lunes, 17 de mayo de 2010

Reflexiones psico 1




Esta serie que se me ocurrió titular “Reflexiones psico” es un intento de describir ciertos tics, sentimientos y sensaciones, que normalmente no converso con casi ningún afecto cercano. Porque están en otra, no me escuchan, son muy densos o no les interesa. No importa porqué.

Para un tipo tímido como yo es difícil también exponerse en un blog  porque me siento examinado por miles de ojos. O sólo por dos, da lo mismo. Pero escribir me alivia. También me da ánimo ver que se escriben millones de ridiculeces por minuto en la web y que algunos no pueden siquiera expresarse con decencia. Vamos para adelante. Ya  admití que esto era una especie de diario virtual post-adolecente y ya está fuera de moda usar cuadernos con pequeños candados. La única preocupación que tengo es ajustar lo más estrictamente posible mis percepciones.

Tampoco debería autocensurarme para esquivar el ridículo porque -aunque Fixie no me crea- no tengo ningún 'muerto en el placard' para declarar. Si hasta a veces me parece que soy demasiado cuerdo. Si me averguenza un poco no mostrar mayores profundidades filosóficas pero es lo que Dios y la genealogía me han provisto. No se si es bueno o es malo aún: soy demasiado conciente de mis limitaciones. Horanosaurus. 

Reflexiones psico 1. "¿Deseos de teletransportación?"

La imagen que tengo es que estamos atrapados en una sociedad impiadosa pugnando por sobrevivir, observando como nos gobierna la injusticia. Supongo que, medianamente, cualquiera siente la misma sensación impotente de no poder ver alrededor la realidad equilibrada que quisiera. A menos que seas un estúpido, como decía Flaubert (1).

Nunca estuve preso pero creo que la única escapatoria digna al encierro es empeñarse en potenciar cuerpo y mente, volar al menos con la imaginación y los sueños. Pensando el mundo como un encierro gigantesco y como debido a que mi parte física es algo ingobernable, me emperro en leer y aprender todo lo que pueda. Leo cada vez más para liberarme, casi maniáticamente.

Quizás por eso disfruto mucho estar en casa leyendo, buceando en la web para informarme, con el mate y con buena música al lado, con los míos entrando y saliendo. Durante el día o alargando las noches. Y como eso cuesta estar encerrado se produce dentro mío una contradicción, un tironeo, porque eso me impide disfrutar del aire libre.

Frecuentemente percibir los reflejos de sol de una mañana, una ráfaga de viento fresco o un agradable aroma vegetal, me remiten a una atmósfera almacenada en algún rincón de mi cerebro por algo vivido en un lugar lejano que alguna vez visité. Por ej. esa mañana fresca saliendo a la calle del hospedaje en Tulumba, la visión desde la arboleda delante de la sierra en Torquinst, la estación de tren de Puán, la cuesta de la calle General Paz en Río Ceballos, el río corriendo por Colanchanga, la placita de Purmamarca, etc. Inevitablemente me invade un irrefrenable deseo de estar en ese lugar y de tan ridículamente imposible alguna hormona contesta mandando señales de angustia por el sistema nervioso.

El motorizador de ese deseo de “transportación”, el punto de partida o disparador (percibir colores, olores o ambientes desde la ventana o la puerta de mi casa o simplemente caminar por las calles del barrio), es algo agradable. También la imagen de llegada -adonde me transporto- es una sensación placentera. Solo es frustrante el corolario: no puedo estar allá, que es mejor todavía que acá, que me produciría mayor energía interna o placer. Para mitigar esa frustración, mi mente pega unas vueltas y se hace un par de promesas vanas de retornar al lugar soñado.

Estas sensaciones me acompañan desde que tengo memoria y permanentemente me avivan el deseo de estar en esos lugares lejanos e idealizados, generalmente mucho menos salvajes y más naturales que la ciudad de Buenos Aires.

Mi ciudad es una meca admirada en la que desea vivir y si es posible triunfar la mayoría de los provincianos, por más que la critiquen de la boca para afuera. Aunque sea un lugar difícil aquí pasan cosas, hay más movida cultural y oportunidades y todo es menos estático y chato.

Eso no me sirve de consuelo y mi vibración al respecto es diferente; no me ha pasado por la mente vivir en una capital aún más importante. Por el contrario, desearía mudarme a un sitio entre las sierras o las montañas, donde cada caminata fuera diferente.

Por estos días leía un reportaje a Eduardo Galeano donde el escritor relataba haber anotado en su libreta de apuntes una frase soltada por su pequeña nieta Lilia, que me resulta particularmente familiar: “Yo siempre quiero estar donde no estoy”.

Seguramente debe tratarse de una mochila psicológica debidamente clasificada por los estudiosos de la cual no me informé debidamene. Quizás se trate de un deseo de evadirme de realidades que no me agradan. Tarde para lágrimas. ¿Sirve de algo descubrir su significado a esta altura?






Una variante de esa tara, también de larga data, es mi frecuente deseo de viajar por otros países, por el gusto de conocer. No para trabajar ni para estudiar algo ni en búsqueda de contactos sociales. No sueño con lugares exóticos ni viajes lujosos. Algo parecido al viaje iniciático por Sudamérica "al estilo del Che" que le pasó por la mente a la mitad de la juventud argentina desde los años '70. 

El requerimiento básico de mi sueño de viajar casi siempre son lugares con montañas y ciudades con historia. Mi última y persistente ilusión viajera es hacer un nuevo viaje de meses por Bolivia y Perú. Seguramente puede ser el viejo cuento de depositar la mirada en los otros y sentirse más ligero de carga. Quizás, una respuesta al agobio que me producen -como cualquier enajenado de ciudad- las responsabilidades de la adultez que postergan placeres, el hastío de la vida moderna y la suma de sus infelicidades. 



Un gran atenuante a esta postergación es que mi trabajo de las últimas dos décadas me obligó a salir con frecuencia casi semanal a viajar por el interior del país recorriendo rincones no necesariamente turísticos pero de atmósferas cambiantes, estando mucho en la ruta y en situaciones no rutinarias. Por más que uno pueda identificarse con su trabajo en mayor o menor medida, no deja de requerirnos cumplir un rol, como el que cumple toda la gente en sociedad. Excepto alguno por ahí, supongo que nadie quisiera tener jefes o patrones pero esto es el capitalismo. Para una persona crítica (y no temerosa de enfrentarse al prójimo por distintos tipos de poder) cumplir un rol implica no responder en forma auténtica a los dictados de su íntimo parecer, hacer las concesiones necesarias para poder desarrollarse socialmente con conflictos atenuados. Hablando en criollo, todos somos "caretas" en mayor o menor medida. El rock-star en pose que repite su hit sin ya sentir nada adentro, la más impactante modelo de moda que vive de mostrar su buen culo o el más adusto científico que escribe papers sin valor para acumular créditos que le mantengan la beca. Roles.

Para cerrar el capítulo, otra variación parecida en eso de estar o no estar -pero menos repetitiva- es auto-reprocharme por no ir a un acontecimiento o evento que pudo producirme placer, aunque la decisión de no ir la haya tomado del modo más racional. Por ejemplo, no ir a un recital masivo suponiendo de antemano -por experiencia- que el sonido a recibir seguramente será espantoso, la visión del escenario, ínfima, y los apretujones entre el público, insufribles. El desencanto suele llegarme cuando recibo información que el evento fue notable y que la actuación artística sea luego considerada irrepetible, tal cual lo ordenan las leyes de Murphy. El efecto es peor aún (¡ni hablar!) si la decisión de no ir solo fue la fiaca. Horanosaurus.

PD: pero señores, miren lo que encontré tiempo después! Por supuesto, en este longevo planeta tierra, nadie inventa nada: 

"Una historia de la tradición jasídica cuenta acerca de un individuo de la aldea de Kotzk, Polonia, quien al sentirse incómodo en su ciudad decide partir para Varsovia, la capital. Pero al pasar un breve período, la incomodidad retoma. Entonces vuelve a Kotzk. Al llegar a Kotzk la molestia regresa y de nuevo se marcha a Varsovia. La sensación desagradable no lo abandona, y reaparece en Kotzk. Sus amigos lo encaran: "¿Dónde estás mejor, en Kotzk o en Varsovia?" Y él responde: "En el viaje". No hay mayor búsqueda espiritual que en el acto de peregrinar: se descubre que en cada paso hay otra alternativa. Dice la Biblia que Abraham, padre de las 3 religiones monoteístas, albergó a 3 ángeles en la entrada de su carpa. Supo ser el mejor anfitrión porque comprendió el valor de ser peregrino (Daniel Goldman, rabino de la Comunidad Bet El, Buenos Aires-Argentina en un artículo sobre peregrinaciones islámicas a la Meca-Noviembre 2013).


(1) Flaubert "Hay tres condiciones para ser feliz: ser imbécil, ser egoísta y gozar de buena salud. Pero bien entendido que si falta la primera condición, todo está perdido"

Fotos: 1. Ruta provincial de Jesús María a Ascochinga, Córdoba, R.A. 2. Mercado en La Quiaca, R.A. 3. Feria en Montevideo, Uruguay. 4. Oscureciendo en Tafí del Valle, Tucumán, R.A.

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