El giro se produjo al llegar a la Casa Rosada. Incluso después de haber resultado elegido, Néstor Kirchner dio marchas y contramarchas en la cuestión militar, según hay testimonios de su propio entorno inicial. Desde entonces, el kirchnerismo ha asumido una postura grandilocuente y grotesca, que ha impedido crear el terreno de mínima tolerancia y respeto a fin de que se genere el escenario superador del drama de hace más de treinta años. Así está envilecida la Nación, con los derechos humanos usufructuados para la facturación política y para facturaciones más subalternas, pero igualmente industriosas.

La falta de consideración con la tarea realizada en la materia por el ex presidente Raúl Alfonsín con inigualable coraje cívico y abriendo una experiencia de enjuiciamiento a militares desconocida hasta entonces en el mundo, y los agravios a notorios luchadores por los derechos humanos, como la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú o el ex fiscal Julio César Strassera, han sido indicativos de la falsedad del relato oficial de los hechos de aquella época y del armado a medida de los intereses de poder de la versión ahora oficial. La manipulación de las cifras del Indec ha sido la coronación de una obstinada vocación por distorsionar la realidad y la historia.

Ha habido en estos años actos de provocación asombrosa, hasta sin la debida consideración del entonces presidente Kirchner con el jefe del Ejército designado por él mismo, a quien colocó en la situación de bajar de una pared del Colegio Militar el cuadro del presidente de facto ante el que se había cuadrado como oficial en actividad. Situaciones de esa naturaleza anticiparon las mañas que habría para avivar el rencor y, allí donde anidara, los deseos de revancha por los años de dictadura, pero también para obstaculizar el sendero de la paz y unión permanente de los argentinos.

La caducidad de las leyes de obediencia debida y punto final, declaradas inconstitucionales por la Corte Suprema de Justicia de la Nación en 2005 después de más de una década de sancionada, tampoco contribuyó a la pacificación nacional. A partir de esa interpretación, los tribunales inferiores han impedido el juzgamiento de la otra parte esencial del conflicto de los setenta: los guerrilleros que mataron a mansalva a cientos y cientos de argentinos, muchos de ellos civiles y ajenos por completo a la confrontación librada.

Alguien que en modo alguno podría ser catalogada como complaciente con los militares actuantes en la represión antiterrorista puso de relieve en el seno mismo del más alto tribunal del país lo controvertible de aquella decisión judicial. La doctora Carmen Argibay, incorporada a la Corte Suprema por iniciativa del presidente Kirchner, votó en contra de la inconstitucionalidad de los indultos. Se fundó para ello en la doctrina sentada por la Corte Suprema en 1990 que había alegado en la cuestión la existencia del principio superior de la "cosa juzgada". Y así, Argibay sostuvo en su voto que, "habiendo sido respaldado el indulto hace 17 años, ya no puede revisarse su legitimidad".

Tampoco es cierto que el carácter de lesa humanidad de tales crímenes, del que deviene su imprescriptibilidad, sea atribuible sólo a los delitos cometidos por militares. A ello se ha opuesto la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Lo hizo en la causa Almonacid, de septiembre de 2006, en la que sostuvo que deben ser penados los asesinatos ejecutados en un contexto de ataque generalizado o sistemático contra sectores de la población civil realizados tanto por el Estado como por una organización terrorista.

Ese mismo criterio ha sido sostenido por la Corte Penal Internacional en pronunciamientos recientes. Es oportuno señalar que dichos tribunales, como las convenciones y demás instrumentos internacionales a los que la Argentina se ha adherido libremente, tienen jerarquía constitucional en nuestro país, de conformidad con la reforma de 1994.

Estamos, pues, en medio de un escenario político montado por unos en detrimento de otros, con pingües ganancias para los pescadores de río revuelto. No es equitativo que algunas de las víctimas merezcan todo tipo de reconocimientos públicos y sus familiares sean adjudicatarios de costosas indemnizaciones para el erario nacional, mientras que otras sean consideradas por el Estado innombrables y reciban un desprecio que, por procedimientos inadmisibles, se pretende transmitir a parientes y extenderlos de generación en generación. Es la saña ejercida contra jefes y oficiales superiores de las Fuerzas Armadas -algunos de ellos con carreras profesionales brillantes- que han debido pasar a retiro sólo por el apellido que llevan.

El cumplimiento de penas de prisión perpetua en cárceles comunes por parte de los militares condenados seguirá siendo una expresión de enorme injusticia histórica si no es compartida por todos los protagonistas directos de los hechos de barbarie ocurridos hace tres décadas. Entiéndase bien: no puede haber juzgamiento, condena y demonización para unos, cuando ni siquiera hay un tibio reproche o una autocrítica respecto de los crímenes cometidos por los que originaron con su delirio la cruel e ilegal represión militar.

Así las cosas, es necesario diseñar un plan integral de reconciliación, como antes lo hubo de muerte y terror. Es menester convocar a las partes involucradas en forma directa, en primer lugar. Pero también a políticos, legisladores, intelectuales, hombres de la Iglesia y a todos aquellos ciudadanos destacados que sean capaces de contribuir con aportes para cerrar una penosa época de la Argentina.

Ninguna diatriba, ninguna amenaza debe arredrarnos de la voluntad de estimular ese espíritu.

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